Lucía Quintana y Paco Ochoa durante un ensayo. Foto: MarcosGPunto
Ernesto Caballero entrevera su comedia Un marido de ida y vuelta con una semblanza trenzada con otros escritos personales de Jardiel. El montaje, que se estrena el viernes (16) en el María Guerrero, cuestiona tópicos como su sintonía con el franquismo y analiza alguna de sus paradojas, como la del seductor que nunca fue feliz en el amor.
Caballero vuelve a los juegos pirandellianos, tras haber fundido en su versión de Galileo a Brecht con el científico italiano. O sea, al autor con su personaje. Para el guiño a Jardiel ha escogido Un marido de ida y vuelta. Dice que lo ha hecho porque es una comedia "redonda, perfecta y muy ambiciosa". Pero también porque detrás de Pepe (Jacobo Dicenta), el protagonista, se trasluce el propio Jardiel con todas sus heridas. Caballero no ha tocado ni una coma del texto original pero lo ha ‘enmarcado' para que el espectador lo entienda con mayor profundidad. Por eso ha incorporado un preámbulo, dos entreactos y un epílogo en los que Jardiel, a través de sus poemas, artículos, cartas y otros escritos, trenzados por Caballero como en un collage, se desvela a sí mismo.
Las heridas que refleja son básicamente dos. La de las mujeres y la de la política. En ambas se perfilan contradicciones y paradojas. "Jardiel tuvo mucho éxito con ‘el sexo del otro lado', como él decía. Pero nunca fue feliz en el amor. Sus relaciones fueron inestables y desesctructuradas. En parte porque era muy enamoradizo y en parte porque era un romántico extremo: el ideal femenino al que aspiraba siempre estaba por encima de las mujeres concretas con las que se relacionaba, así que acababa dejándolas. Aunque también alguna le dejó a él. Una de ellas por un boxeador mexicano, algo que le hundió", explica Caballero, que le ofrece en su puesta en escena una oportunidad para redimirse sentimentalmente. Eloísa, la de debajo del almendro, sí, que ya sabemos que carece de corporeidad escénica, acaba asomando detrás de Leticia (Lucía Quintana), protagonista femenina de Un marido de ida y vuelta. El Jardiel ‘post mortem' que dibuja Caballero se topa así con su misterioso personaje. Dos presencias espectrales que se materializan gracias al milagro del teatro.
La política, por otra parte, le ha hecho mucho daño. Todavía se le tiene por una figura asociada (amistosamente) al régimen de Franco. Recuerda Caballero que su nombre apareció en una de las primeras listas que se elaboraron para ‘depurar' el callejero madrileño. Él intenta desmontar (o matizar al menos) ese tópico, que le ha vetado muchas veces la cartelera. "Le marcó -explica- una experiencia muy dura, cuando le requisaron su coche y lo retuvieron en una checa. No dudo de que celebró el golpe pero seguro que no pensaba que se instauraría un régimen tan represivo y autoritario que duraría 40 años. Nadie lo creía en ese momento. Hasta el propio Unamuno vino a decir que, tal cual estaba el patio, ese alzamiento podía ser un mal menor. Es que tendemos a juzgarlo todo a toro pasado".
En su semblanza, Caballero saca a relucir una carta muy significativa en la que Jardiel se retrata ideológicamente. La escribió después del desdén que le procuraron los exiliados en una visita a México. Lamentaba que la guerra extendió ("arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda") el fanatismo y que éste le hizo perder a los españoles el sentido humano y el sentido del humor: "Ya no era posible el claroscuro; ya no era posible lo relativo; ya no era posible una gradación; ni un estado intermedio; ni un semitono; ni nada -en suma- de lo que le da a la vida, a las ideas y a los sentimientos delicadeza, suavidad, dulzura, ternura, calidad". De esta queja cabe deducir que a Jardiel lo que le incomodaba era el extremismo obtuso. Y habría que añadir, apunta Caballero, que nunca olvidó la militancia socialista de su padre y que durante el franquismo, a pesar de ser un autor muy bien considerado, también sufrió los recortes de la censura.
El director del CDN concibe este montaje como otro paso en la normalización de este dramaturgo visionario en nuestras tablas. Objetivo por el que también han batallado recientemente Pérez de la Fuente y Sergi Belbel. "Fue un hombre de teatro integral, un adelantado a su tiempo. Le pasó lo mismo que a Valle-Inclán: sus ensoñaciones desbordaron los códigos y convenciones de su época. Son muy curiosos los dispositivos escénicos que inventó, una faceta suya poco conocida. Y en lo dramático destaca su alejamiento de la lógica de andar por casa, su conversión de lo inverosímil en verosímil por obra y gracia del arte del teatro. Sus planteamientos, que en su día parecían incongruentes, hoy se destapan plenos de una poética muy elocuente". Reflexiona Caballero con pasión. Tras el rastreo exhaustivo en su obra se siente muy identificado con su colega. Mientras habla, los operarios del CDN, siguiendo el diseño de Paco Azorín, levantan en el escenario una réplica del María Guerrero, con sus palcos y su platea. De esa manera, situando la acción en un teatro dentro del teatro, cierra el círculo pirandelliano.
Su reivindicación no se acaba en Jardiel. La extiende al resto de autores teatrales de la Otra generación del 27: Mihura, Tono, López Rubio, Gómez de la Serna, en cuya narrativa palpita una querencia escénica... "No me condiciona ningún patrioterismo, de verdad, pero su dramaturgia es una manifestación artística de primer orden que debemos ofrecer al público en las mejores condiciones". Caballero, además, siente que es un momento idóneo para devolverlos a la primera línea. Su invitación a la risa es un antídoto frente a tanta crispación y tanta susceptibilidad, acentuada por unas redes sociales convertidas en picotas inquisitivas. "Creo que la gente va a apreciar de nuevo el humor de Jardiel, sobre todo los jóvenes, porque es luminoso, inocente, de niño grande, no el malicioso de colmillo retorcido. Ya está bien de tanta autoflagelación, de tanta severidad y dogmatismo: la sociedad se merece un poco de alegría y de indulgencia".
@albertoojeda77