Escena de Llama un inspector

Si bien es cierto que la pièce bien faite y su rigurosa urdimbre no parece ser la tendencia actual en la dramaturgia europea contemporánea, esta temporada que comienza coinciden en la cartelera dos prodigios de contundencia y solidez teatral. Al fin y al cabo, las piezas "bien hechas" tiran para adelante por sí solas y siempre funcionan de maravilla... con buenos actores y una dirección al servicio del texto, obvio.



Se trata de la revolucionaria El tiempo y los Conway y de la clásica Llama un inspector del autor inglés J. B. Priestley, hijo de un maestro socialista de Yorkshire, corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial y famoso por sus agudas, precisas y evocadoras locuciones de radio. Las piezas han sido dirigidas por Juan Carlos Pérez de la Fuente y José María Pou, respectivamente; dos directores con cierto gusto por la belleza y la estilización de lo teatral a "lo camp" (como diría Susan Sontag), expertos en revitalizar joyas del teatro oxidadas por el paso del tiempo y sus modas imperantes.



De Priestley algunos recordarán con nostalgia La herida del tiempo de Luis Escobar en el María Guerrero y la versión que Mario Gas hizo allá por los años ochenta del mismo El tiempo y los Conway. Tras el éxito del revival de Llama un inspector que Stephen Daldry dirigió en 1992 en el National Theatre de Londres y su posterior paso por Broadway, el autor inglés volvió a cotizar en alza y José María Pou (asiduo espectador de la cartelera londinense) la ha rescatado con acierto para estrenarla en el Goya de Barcelona y presentarla ahora -después de llenos diarios en la capital condal- en La Latina de Madrid. Su interpretación del inspector es uno de sus trabajos más sólidos y matizados de su carrera teatral, según ha señalado la crítica.



Revitalizar a los clásicos.

A su vez, El tiempo y los Conway de Pérez de la Fuente, protagonizada por Luisa Martín, gira por Castilla y León y luego recalará en Madrid. Y a propósito de revitalizaciones de clásicos contemporáneos, ¿qué dramaturgo y/o director de escena patrio se atrevería a enfrentarse desde la libertad más absoluta con autores como Benavente o Arniches?



Llama un inspector combina con gran eficacia elementos de la intriga policial con otros propios del melodrama. Poco a poco, la pieza parece ir desplegando -en un portentoso alarde de construcción formal- una compleja trama que avanza con la precisión del mejor de los relojes suizos y que mantiene al espectador siempre en vilo.



Concebida en 1944 como propaganda a favor de la candidatura laborista para las elecciones inglesas de 1945, el autor que se describió a sí mismo como "política y socialmente radical y culturalmente conservador" se propuso defender con esta obra la eliminación de la hipocresía y la explotación. Pero la historia del inspector de policía (Pou) que interrumpe la pedida de mano de la hija (Paula Blanco) del matrimonio Birling (Carles Canut y Victòria Pagès) para indagar a modo socrático sobre la implicación de la familia en el suicidio de una joven, fue tachada de oscura y no encontró teatro en Londres.



El Cultural asistió a uno de los ensayos y pudo ver cómo, en manos de Pou, la carpintería de Priestley es levantada con maestría: el timing que imprime a la acción no permite a ningún actor esponjarse; el trabajo de texto, limpio y cristalino; las acciones, ejecutadas con precisión; la interpretación de los actores, llena de matices; y las líneas de tensión psicológica, bien ajustadas.