Image: Metálica, hacia la humanidad robotizada

Image: Metálica, hacia la humanidad robotizada

Teatro

Metálica, hacia la humanidad robotizada

10 mayo, 2019 02:00

Carlo Luengo y Marta Guerras en Metálica. Foto: David Ruano

Íñigo Guardamino estrena este viernes en el María Guerrero Metálica, una comedia distópica ambientada en 2044 y en la que los humanos han renunciado al contacto con sus congéneres, sustituidos por robots de todo tipo.

Es la temporada de la consagración de Íñigo Guardamino (Bilbao, 1973). Tras batallar largo tiempo en el circuito off, se le han ofrecido dos grandes escaparates para mostrar su obra. En septiembre estrenó Monta al toro blanco en el Kamikaze, su fragmentario retrato de la decadencia europea, y este viernes presenta en el María Guerrero Metálica, distopía en clave de comedia (“algo negrilla”) llena de robots. Esta última la ha desarrollado dentro del ciclo Escritos en la escena del Centro Dramático Nacional, donde los autores escriben sus textos a golpe de ensayo. “Es la primera vez que trabajo así y me ha gustado mucho la experiencia: permite un contacto más estrecho con los actores, estimula porque estás sujeto a unos plazos precisos y, al contar con medios que no tienes en los teatros alternativos, puedes centrarte exclusivamente en las cuestiones artísticas”, explica a El Cultural.

La paradoja es que trataremos a las personas como cosas y a los robots como personas"

Guardamino ofrece una visión inquietante del futuro, concretada con el espacio sonoro de Fernando Epelde y la escenografía de Paola de Diego, que construyen una atmósfera futurista pero no artificiosa (no hay proyecciones apocalípticas ni efectismos al uso de la ciencia ficción). Los temas centrales que filtra en su trama son el aislamiento, el narcisismo, la deshumanización y la muerte de la empatía. “Son consecuencias del ensimismamiento al que nos ha conducido la tecnología”, apunta. Sostiene la tesis de que las personas rehuímos cada vez más el contacto humano porque nos plantea dificultades. De ahí que en los próximos años, según su ‘profecía', nos aferraremos a las máquinas para proveernos de compañía, sexo, cuidados… “La paradoja es que trataremos a las personas como cosas y a los robots como personas”, añade Guardamino, algo pesimista cuando vislumbra el mundo que se avecina. A su juicio, esta deriva nos hará perder la oportunidad de dedicar más esfuerzos y afectos a nuestros seres queridos. “El tiempo libre que nos dejará la liberación del trabajo lo dedicaremos al mero entretenimiento”, vaticina. De hecho, hay signos que ya hoy fundamentan esa teoría: basta con comprobar la cantidad de jóvenes japoneses enclaustrados en sus habitaciones que esquivan cualquier conexión humana, los llamados hikikomoris.



El más cercano a esta categoría en su obra es un adolescente de 17 años que ha sido criado por robots, en los que sus padres delegaron tal responsabilidad. Contrasta con este joven su bisabuelo, que vivió al margen de la inteligencia artificial buena parte de su vida. Los otros personajes (todos de la misma familia) son un matrimonio sexagenario y una mujer de mediana edad que se redime de una relación truncada con una robot de compañía.

Esta panoplia generacional, encarnada por Pablo Béjar, Marta Guerras, Esther Isla, Carlos Luengo, Sara Moraleda y Rodrigo Sáenz de Heredia, posibilita a Guardamino mostrar distintos niveles del impacto de la inteligencia artifical. Porque ese es el meollo de su pieza: reflejar cómo el contacto con esos sofisticados artilugios altera nuestra condición humana. O en palabras del autor: “Cómo nuestra alma deja de ser algo animado para tornarse metálica”. Su preocupación, al contrario de clásicos del género como Blade Runner, está centrada más en la robotización de la humanidad que en la humanización de la robótica.

@albertoojeda77