Gonzalo Celorio.
El escritor mexicano Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948) se ha enfrentado en su última obra, El metal y la escoria (Tusquets), a la titánica tarea de reconstruir la historia de su familia desde que su abuelo Emeterio salió de la aldea asturiana de Vibaño siendo un niño para embarcarse rumbo al Nuevo Mundo en busca de un porvenir mejor que el que le aguardaba junto a sus padres, explotando una granja que apenas daba los frutos necesarios para la subsistencia. Celorio abordó la empresa para contarse, a medida que la iba descubriendo, una historia que le negaron de pequeño y, a la vez, para exorcizar el miedo a perder la memoria individual, ya que su padre y su hermano padecieron Alzheimer y el autor de Y retiemble en sus centros la tierra sintió desde entonces la espada de la enfermedad pendiendo sobre su cabeza.Desde su llegada a México en 1874, el abuelo de Celorio trabajó duramente para pasar de ayudante de tendero a fundar su propio emporio de fabricación, importación, distribución y venta de licores. Cumplió sobradamente con la expresión "hacer las Américas" y amasó una considerable fortuna, pero sus numerosos hijos (los tíos del autor) despilfarraron su herencia. Solo Miguel, diplomático destacado en Cuba e inventor amateur, se mantuvo al margen de la ludopatía, el alcoholismo y la vida errática de sus hermanos y, como Emeterio, tuvo una familia numerosa, en la que nació Gonzalo. Las tres generaciones se entreveran en El metal y la escoria y, con ellas, la historia contemporánea de México.
- ¿Por qué sintió la necesidad de indagar el pasado de su familia?
- Es una historia que se me había vedado, en mi casa estaba signada por el tabú porque no era edificante, más bien había prevalecido en ella el vicio, la depravación y la decadencia, y yo quería conocerla porque uno no sabe quién es si no sabe de dónde viene.
- ¿Qué grado de participación tiene la ficción en este libro?
- Muy alto, por eso lo considero una novela y no una autobiografía. Yo disponía de muy pocos datos, así que la ficción vino en mi auxilio para iluminar con la imaginación las zonas oscuras del pasado que yo no podía conocer. A través de ella se pueden hacer calas más profundas en la realidad. Por poner un ejemplo mexicano, yo sé más del campo de México gracias a Pedro Páramo que a todos los estudios históricos, sociológicos o políticos que se han hecho del medio rural mexicano.
- De hecho, Carlos Fuentes le nombraba a usted como ejemplo de la desaparición de los géneros literarios.
- Él decía que la novela nació impura porque en sus orígenes se nutría de muchos elementos diferentes, pero en el siglo XVIII, por imperativo neoclásico, trató de circunscribirse a una preceptiva, y se volvió, decía Fuentes, anoréxica. Ahora vuelve a ser un género más amplio y más sucio y, por consiguiente, cada vez más cercano a sus orígenes.
- En un momento de la novela confiesa su miedo a heredar el Alzheimer de su padre y de su hermano. ¿Es El metal y la escoria un exorcismo frente a ese temor?
- Sí, confío en que así sea. Toda novela nace de un conflicto del escritor que no se resuelve en una sobremesa, sino navegando por muchas páginas. Esto no quiere decir que la novela resuelva el conflicto, pero deja de pertenecerle al escritor y pasa al pecho del lector.
- La emigración española en el siglo XIX y el exilio republicano tras la Guerra Civil tienen mucho peso en la historia de su familia.
- Son dos realidades muy presentes en México. La emigración no fue muy nutrida en México porque la independencia de nuestro país fue muy antiespañolista, de hecho hubo dos decretos de expulsión de todos los españoles en el XIX, pero en cambio fue el país que más abrió los brazos al exilio español. Siempre que me preguntan quién fue mi maestro, respondo "el exilio español republicano". Ramón Xirau y Adolfo Sánchez Vázquez fueron mis maestros en la universidad y conocí también a Wenceslao Roces, nadie menos que el traductor de Marx y Hegel al español.
- En un momento de la novela narra la vida disipada de sus tíos en el Madrid de principios del siglo XX, donde la fortuna heredada se fue agotando noche a noche, de taberna en taberna, y hace consigue recrear vívidamente la ciudad y su ambiente en aquella época.
- Me alegro de que así lo sienta un lector que vive en Madrid, puesto que uno de mis temores era meter la pata en esa recreación. Voy mucho a Madrid, tengo familia allí, y me encanta por su alegría, la vitalidad de sus calles y su nocturnidad. Me parece impresionante que en Madrid haya atascos de tráfico a las dos de la mañana, parece que todos los madrileños hacen turnos para dormir.
- Un personaje muy interesante en la novela es su tía Luisa, con un carácter de mujer independiente, liberal y "fiel a sus contradicciones". ¿Qué huella dejó en usted?
- Es el personaje que más me gusta de la novela. Era una mujer culta, sofisticada, afrancesada, que terminó de una manera bastante lamentable para ella, enseñando francés en el desierto de Torreón, una ciudad muy modesta. Yo la recuerdo como una mujer fascinante porque tenía el don de la narrativa oral. Desde niño quedaba embelesado con sus historias y en muy alta medida le debo mi vocación literaria. Cuando me enteraba de que sus historias eran mentiras, como me decían mis padres, en lugar de decepcionarme, me emocionaba aún más.
- ¿Cuáles han sido los cambios más notables en la sociedad mexicana en este siglo largo que abarca la historia de su familia?
- El hito más importante fue la revolución mexicana, que generó un cambio estructural muy importante en el país y fue el punto de partida de las instituciones que existen hoy en México. Ha habido otros cambios notables, pero me resulta difícil precisarlos. Yo no creo mucho en los nacionalismo y no quisiera responder con los tópicos de la nacionalidad porque la literatura, por fortuna, ya está de vuelta de ellos. Hasta la generación de Carlos Fuentes y Octavio Paz, la preocupación literaria de buscar la identidad nacional era prioritaria, pero a partir de ellos, los mexicanos ya no necesitamos ningún pasaporte para rebasar nuestras fronteras. El tema de la identidad sigue siendo importante, pero como una preocupación que tiene en el fondo todo escritor.