Image: El misterio de la obra encriptada

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Teatro

El misterio de la obra encriptada

20 abril, 2018 02:00

El corazón de las tinieblas

Tiempo de silencio en La Abadía, dirigido por Rafael Sánchez, El corazón de las tinieblas, en los Teatros del Canal comandado por Darío Facal, y la publicación de 22 monólogos de cuento (Esperpento), con lecturas dramatizadas en la sala El Umbral de Primavera, nos sirven de punto de partida para pulsar un proceso creativo cada vez con más seguidores. Ante el Día del Libro recorremos las adaptaciones literarias que acaban de pisar -y pisan- nuestros escenarios.

Moby Dick, 1984, El laberinto mágico... ¿Puede decirse que en toda gran novela hay encriptada una poderosa obra de teatro? El Día del Libro arrastra esta pregunta ante la avalancha de títulos de grandes autores que la cartelera ha ido acumulando durante los últimos meses, tendencia que culminará el próximo 26 de abril con el estreno de Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos -por primera vez llevada al teatro por Rafael Sánchez y Eberhard Petschinka- y El corazón de las tinieblas -clásico de Joseph Conrad dirigido y adaptado por Darío Facal- en La Abadía y los Teatros del Canal, respectivamente.

Acción, situación y conflicto. Estas son las claves, según Ernesto Caballero, para operar la prodigiosa transformación de un género en otro. El director del CDN -y adaptador también de la reciente Acastos de Iris Murdoch- subió al escenario, con la versión de José Ramón Fernández, la monumental El laberinto mágico de Max Aub, que estrenó en 2016 y con la que consiguió el XI Premio Valle-Inclán. "Existe un magnífico teatro en nuestra novela, desde La Celestina a Max Aub pasando por Galdós y Valle. Y, naturalmente, El Quijote, donde muchos de sus episodios son maravillosos lances teatrales". José Ramón Fernández ha firmado, entre otros, la versión de El laberinto mágico y de La lluvia amarilla de Julio Llamazares y participa estos días en la sala El Umbral de Primavera con las lecturas dramatizadas del libro 22 monólogos de cuento -en el que interviene con Aziz y Aziza de Las mil y una noches-.

El autor de Mi piedra Rosetta considera que de lo que se trata es de trazar un mapa para recorrerlo junto a los espectadores: "Desde siempre, el teatro ha tenido espacios para que hable el alma. Los diálogos del protagonista en el coro griego, los soliloquios de nuestro Siglo de Oro... Muchas descripciones de la novela pueden pasar a formar parte de las didascalias. Por algunas de ellas en mis obras originales se ha considerado que mis textos son híbridos entre novela y teatro. Siempre acaba saliendo la referencia a las didascalias de Valle-Inclán".

Esa relación con el público que aprovecha los resquicios aludidos por Fernández queda reflejada en la adaptación de Tiempo de silencio que Rafael Sánchez (Basilea, 1975) estrena en La Abadía. Los siete actores que la integran son narradores que se meten en diferentes papeles. "Así, de un paisaje narrado podemos saltar directamente a la escena sin necesidad de cambios de vestuario ni de utilería", explica Sánchez a El Cultural.

El teatro no es un museo

¿Cómo se transmiten en una adaptación esos monólogos interiores, esa ironía que a cada rato se trueca en cinismo o esa forma "maníaca" de describir a las personas y sus circunstancias? El director, que prepara la adaptación de textos del alemán Alfred Döblin y que ha realizado su carrera teatral en los principales escenarios de Europa junto al dramaturgo Eberhard Petschinka (Grobming, Austria, 1953), entiende que lo principal, tanto en la novela de Martín-Santos como en cualquier otra, es tener claro qué se quiere contar: "Cuanto mejor sea el libro, más difícil es dramatizarlo. En teatro no se trata solamente de reproducir el argumento. También tiene que haber espacio para los pensamientos propios. La obra ha de hablar por sí sola sobre el escenario. Tiene que surgir algo nuevo, los artistas que participan deben aportar cosas. A fin de cuentas, no somos un museo".

Pero si hay un director que es capaz de dar nueva identidad a una adaptación para que "hable sola en el escenario" ése es Darío Facal. Con El corazón de las tinieblas, cénit creativo de Conrad junto a Lord Jim, ha desarrollado una maquinaria de alto voltaje en la que cabe la reflexión política, el ensayo escénico, la música en directo, la videocreación, la performance y el compromiso moral. No hay manera, según Facal, de adaptar textos literarios sin una resonancia poética: "En El corazón de las tinieblas las atmósferas son muy densas y complejas, y eso es un gran atractivo. Tenía la posibilidad de mostrar al público el horror final. No sólo expresado con palabras, como sucede en la novela, también convertido ahora en imagen". Ana Vide, Kees Harmsen, Ernesto Arias y todo el equipo de Metatarso se han volcado en esta difícil adaptación que ha intentado buscar senderos propios para encontrar la convivencia adecuada entre literatura y escena. "Por suerte el teatro es un lenguaje poético y no una representación literal. Nos permite utilizar el texto en la voz de los actores y, sobre todo, nos facilita crear a través de la música, el sonido o la luz. Por eso el teatro es una herramienta tan poderosa", señala Facal, que pone como ejemplo de esa "atmósfera" la reciente adaptación de Who is me, de Pasolini, realizada por Álex Rigola.

En todo caso, lo mejor es no interponerse entre la obra literaria y su versión teatral. Es la opinión de Juan Cavestany, hasta hace muy poco con su versión de Moby Dick en el Teatre Goya de Barcelona. "En la novela de Melville hay partes más o menos difíciles de teatralizar pero en realidad cualquier cosa imaginable puede ponerse encima de un escenario. Lo que no está dialogado se muestra con la luz, el sonido, las proyecciones o directamente a través del silencio del teatro". Finalmente, Carlos Martínez-Abarca y Javier Sánchez-Collado, encargados de llevar la orwelliana 1984 al Teatro Galileo de Madrid, piden transparencia y sinceridad a la hora de realizar una adaptación. "Debe convertirse en un acto consciente, en un juego a la vista del público sin esconder la maravillosa trampa de imaginación del hecho teatral", precisa a El Cultural Martínez-Abarca. En ese mismo sentido, Sánchez-Collado apunta a la versión como una forma de sacar algo nuevo que esté latente en la obra original pero que pueda ser expresado tan solo en el lenguaje dramático: "No se trata de hacer un resumen ni de manipular una novela o de añadirle cosas sino de mostrarla de una forma nueva. Si no fuera así, ¿valdría la pena?" A juzgar por los resultados de todas estas "literaturas escénicas" no cabe la menor duda.

@ecolote