Mariana Cordero, Mamen García y Julieta Serrano.

Sanchis Sinisterra estrena en La Abadía sus 'variaciones' sobre Las tres hermanas de Chejov. Fiel a su querencia, el experimento desemboca en el universo suspendido del irlandés.

Curioso hito en La Abadía: por vez primera sobre sus tablas se representará una obra de Chejov. Desde 1995, año en el que se fundó, el maestro ruso no había encontrado hueco en la programación del teatro regido por José Luis Gómez. El texto que acabará con esta prolongada ausencia será Las tres hermanas, escrito durante su retiro en Crimea para remontar gracias al clima de esta península los efectos de la tuberculosis que le acuciaba.



En realidad, lo que veremos a partir del jueves 27 será una desconstrucción de la pieza chejoviana practicada por José Sanchis Sinisterra, que justifica su osadía de meterle mano al sacrosanto dramaturgo con precedentes artísticos históricos: "Bastaría con mencionar las cuarenta y cinco interpretaciones de Las Meninas de Velázquez que Picasso realizó en 1957, o la serie sobre el Retrato de Inocencio X, del mismo maestro, que Francis Bacon reelaboró en más de cuarenta ocasiones a partir de 1949".



Su intervención, titulada Éramos tres hermanas. Variaciones sobre Chejov y dirigida por Carles Alfaro, suma y resta elementos a la obra original. Por un lado, injerta el decir de unos personajes en otros e incisos "inoportunos" con reflexiones del propio autor ruso (giro metateatral). También las acotaciones pasan a formar parte de los diálogos y son verbalizadas por los actores. Por otro lado, ha recortado escenas enteras y reducido el universo humano de la obra a las tres hermanas: Olga (Julieta Serrano), solterona angustiada por el paso de los años sin que ningún hombre se anime a acompañarla al altar; Masha (Mariana Cordero), hundida por la conciencia clara de estar casada con un tipo mediocre; e Irina (Mamen García), la más joven y por lo tanto con alguna esperanza todavía intacta. Las tres acaban de completar el duelo por la muerte de su padre y esperan que su vida dé al fin un vuelco. Pero la inercia acaba lastrando su voluntad de cambio. El resto de personajes -el hermano Andrei, su novia, los militares de paso por el pueblo...- son presencias espectrales que desfilan a través de las invocaciones de las hermanas.



No es que Sanchis Sinisterra quiera enmendarle la plana a Chejov. No es eso. "Conviene advertir que le venero incondicionalmente", afirma. Y elogia el carácter precursor de su teatro: "Los frecuentes diálogos de sordos, las interrupciones mutuas, los monólogos que caen en el vacío, el tiempo flotante que a menudo lastra la acción dramática, los efectos corales, las reiteraciones, los silencios... todos los síntomas de una socialidad enfermiza y de una comunicación estéril, además de anticipar las formas del diálogo dramático pinteriano, dibujan el diagnóstico de un colectivo humano que está a punto de caer fuera de la Historia".



Esa caída termina con las aflicciones de Olga, Masha e Irina en un limbo beckettiano: un territorio inquietante donde la memoria se confunde con la imaginación y las ilusiones con la realidad. Es la querencia clásica de Sanchis Sinisterra, obsesionado con el autor irlándes, que fundido con Chejov en este montaje, de entrada, da un resultado teatralmente muy sugerente.