Rodrigo García apuesta por un montaje "poético y dulce". Foto: Marc Guinot
Rodrigo García no embrida sus delirios, los convierte en teatro. El Canal acogerá entre este martes y el sábado el último que ha alumbrado: Evel Knievel contra Macbeth na terra do finado Umberto. El cóctel de referencias que despliega, totalmente dispares, produce cierto vértigo de entrada. Veamos... Neronga, un monstruo que lanza rayos por los cuernos, y Ultramán, un mastodóntico superhéroe de la televisión japonesa, se han aliado con Evel Knievel -el famoso motorista acróbata estadounidense de los años 70- para luchar contra Orson Welles, que, poseído por el espíritu de Macbeth, ha instaurado de nuevo la esclavitud en Salvador de Bahía, donde se desarrolla la disparatada epopeya.En mitad de la trifulca, librada a base de fogonazos, navajazos, patadas voladoras y gritos proferidos en pentámetros yámbicos, llegan a la ciudad brasileña Lisias y Demóstenes desde Atenas, tras su periplo como polizontes en una nave herrumbrosa que carga la escenografía para una obra de Esquilo: básicamente, un falo gigantesco de estilo jónico. Rodrigo García (Buenos Aires, 1964), director del Centro Dramático Nacional de Montpellier (lo dejará a final de año, frustrado por la escasez de presupuesto), emplea este arsenal desconcertante y saturado como pretexto para darle estopa a todo lo que le indigna del mundo de hoy, que es mucho: la devoción por las modas y el diseño, los chefs mediáticos, el parloteo de las redes sociales, las poses intelectualoides, el buenismo cursi, la corrección política, el animalismo intransigente (está, de hecho, muy mosqueado con la prohibición de utilizar animales en escena)...
El batiburrillo, nutrido de ingredientes de la alta y la baja cultura, obedece también a una vocación enciclopedista de Rodrigo García, que fundó en 1989 su compañía, La Carnicería Teatro. Es una ‘deformación profesional' que le imbuyeron algunos de sus escritores de cabecera: los omnívoros Borges y Pynchon. Evel Knievel, por otra parte, va dejando atrás sus años salvajes y escatológicos, cuando algunos de su montajes devenían en happenings en los que al público le resultaba difícil salir ileso. Dice que esta obra es "muy sosegada y tranquila; más poética y dulce". La rabia, ahora, va por dentro...
@albertoojeda77