Tristán Ulloa e Isabel Stoffel son Gibbs y Cuts en Invernadero. Foto: Ros Ribas.
La Abadía pone en pie el próximo jueves, 26, Invernadero, una de las obras de Harold Pinter más críticas con la sociedad occidental. Mario Gas dirige un texto, en versión de Eduardo Mendoza, que encarnan, entre otros, Gonzalo de Castro, Isabelle Stoffel y Tristán Ulloa.
Aniquilación psicológica
El invernadero que veremos en el Teatro de La Abadía no es un lugar balsámico. Contemplaremos un espacio en el que el horror y la aniquilación psicológica vienen acompañados de la negligencia y el desamparo. También el asesinato, la desaparición impune y el mutismo institucional. Pinter nos presenta una sátira del funcionamiento burocrático y el gobierno autoritario de un establecimiento cuya ambigua naturaleza nos sitúa en un extraño limbo en el que cualquier comportamiento sobre los que allí viven está permitido. En plena celebración navideña, el director y su equipo se enfrentan con un nacimiento y una muerte. La manera de afrontar estos hechos marcará una trama protagonizada por Gonzalo de Castro, Tristán Ulloa, Jorge Usón, Isabelle Stoffel, Carlos Martos, Javivi Gil Valle y Ricardo Moya. "Estamos ante una fantasía -llegó a sentenciar Pinter- que con el tiempo se ha convertido en realidad".Esta fantasía nos llega en versión de Eduardo Mendoza. El escritor se ha zambullido en un texto de enorme agilidad en el que los personajes disparan sus frases a velocidad de vértigo. El problema, señala a El Cultural el autor de La ciudad de los prodigios, ha sido encontrar el tono: "Traducir para teatro exige cuidar mucho el ritmo de las frases, la naturalidad, pensar que el texto no ha de ser leído sino dicho y oído. Hay que caracterizar a cada personaje y pensar que la obra fue escrita en una época y en un país distintos. Todo eso debe reflejarse en el texto, no creo que deba trasladarse al aquí y ahora". Para Mendoza, lo importante es mantener lo universal sin perder de vista lo particular: "Un buen texto siempre es actual. Si vale la pena representar la obra, o leerla, es que es actual. Creo que hay un exceso de interés por asimilar el pasado al presente, en encontrarle aplicaciones a situaciones actuales. Esto conduce a verdaderas aberraciones. Hacer de Edipo un entrenador de fútbol y cosas así...".
En ese mismo sentido, Gas subraya lo mucho que se ha escrito sobre el estilo de Harold Pinter y de las resonancias que "percuten" sus textos. "Mucho y muy reducionista las más de las veces -sentencia el director, que recientemente ha trabajado también con Tristán Ulloa en el Julio César de Paco Azorín-. Ante el asombro y lo difícil de la clasificación resulta más elocuente inundar de referencias ya asimiladas los textos que nos inquietan para colocarlos en la estantería de autores digeridos. Siempre se busca un discurso tranquilizador que nos permita encuadrar el asunto y así poder disertar sobre autores, tendencias, enclaves y comprensiones. Eso sí, dejando un margen de profunda comprensión sólo disfrutable por ciertas élites que serán las depositarias del misterio".
El tándem formado por Gas y Mendoza ha dado sus frutos. El escritor reconoce haber mantenido conversaciones con el director especialmente al principio del proyecto. "Saber cómo veía la obra Mario Gas me ayudó a llevarla en un sentido o en otro. Por lo demás, me he limitado a intentar que el texto pudiera ser dicho con naturalidad e intención. El margen de libertad de un traductor es muy pequeño", concluye Mendoza.
Teatro para pasar el invierno
Al calor de esta obra de Pinter se ha creado Teatro del Invernadero -que ha producido el montaje junto a La Abadía-, un proyecto integrado por el propio Gas, Gonzalo de Castro, Tristán Ulloa y Paco Pena cuyos principios fundamentales se basan en la creación de un teatro "crucial" con claras ambiciones éticas y estéticas. Para Gas, se trata de pasar el invierno ambiental que nos rodea manteniendo constantes la temperatura y la humedad: "Queremos favorecer el cultivo del teatro y del compromiso vital con él respondiendo a las cuestiones que nos plantea el mundo que nos rodea. Eso sí, con calor, alegría y solidaridad para ser útiles a nuestro tiempo y a nosotros mismos. Sin partidismos, pero proclamando que el teatro y la vida son partícipes del devenir político de una sociedad. Y que tenemos voz y que la utilizamos".Llega, pues, a la escena madrileña el Pinter más inquietante y mordaz, el más negro, dislocado, trepidante, ácido y corrosivo. El Pinter exterminador y retratista, el copista del ser urbano contemporáneo sobre el que Gas avisa: "Usted, probo ciudadano y seguidor del orden establecido puede, sin saberlo, cometer algún error y perderá su identidad, se convertirá en un número, su cerebro será lavado eléctrica y brutalmente y no será difícil que desaparezca para siempre".