La historia del soldado es una curiosa composición de Stravinski que encierra sustanciosos significados. El interés de la propuesta del Festival de Peralada es máximo, tanto por la importancia de la obra cuanto por la ideación escénica de La Fura dels Baus, que recrea una producción proveniente de Lyon en la que se mete a fondo el bisturí a la búsqueda de nuevos efectos, elevando una denuncia y proponiendo una profunda reflexión sobre los conflictos bélicos de hoy.
Propósito que encaja con el sentido, tan abierto en muchos aspectos, de la partitura, nacida en la mente de Stravinski a lo largo de la Primera Guerra Mundial, cuando residía en la localidad suiza de Morges, junto al lago Leman. En 1918 acudió en busca de inspiración a la colección de viejos cuentos y apólogos rusos de Alexander N. Afanasiev y unió dos de ellos en una trama a la que dio forma literaria su amigo Charles Fernand Ramuz. La obra, con su modesto aparato escénico, se estrenó en septiembre de ese mismo año en Lausana bajo la dirección musical de Ernest Ansermet. El compositor se la dedicó a Werner Reinhardt, que apoyaba económicamente la producción.
Nos encontramos ante una obra singular del teatro musical, que puede ser tocada en la versión meramente instrumental preparada por el músico o en una pequeña suite destinada a violín, clarinete y piano. La anécdota es sencilla: un soldado, que se va de vacaciones, engañado por el diablo, cambia su violín (el alma) por un libro de magia, cuya posesión asegura la riqueza. En su tierra natal nadie lo conoce. Más tarde llega a la corte y se interesa por la salud de una princesa. Encuentra de nuevo al diablo y le arrebata el violín, con el que hace bailar a la princesa. Antes de que pueda unirse a ella, el diablo, tras una danza diabólica, la hace desaparecer. Al final, el diablo envía al infierno al soldado.
Del val al ragtime
En torno a este juego teatral, Stravinski construyó una partitura magistral en la que no aparecen por ningún lado los elementos folclóricos rusos que hasta hacía poco se integraban en sus obras, como la inmediatamente anterior, Las bodas. En La historia del soldado lo que se emplea, de manera abstracta e hiperestilizada, son danzas modernas de corte americano o afroamericano: tango, vals, ragtime, elementos derivados del jazz tradicional… La propia configuración del espacio escénico propuesta por el compositor da idea de la originalidad de la obra. En su versión original escenificada hay un narrador (o narradora) –un anticipo de los de Oedipus rex (1927) y de El diluvio (1961)–, que es el que comenta la acción. El conjunto orquestal está constituido por violín, clarinete, contrabajo, fagot, cornetín o corneta de pistones (en ocasiones sirve la trompeta), trombón y percusión.
La composición es, pese a su aparente sencillez, una de las obras más secretas de Stravinski, aunque en ella no haya nada realmente nuevo. Por otro lado, el material, los temas e ideas musicales son simplones e incluso banales. No obstante el resultado es resplandeciente. La música es de una frescura extraordinaria y sostiene a las mil maravillas lo que puede considerarse un arquetipo de fábula. André Boucourechliev, biógrafo de Stravinski, va más allá y opina que es como el arquetipo de la música misma: “Todas esas estructuras, todas esas melodías, todos esos ritmos y hasta la frase en apariencia más trivial –de hecho la más increíblemente refinada (la de la corneta a pistones en la Marcha real, por ejemplo)– representan la música, con su trazado original, su signo, su ideograma”.
La versión de la fura respeta el texto original pero añadiendo pasajes de Jean Cocteau y Paul Valéry
La partitura se divide en once números musicales, repartidos en dos actos o partes. La marcha del soldado inicia la acción. Es una marcheta simple, elemental que combina tres compases diferentes, 2/4, 3/4 y 3/8. Todo es esencial. La segunda parte comienza con la escena cuarta, en la que el soldado intentará curar de su enfermedad espiritual a la hija del rey. La princesa y el soldado están ya casados al comienzo de la escena sexta. Ella le anima para que regrese a su hogar. Lo que se escucha como cierre está a cargo de la percusión, cada vez más presente, sola, fría. Una especie de klangfarbemelodie (melodía de timbres): dos cajas, tambor y bombo.
“El final de La historia del soldado aparece como inmóvil y helado; su inexorable evolución, en el despojamiento absoluto, se inscribe en el vacío. Como el final de Las bodas: solitario y sin alma”, subraya Boucourechliev. En verdad el paisaje que se nos ofrece es desolador. Y hace comprensibles aquellas palabras de Juan Eduardo Cirlot: “Después de la tendencia romántica a la fuga de formas, por embriaguez de nostalgias, y a su grandilocuente dilatación, prima un miniaturismo marionetesco de lúgubre contextura. Es el extremo final –uno de los extremos finales– de la pasión objetivadora”.
En esta revisión de la obra el maligno es presentado como la voz de la inconsciencia, como el alter ego del protagonista, donde el bien y el mal no son agentes externos al soldado, sino aspectos que conforman su personalidad y una muestra de la complejidad humana. La producción se edifica sobre raíces cinematográficas, aunque manteniendo la partitura original de Stravinski y el texto de Ramuz, pero adjuntando pasajes de Jean Cocteau, Paul Valéry y la desgarradora carta de suicidio de Daniel Somers, un soldado que no superó el estrés postraumático tras la guerra de Irak. Una devastadora denuncia que invita a una profunda reflexión y que incorpora imágenes en vídeo de alto voltaje. Colaboran en la dirección de escena Ramón Simo y Valentina Carrasco. El pequeño conjunto de cámara está constituido por músicos de la Orquesta Sinfónica Camera Musicae. Sébastien Dutrieux encarna los tres papeles: Narrador, Diablo y Soldado.