Donnellan ambienta Pericles en un hospital. Foto: Patrick Baldwin

Declan Donnellan estrena este miércoles en el María Guerrero Pericles, príncipe de Tiro, un shakespeare apenas visto en España. Incestos, asesinatos, naufragios, abordajes piratas, amoríos truncados... Son algunos de los infortunios que preceden al happy end de este romance tardío. El director inglés llega esta vez con su compañía francesa, capitaneada por Christophe Grégoire y Cécile Lanterne.

Es obvio que Declan Donnellan (Manchester, 1953) le debe mucho más a Shakespeare que Shakespeare a Donnellan. Pero tampoco hay duda de que el Bardo, en los últimos años, ha tenido en el director inglés (de origen irlandés) uno de sus más sugerentes valedores. Donnellan lo ha actualizado, lo ha estilizado, lo ha modernizado, le ha dado frescura y le ha liberado del lastre de la solemnidad. En definitiva, lo ha puesto en suerte para que el público contemporáneo, tan volátil y atareado, se lance a degustarlo. En España, por suerte, solemos contar en nuestra cartelera con alguna de sus producciones cada temporada. Y esta no será una excepción. Aunque su propuesta este año tiene un atractivo extra porque presenta, desde el próximo miércoles hasta el domingo en el María Guerrero, Pericles, príncipe de Tiro (1609), el primero de sus romances tardíos, completados posteriormente con Cimbelino (1610), Cuento de invierno (1610-1611) y La tempestad (1612).



El interés radica en que es una obra que hemos visto muy poco por aquí. En las últimas cuatro décadas apenas aparece tres o cuatro veces en los registros del Centro de Documentación Teatral. Una de ellas, en 1984, es precisamente otra versión de Donnellan, estrenada en el Lara de Madrid. Ahora la ha retomado para su compañía francesa (capitaneada por Christophe Grégoire y Cécile Lanterne), con la que lleva trabajando diez años. "Siempre elijo las obras inspirado por los actores. Nunca tomo este tipo decisiones en soledad, aislado. Tampoco me guío por criterios oportunistas. No me hago planteamientos del tipo ‘esta obra es perfecta para el momento actual' o ‘voy a aprovechar para lanzar este mensaje a través de ella' o ‘esto es lo que quiero que el público sienta cuando la vea'. No, no funciono así", explica a El Cultural. Con Shakespeare, añade Donnellan, tampoco hacen falta conexiones coyunturales con la actualidad mediática: "Los textos buenos de verdad siempre hablan del presente porque indagan en rincones de la condición humana imposibles de explicar por métodos racionales".



"Dejo que las obras me sorprendan en los ensayos. Cuanto menos las controle, más vivas estarán en escena". D. Donnellan

De hecho, en Pericles el azar y los dioses juegan un papel crucial en una trama rebosante de sucesos. El monarca fenicio, amenazado por las conspiraciones de Antíoco, emperador de Grecia, deja el gobierno en manos de su ministro Helicano y abandona Tiro. A partir de ahí su destino se ve expuesto a todo tipo contratiempos y sobresaltos: naufragios, tempestades, raptos, abordajes piratas, incestos, asesinatos... En mitad de esa montaña rusa se casa con Taisa, la hija del rey Simónides y engendra a su hija Marina, de las que se tendrá que separar a la fuerza en el accidentado periplo de vuelta a Tiro, que emprende tras conocer que Antíoco ha muerto. "En un determinado momento de su vida, Pericles se da cuenta de que ha perdido todo, de que no le quedan asideros, e intenta desesperadamente recuperarlos, reubicarse, pero nada a su alrededor parece ayudarle. Sus esfuerzos son inútiles. Pero después de perder toda esperanza, de pronto, el caos sale al rescate suyo y todo empieza a encajar de nuevo. Pericles es un tipo que no merecía ni el dolor primero ni la redención después", señala Donnellan.



"Shakespeare -continúa- no es sentencioso. Al contrario, nos plantea paradojas. Muchas veces nos empeñamos en huir de nuestros miedos pero esa fuga supone topar con otros nuevos". Eso le sucede a Pericles, que encarna también a la perfección otra paradoja muy humana a juicio de Donnellan: "Somos unos maestros en encontrar fórmulas para desentendernos de la realidad que nos rodea, de ensimismarnos. Creamos nuestra soledad y luego nos quejamos de ella. Las redes sociales, curiosamente, nos han brindado una excelente oportunidad de desaparecer gracias a una excelente oportunidad de comunicarnos".



Donnellan sitúa la historia en la sala de un hospital. El paciente (pronto comprendemos que es Pericles) está seriamente enfermo y la anestesia que le han administrado le hace alucinar. Sus ensoñaciones se corresponden con las trepidantes andanzas del príncipe de Tiro, tal cual las dejó escritas Shakespeare. Donnellan se las apaña para que todo ocurra en el interior de la aséptica estancia, apelando a la imaginación: un orinal vaciado bruscamente sobre su cabeza evoca una tormenta, las enfermeras mutan en pescadores que reaniman a Pericles tras zozobrar su nave... Y en ese plan.



Inspiración y descaro

El regista británico incorpora así la concentración extrema de avatares de la obra, sin descartar apenas nada. Inspiración y descaro nunca le han faltado. "Cualquier ‘lectura' que yo pueda hacer de una obra es artísticamente fútil si no permito que me sorprenda en la sala de ensayos. Cuanto menos la controle, más viva estará sobre las tablas. La vida es lo único que me interesa. La teoría escénica tiene interés en su contexto pero la vida es lo primero". Donnellan siente que es el propio Shakespeare el que le lleva de la mano en los ensayos. Tal es el grado de intimidad que ha ido creando con su espíritu en estas décadas dedicadas a escenificar exhaustivamente su dramaturgia.



La ausencia de Pericles en el First Folio originó algunas dudas sobre su autoría. Hoy los expertos convienen en su mayoría que a partir de la escena 9 la mano del Bardo resulta patente. Y algunos críticos afirman también que contiene algunos momentos culminantes de toda su obra. Donnellan lo suscribe: "El reencuentro de Pericles y su hija [Taisa] es una de las grandes escenas de toda la historia del teatro. Shakespeare es un maestro en estos ‘duetos'. Tiene unos cuantos magníficos y este es uno de los mejores. Es casi un tratado sobre el perdón, el paso del tiempo, la paciencia y todas esas cosas invisibles que, en esa etapa final de su vida, tanto le interesaban y escribía de un modo casi compulsivo".



Fue cuando Shakespeare decidió dejar atrás los traumas y oscuridades de su colección de tragedia. Estos romances tardíos supusieron un punto de inflexión liberatorio. "Creo -dice Donnellan- que este Shakespeare postrero nos intenta contar que por fin ha comprendido que la vida no es únicamente un turbio drama, que existe la posibilidad de la redención. Muchos grandes autores pueden darnos una visión luminosa y esperanzada del mundo, pero son pocos, muy pocos, los que pueden hacer eso sin caer en la sensiblería".



@albertoojeda77