Image: Carrera por alumbrar nuevos chéjovs

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Teatro

Carrera por alumbrar nuevos chéjovs

13 enero, 2012 01:00

Irina Kuberskaia en El jardín de los cerezos de la sala Tribueñe

Más Chéjovs y sorprendentes. En Madrid, los Teatros del Canal estrenan Tío Vania, dirigida por Santiago Sánchez, mientras en la pequeña Sala Tribueñe triunfa una espléndida adaptación de El jardín de los cerezos.

Si nos fijamos en los últimos años de Chéjov encontramos cuatro obras maestras: La gaviota, Tres hermanas, Tío Vania y El jardín de los cerezos. Chéjov es un maestro en esas cuatro obras dilatadas, pero lean sus relatos, otro género con homenajes e imitadores-creativos por todas partes. Lo ridículo, lo cómico, se daba en aquellas piezas largas en lo festivo de los personajes, que viven sin duda un hundimiento y no quieren darse cuenta: fiestas en casa con carreras y juegos, jugueteos amorosos, cómicas nostalgias, moribundias risibles, cómicas filosofías de andar por casa, de lugar común...

Por alguna razón, tanto en nuestro país como en otros del occidente europeo tendemos a montar esas obras con gravedad, con personajes muy abatidos y lamentosos. Pero el tono "comedia" tiene que primar en Chéjov, y según sea la obra, ese tono irá a lo bufo o a otro tipo de equilibrio. Ese equilibrio que conseguía, por ejemplo, Juan Pastor en El juego de Yalta, un Chéjov visto por Brian Friel. No es el único Chéjov de la sala Guindalera, desde su Gaviota "de cámara" a Tres años, ahora en cartel.

El jardín de los cerezos nos habla de un derrumbe, el de la familia de Liuba Andreievna y su hermano Leonid. Pero nuestra perspectiva histórica añade algo: Lupajin, ese personaje que unas veces nos parece sensato, otras mezquino, es bastante humano. Lupajin parece el beneficiario de la condena histórica de la casa de Liuba y de su hermano, pero él también está condenado por una revolución que se pretende liberadora. Años de hierro que Chéjov, por su temprana muerte, se libró de vivir.

Chéjov, sin apenas tramas, con alusiones, con "impresiones", siempre es tenso y por ello siempre intriga. Excepto cuando lo toman nuestros teatros públicos o adoptan esos formatos "culturetas" (los bolos) dirigidos por expertos en obtener subsidios. A los teatros públicos me atrevería a recomendarles que acudieran a Juan Pastor o a Irina Kuberskaiá, de la Sala Tribueñe de Madrid. En El jardín de los cerezos de Kurbeskaiá sorprende que el talento se refugie en salas tan pequeñas. No es garantía, los impostores no son exclusivos del teatro público. Pero en Tribueñe se la juegan por Chéjov: es un Jardín de los cerezos íntegro. Como bien sabemos, aguantar una obra de más de tres horas es posible siempre que haya tensión, emoción y maestría. Y ese reparto de 12 ó 14 artistas de gran nivel permite ese Chéjov sin cortes, sin adulteraciones, sin que el público desfile hacia la salida. Un espléndido reparto encabezado por la propia Irina traduce eso que la actriz Katia Azcárate, que está en el reparto, llama "inocencia que lo impregna todo". Ese tono de inocencia de la propia Irina-Liuba se derrama sobre el paisaje y los interiores familiares con una verdad dramática que conmueve. Es lo latente, no lo manifiesto ni lo obvio. Este Chéjov de Tribueñe puede verse sólo los domingos. Iban a retirarlo ya, pero el boca a boca ha funcionado: esto no hay que perdérselo.

Mimbres humanos en el tÍo vania de los Teatros del Canal

Llega a los Teatros del Canal de Madrid una nueva versión de Tío Vania, pieza de la que tenemos un pobre recuerdo por culpa del teatro público. Promete la puesta de Santiago Sánchez, y no sólo por la belleza de imágenes, figurines y escenografías. También por los mimbres humanos y artísticos que forma su equipo: Paca Ojea y Carles Montoliu, que abrirán, necesariamente, la acción. O esas actrices que siempre esperamos con impaciencia: Rosana Pastor, Xus Romero, Carmen Arévalo. Sin olvidar a Sandro Cordero en un muy comprometido papel, el de Vania, o al veterano Vicente Cuesta, en ese personaje que provoca iras y adhesiones, Serebriakov. Entre paréntesis recuerdo un magnífico Tío Vania, en los años noventa, dirigido por Ángel Gutiérrez, en una sala pequeña de Lavapiés, el Teatro de Cámara Chéjov. Precisamente.