Alba Sarraute. Foto: Laia Alonso

¿Es posible hacer un espectáculo de circo citando a Miguel Hernández, Brecht, Koltès o Calderón?

La audaz mirada de la Pradillo, que tantos gratos momentos proporcionó a los madrileños en veranos anteriores, deja paso a otro arte atrevido. La sala dedica su programación de finales de julio y agosto al circo contemporáneo. Hasta el 12 de agosto estará en cartel Tres pistas, un ciclo cuyo propósito es mostrar a los madrileños la pujanza de un género que, más allá del Cirque du Soleil y otros espectáculos de artistas consagrados, es casi desconocido en la capital.



"Es un circo nuevo, un arte que conserva sus bases tradicionales, pero al que se le han añadido técnicas de otros ámbitos, como las de la dramaturgia y la danza contemporánea", explica Rolando San Martín, comisario de la programación de la Pradillo. "A diferencia de las vanguardias, que pretendían hacer tabla rasa de lo anterior, no busca romper con todo lo anterior, sino servirse del imaginario propio", explica. "Queremos proponer algo distinto, pero reconocible; algo que nos sirva para pensar y dialogar con el presente, pero también para disfrutar". Por eso ha elaborado un programa de artistas jóvenes formado por intérpretes de Francia -la que puede considerarse la patria del nuevo circo- y España. Artistas de ambos países son los que forman Cridacompany, la primera compañía que sale a escena con On the edge, que estará en cartel hasta el domingo. Luego llegarán los "punkis", según San Martín, de My!Laika, con Pop corn Machine (a domestic apocalypse), que estará del 3 al 5 de agosto. "Aunque mantienen referencias tradicionales, tienden más hacia lo performativo con su mezcla de elementos y de sonido sucio". El ciclo finalizará con Alba Sarraute, una catalana por la que siente devoción San Martín. Presentará Mirando a Yukali, del 9 al 12 de agosto. "Es brutal, se sale de la norma con un espectáculo muy social y poético ".



"Bueno, no tanto", echa agua al piropo la propia Sarraute, que cree que "hay tantos payasos como artistas dedicados al oficio". Aunque ella es diferente. O, al menos, distinta de la mayoría de los que habitualmente salen a la pista o suben a un escenario. Para empezar, no es un payaso, sino una payasa, algo cada vez más corriente pero todavía no muy consolidado en los escenarios. Y luego no es un payaso mudo, sino alguien que usa de principio a fin la palabra como otros se valen del silencio. "Hablo mucho", reconoce Sarraute, "porque es mi forma de comunicar con el público". Para ello se sirve de textos propios y de grandes autores, como Calderón de la Barca, Miguel Hernández, Bertolt Brecht y B. M. Koltès, entre otros.



A esas palabras suma acrobacias, pinturas, maquillaje y máscaras, además de música en directo, técnicas dramatúrgicas de teatro y de movimiento de la danza que define como "una especie de zapping con el que estimular la mente, las emociones, la visión, el oído y, finalmente, el alma". Como hacían Charlot, Groucho Marx o Woody Allen, algunos de sus referentes, aunque para muchos puedan parecer, sobre todo el último, unos artistas lejanos al payaso.



Sarraute cree que todos ellos buscaban mejorar a las personas, darles esperanza y transformar el mundo a través de su arte. Con los años se convirtieron en unos referentes, porque "todo lo bueno se convierte en clásico", asegura la artista, que observa una gran diferencia entre lo que entendemos por novedad y lo que realmente tiene calidad. "Contemporáneo significa de hoy, pero no nos confundamos con los envoltorios. Hacer acrobacias disfrazado es algo que ya se hacía en los años veinte", sentencia la payasa catalana.