Image: La Batalla del Ebro, del biberón al rifle

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Teatro

La Batalla del Ebro, del biberón al rifle

30 septiembre, 2016 02:00

Elenco de la Kompanyia del Lliure en In memoriam. La quinta del biberón. Foto: Ros Ribas

La última batalla crucial de la Guerra Civil Española fue la librada en el Ebro. La República resistió a la desesperada, movilizando a miles de adolescentes de 17 y 18 años. A ellos les dedica Lluís Pasqual In memoriam. La quinta del biberón, un documental escénico que se estrena este viernes (30) en el festival Temporada Alta y que luego se presentará en el Lliure y, ya en versión en castellano, en el María Guerrero.

El primer disparo certero de Francesc Grau en la Batalla del Ebro, aparte de abatir a un soldado fascista, también impactó en su conciencia. Desde su trinchera, apretó el gatillo impulsado por un resorte macabro. Le habían instruido para matar, sí, pero al ver caer a su enemigo se quedó paralizado. Su buena puntería se esfumó en las horas siguientes. "No le hubiera acertado ni a un elefante a tres pasos", confiesa en sus diarios. Sólo tenía 17 años y la guerra, claro, le venía demasiado grande. Le había movilizado a la carrera una República desesperada, consciente de la vital importancia de contener a las tropas de Franco al otro lado del río pero con sus filas muy diezmadas. En esa tesitura, tuvo que recurrir a la muchachada imberbe bautizada por Federica Montseny como la Quinta del Biberón (la anarcoministra, al verlos desfilar, expresó su conmoción: ‘¡Parece que les acabaran de quitar el biberón de la boca!').

"Los historiadores no se ponen de acuerdo pero la cifra de jóvenes nacidos en los años 20 y 21 que cayeron en la guerra está cerca de 40.000", precisa a El Cultural Lluís Pasqual, al teléfono desde Gerona. Allí, en elfestival Temporada Alta, estrenará este viernes (30) In memoriam. La quinta del biberón, su homenaje escénico a aquella generación pérdida, que luego viajará al Lliure (14 octubre) y, en versión en castellano, al María Guerrero (22 de febrero). La tragedia de los biberones le toca muy de cerca. Su nombre se lo debe a su tío Luis, que cayó en el Ebro. A sus padres les llegó el telegrama fatídico ("Desaparecido en combate") y una serie de partituras que, sin saber muy bien de dónde las había sacado, las llevaba siempre consigo a modo de amuleto.

Pasqual no tiene claro dónde le mataron. Lamenta no haber podido reconstruir sus bandazos en la Guerra Civil. Pero es que no era nada fácil. Los supervivientes se enclaustraron en un mutismo doliente. No querían revivir el sufrimiento ni derramarlo a su alrededor. Tampoco convenía hablar demasiado durante un régimen tan vengativo. "Lo bueno es que se fueron abriendo décadas después. A los hijos, como yo, no les contaron nada, pero con los nietos cambiaron su actitud. Tras el franquismo, recuperaron cierta confianza. Es un privilegio escucharles narrar sus experiencias. Todos lo hacen con un estilo similar: sus relatos tienen ya algo de distancia por los años transcurridos pero a la vez son muy frescos porque la mayoría asegura que no hay día que pase sin acordarse de aquellas jornadas en el Ebro. Hablan con serenidad e incluso humor".

Apenas quedan unos cuarenta combatientes vivos. Así que dentro de nada ya no habrá testigos directos de aquel aquelarre carpetovetónico. Pasqual llevaba mucho tiempo rumiando hacerles un guiño en las tablas. Fue el año pasado cuando decidió ponerse por fin manos a la obra. Aparte de entrevistarse con los biberones supervivientes, ha amontonado diarios, un género en el que sí se explayaron (hay alrededor de unos 20 publicados, incluido el de Grau, y cada año afloran más). A todo ese magma de testimonios debía darle una coherencia dramatúrgica. Algo que ha costado. "La primera versión tenía 187 páginas; la última, 54. Ha sido un proceso de destilado y limpieza, de concreción y simplificación, evitando que los recortes perjudicaran el entedimiento del desarrollo de la batalla. En realidad es un espectáculo contado, más que dramático. Lo que he intentado hacer es un documental, un documental teatral. Habrá mucho material audiovisual que no se ha visto nunca y que se combina con la narración de los actores".

Esa intención no excluye la presencia de escenas puramente teatrales, como la que figura en el centro del montaje, con los soldados adolescentes varados en las trincheras. En ella Pasqual refleja su afán por resistir, porque resistir, como creía Negrín entonces, era vencer: si empalmaban nuestra guerra con la mundial que asomaba en el horizonte, confiaban en que las potencias neutrales acabarían poniéndose de lado de la República. Luego se comprobó que aquella estrategia fue una ingenuidad, especialmente mortífera para los biberones, encarnados por los componentes de la Kompanyia Lliure, la cantera del teatro barcelonés. El propio Pasqual, emulando al esquilador compulsivo de La chaqueta metálica, les rapó a todos la cabeza para que parecieran verdaderos reclutas. Y los ha vestido con uniformes a medias, indignos de un ejército: "Todo era precario y precipitado. La intendencia, un desastre. Hicieron la instrucción con palos de escobas. Las remesas de pantalones, chaquetas, municiones, mantas... siempre se quedaban cortas. Ya el primer día de la batalla quedó claro el desequilibrio: se enfrentaban un equipo de primera división contra otro de tercera regional".

Pasqual no tuvo duda de que el trabajo interpretativo les correspondía a los veinteañeros del Lliure, que, dice, forman parte de otra generación baqueteada. En las charlas de los ensayos han emergido los paralelismos. "Claro que las circunstancias no son las mismas. Ni el dramatismo. Los biberones marchaban hacia una muerte casi segura. Pero los jóvenes de hoy han tenido que salir masivamente de España y a los que se han quedado se les niega el futuro. Ambas generaciones han pagado los errores de otros, y en eso sí hay una conexión", explica Pasqual, que ha diseñado una puesta en escena austera y funcional, coherente con su planteamiento más narrativo que dramático. Se limita a una pantalla, tres mesas y seis sillas. Sí enfatiza, en cambio, el apartado musical, en alusión explícita a esas partituras a las que se aferraba su tío. No eran las del cancionero popular asociado a la guerra (Ay, Carmela, Si me quieres escribir, ¡No pasarán!...), sino pentagramas barrocos de Purcell y Monteverdi. "Se acompasan muy bien con los hechos narrados. La guerra fue terrible pero en ella también abundó la nobleza. Y no se me ocurre una música civil más noble que la de Monteverdi".

La investigación le ha deparado a Pasqual momentos de emoción inolvidable, como el día que se acercó a entrevistar a uno de los de los ancianos y se lo encontró exultante porque le acababa de llegar su nuevo carné de conducir. "Tenía 96 años. Le pregunté por cuánto tiempo se lo habían renovado y me dijo que hasta los 100".

Podía conducir perfectamente porque no tenía ni problemas de vista, ni de audición, ni de reflejos. Me impresionó la vitalidad y el optimismo de alguien que había vivido aquel sinsentido sanguinario, un infierno en el que los soldados esperaban la bala que les sacara de allí". Esa sensación de absurdo es la que más les atormenta todavía. Y es que todos siguen repitiendo siempre la misma frase, como un mantra: "Aquello no sirvió de nada".

@albertoojeda77