Vera y Espert. Foto: David Ruano.

El 20 de abril se estrena en el María Guerrero de Madrid un clásico del teatro norteamericano, La loba de Lillian Hellman, en la versión del actual director dc Ernesto Caballero, y con dramaturgia y dirección de Gerardo Vera. Jeannine Mestre, Víctor Valverde, Carmen Conesa y Héctor Colomé, entre otros, integran un reparto de lujo capitaneado por Nuria Espert.

Tras el éxito de Agosto, Gerardo Vera -que, según cuenta Nuria Espert, "está en un momento espléndido y con un gran subidón creativo")- vuelve a contar con un reparto de primera capitaneado por la misma Espert para escenificar La loba (The Little Foxes) de Lillian Hellman. En el elenco figuran la camaleónica Carmen Conesa y los veteranos Héctor Colomé, Jeannine Mestre, Ricardo Joven y Víctor Valverde. También Markos Marín, un actor de gran fuerza dramática al que hay que seguir la pista. La sobria y elegante escenografía la firma el propio Gerardo, la iluminación un asiduo de Vera y todo un maestro en materia teatral lumínica, Juan Gómez Cornejo; los audiovisuales corren a cargo de Álvaro Luna y el vestuario trae el sello de Franca Squarciapino. Todo un lujo de equipo reunido para esta coproducción del CDN (que Vera ha dirigido en los últimos ocho años) con la empresa privada de Juanjo Seoane.

Obra poblada de fantasmas

Según cuenta la autora norteamericana en su autobiográfica Pentimento (1973), The Little Foxes fue su obra más difícil de escribir: "Pasé mucho tiempo trabajando borradores, desechando personajes y rompiendo constantemente lo que escribía". Hellman, compañera vital del también autor norteamericano Dashiell Hammett -ambos sufrieron la persecución del comité de actividades antiamericanas-, confiesa que dichas dificultades se debieron a que la historia se inspiraba hasta cierto punto en la familia de su propia madre. De ese modo, "todo lo que había oído o me había imaginado formaba parte de una tupida jungla en la que me resultaba imposible encontrar un espacio para caminar sin tropezar con viejas raíces y antiguos fantasmas que me susurraban al oído otras viejas historias y que me apartaban de lo que quería contar".



El título de La loba es de alguna manera reduccionista. The Little Foxes amplía el horizonte de la maldad a los demás miembros de la familia. Así, Regina Giddens y su familia son los representantes de un incipiente capitalismo salvaje de la burguesía del sur de los Estados Unidos que basó su nuevo proyecto -la construcción de un nuevo mundo- en la mano de obra barata y que consolidó todo su capital a partir de la destrucción de cualquier virtud humana que pudiera impedirlo. Únicamente Horace, el esposo, y Alexandra, la hija, se salvan y funcionan como contrapunto de un marco familiar de ambiciones y egoísmos llevados al límite.



La pieza, con claras reminiscencias chejovianas, es un gran mural de las clases adineradas del Sur en los primeros años del siglo XX en el que podemos ver reflejado el desmesurado espíritu de codicia que asola gran parte del viejo continente.



En palabras de Caballero, "la autora fustiga la ambición desmedida y la falta de escrúpulos de muchos voraces especuladores que, tras la guerra civil estadounidense, se lucraron con la industria algodonera. En la figura de Regina Giddens, potentada sureña, se condensa la manipulación y la inteligencia al servicio del lucro y del enriquecimiento personal". Sin duda hay algo de ese personaje (la manipulación que ejerce sobre las emociones de los demás para obtener siempre una rentabilidad personal) que parece encajar a la perfección en nuestro presente.



"Hellman posee la carpintería clásica del gran teatro americano", explica el director Gerardo Vera. "Es un teatro que yo echo de menos en España, un teatro popular hecho a la medida de grandes actores. Todo parece muy sencillo, pero este sentimiento de facilidad emana en realidad de una escritura comprometida con el actor y con su tiempo". Cuando le preguntamos a Espert cómo se ha enfrentado a la creación de un personaje tan malvado, la prima donna del teatro español responde lo siguiente: "Con muchísimo placer. Es el primer ser maligno que he interpretado en toda mi vida profesional, pese haber matado a niños y todo. Y es que el personaje de Regina es malo. A secas. Una ambición desmesurada la llena de maldad. A veces el personaje cree que está siendo sutilísimo... pero de sutilezas nada. Regina retrata la maldad en estado puro". Y ¿no ha tenido la tentación como actriz de tensar esa maldad con cierta dosis de humanidad para ganar en matices? "¿Humanidad? El personaje de Regina es un símbolo del mundo depravado que la autora quería retratar. En principio, no", concluye.



Iimpunidad de los malvados

Por su parte, Vera se deshace en elogios hacia su actriz: "Tiene la mirada más inteligente de toda la escena española. Es una mujer que lleva consigo la tradición teatral de este país y que, a su vez, posee un talento y una sensibilidad muy acordes con nuestro tiempo. La loba es un espectáculo hecho a su medida. Nunca cae en el cliché".



Y a propósito de la maldad, ¿cree Espert que, al igual que en La loba, en la vida todo el mundo paga un precio por el daño que causa a los demás? "¡Ojalá! No estoy segura de eso", responde la última Bernarda Alba de Pascual. "Hay tantos que se van de este mundo impunes... Mi madre, sin embargo, que era una mujer muy sabia pensaba que sí, que el mal se paga en esta vida, pero yo no lo creo...".



Caballero, sin embargo, opina que "la feroz competitividad de la protagonista la conduce inexorablemente a un destino de soledad y frustación".



No es baladí que un texto que ya triunfó en Brodway a finales de los años 30 del siglo pasado parezca escrito para nuestro momento presente. Esto nos invita a reflexionar sobre una cuestión capital en la escritura y la creación: la contemporaneidad o la relación de la escritura con su tiempo. Que un texto contemporáneo no tiene por qué ser actual parece estar claro. Pero entonces, ¿qué significa ser contemporáneo? El pensador italiano, Giorgio Agamben, en su libro Desnudez define la contemporaneidad como "esa relación que se adhiere al tiempo a través de un desfase y un anacronismo. Quienes coinciden de una manera demasiado plena con su tiempo no son contemporáneos ya que, por esta precisa razón, no consiguen ver qué ocultan las tinieblas de su presente". Espert, sin embargo, cree que la contemporaneidad es algo consustancial al buen teatro: "Ésa es la razón por la que perdura. El buen teatro siempre es contemporáneo. Y en este caso estamos hablando de un tema que seguro aparece en las conversaciones de los ciudadanos: la avaricia y el robo que han provocado el declive de Occidente".