Una escena de El jefe de todo esto. Foto: Steeve Luncker

Óscar Gómez Mata, al frente de su compañía L'Alakran, presenta este viernes y el sábado en las Naves de Matadero su versión escénica de El jefe de todo esto, la cómica disección que hizo Lars Von Trier de las relaciones laborales. Temas como la responsabilidad, la manipulación y la sumisión saltan a la palestra.

Lars von Trier metió su incisivo bisturí en el mundo laboral con El jefe de todo esto (2006). Lo hizo en clave de comedia desconcertante, de encuadres desquiciados y con una gran dosis de mala leche. Sin incurrir, además, en el maniqueísmo previsible: empresario-voraz vs trabajador-explotado. El director danés golpea a los dos polos de las relaciones de producción, que diría un teórico marxista. A Óscar Gómez Mata, director bilbaíno afincado en Ginebra desde hace más de dos décadas (allí, en 1997, fundó su compañía L'Alakran), le encantó la película, en particular sus inquietantes (y delirantes) diálogos. "Después de verla me quedé con la sensación de que podía tener más recorrido todavía en un teatro", explica a El Cultural en la cafetería de las Naves de Matadero, donde presentará su versión escénica este viernes y sábado.



La historia, grosso modo, es la siguiente: el propietario de una compañía informática quiere venderla y quitarse de encima a sus empleados. Pero no se atreve a encararse con estos para comunicarles su intención. Entonces contrata a un actor para que se encargue de la ingrata tarea. El planteamiento supone una ambigüedad entre personaje y persona. En ese espacio intermedio es donde tradicionalmente le gusta moverse a Gómez Mata. "Ahí hay una infinidad de identidades que dan mucho juego en el teatro", apunta. Así que el guión, al que ha sido muy fiel, le iba pintiparado para su tradicional método de trabajo. También por otro motivo. El regista español tiene una marcada querencia por romper la cuarta pared: sus actores acaban siempre dirigiéndose a los espectadores. Buscan su implicación y, llegado el caso, su intervención. Es una filosofía brechtiana que aspira a la disolución de las fronteras entre artista y ciudadano. Pues bien, la película contiene una voz en off en la que Von Trier (el real o el personaje de sí mismo, no está claro) da explicaciones al público: sobre la importancia de la comedia, sobre por qué introduce un personaje en un determinado momento, sobre el sentido (o sinsentido) de la trama... "Esas reflexiones se mantienen en la obra pero dichas por los propios actores directamente a la gente", advierte Gómez Mata.



"El rollito

Estamos así ante un trabajo muy rico en lo formal y en lo temático. En el primero, por el juego metateatral, planteado a modo de caja de muñecas rusas: actores que interpretan personajes que interpretan a actores interpretando personajes. Y en el segundo, por lo jugosas que son las relaciones de oficina, ese microcosmos donde los humanos desplegamos una amplísima variedad de conductas que van desde lo más edificante a lo más ruin. Gómez Mata, recién galardonado con el Premio Federal de Teatro de Suiza (equiparable a nuestro Nacional), pone especial atención en la responsabilidad: "Tomar decisiones es difícil, sobre todo si son impopulares. De hecho, la mayoría prefiere no hacerlo. A los responsables de management de las empresas hoy les cuesta mucho encontrar directivos que asuman esa carga. Lo habitual es que la gente prefiera lavarse las manos al salir del trabajo". Y es que no basta con tomarlas, se trata además de acertar: que sean eficaces y, deseablemente, justas. La presión, por tanto, puede ser muy angustiosa.



Pero Von Trier no olvida la responsabilidad que tiene un staff que está punto de ser conducido al ‘matadero'. Sorprende su sumisión ovina, que recuerda un poco a los burgueses atrapados en la mansión de El ángel exterminador buñuelesco, incapaces de organizarse y colaborar los unos con los otros para salir del entuerto. "Lo curioso es que no reaccionan, a pesar de que son responsables también de su suerte. Deben actuar pero no lo hacen, padecen un síndrome de Estocolmo de caballo", diagnostica Gómez Mata, introduciendo otra variable que apela a la convivencia laboral contemporánea. "Hay jefes muy hábiles en crear vínculos emocionales que generan una dependencia en sus empleados. Además, está el rollito cool que impera ahora en numerosas oficinas y que muchas veces oculta métodos sibilinos de manipulación y dominación". Se refiere, claro, a esas compañías que reúnen a sus empleados para decidir cualquier cosa. Debaten mientras, infantiloidemente, dan saltitos sobre una pelota de goma. "Lo de la horizontalidad está muy bien, y muchas veces funciona, pero no hay que engañarse: siempre hay un dueño, un jefe de todo esto, que tiene la última palabra. Y lo de la apariencia idílica es, por otro lado, muy inquietante".



@albertoojeda77