No es que apetezca demasiado encerrarse en una sala de teatro de Madrid, en pleno mes de julio, para meterse entre pecho y espalda un dramón metafísico. El cuerpo (y sobre todo la mente) pide en estas fechas aligerar la carga intelectual y huir de los desgarros emocionales, los traumas lacerantes y los descensos a la locura y la ultraviolencia. Siguiendo esas prevenciones, parece un plan escénico muy sugestivo degustar La extraña pareja, la más conocida comedia de Neil Simon, un hito en la historia de Broadway, donde se estrenó en 1965. Esa oportunidad la brinda el Teatro Amaya y la compañía Calibán a partir del próximo viernes 19 de julio. "Son desde luego unas fechas muy apropiadas para verla", afirma Andrés Rus, su director. "A fin de cuentas, la acción de la obra transcurre en varias tórridas noches de verano de ventanas abiertas en un Nueva York que nosotros hemos trasladado a Madrid. Uno tiene la sensación de que lo que ocurre en escena puede estar pasando en el apartamento de enfrente de su casa".
No estamos en cualquier caso ante un producto bobalicón aderezado con las consabidas gracietas sobre sexo. Rus ensalza las virtudes de un texto capaz de engarzar el pensamiento a una trama ligera y desopilante: "Diálogos inteligentes, ritmo rápido, conflictos cercanos, personajes con los que uno se identifica con facilidad. Neil Simon era un genio en eso. Sabía muy bien cómo hablar de los problemas mundanos de la gente y mezclaba de manera brillante y original la risa y la reflexión, el cinismo y el humanismo. Todo eso está sin duda también en su versión femenina de La extraña pareja".
Se refiere Rus a la que firmó Simon un par de décadas después de la original: los dos protagonistas, encarnados por Walter Matthau y Jack Lemon en la célebre adaptatación cinematográfica de Gene Saks, pasaron a ser dos mujeres. Fue la réplica genial a aquellos que criticaron La extraña pareja aduciendo, como recuerda Rus, que "su éxito se debía a un banal travestismo mental exclusivo para hombres". La obra, contra lo que decían sus detractores, siguió funcionando igual de bien.
"Es una obra perfecta para el verano. Transcurre en tórridas noches y tienes la impresión de que está pasando enfrente de tu propia casa". Andrés Rus
Rus ha optado por esta última, manteniéndose fiel a la historia primigenia pero exportándola a nuestro Madrid. Concretamente, a una de sus calles más emblemáticas: la Gran Vía. En ella está ubicado el apartamento de Olga (Susana Hernáiz), que decide acoger a su amiga Flori (Elda García) una temporada para ayudarla a superar el trauma sufrido por el abandono de su marido. Su situación psíquica es, ciertamente, preocupante: por momentos, piensa incluso en quitarse la vida. Ese piso es el contexto donde estallan sus tensiones (la propietaria es un desastre; la inquilina provisional, por el contrario, es una maniática del orden) pero también opera casi como un personaje más. "El espacio sufre, al igual que las dos protagonistas, una transformación radical a lo largo de la historia. Al principio, la escena es un completo desmadre, como la propia Olga; mientras que en el segundo acto, después de que se haya instalado Flori, vemos cómo todo va cambiando de forma extraordinaria. La intención es crear una atmósfera acogedora, un lugar parecido al de las típicas sitcoms americanas en el que el espectador pueda sentirse ‘dentro’. Nada artificioso pero que, de alguna manera, recuerde a las luces del Broadway neoyorquino".
Un gancho irresistible
En Broadway, precisamente, Simon fue un tótem. Su nombre era un gancho irresistible para el público y los programadores. No hay ningún autor que haya tenido en su cartelera cuatro obras propias simultáneamente. Obtuvo, además, 17 nominaciones a los premios Tony, ganándolo en tres ocasiones. En su cosecha pueden encontrarse títulos tan populares como Descalzos por el parque, La chica del adiós, Un cadáver a los postres, California Suite… Casi todos se mueven dentro de los límites de la comedia romántica, ágilmente dialogada y en clave de farsa. Por otra parte, escribió una veintena de guiones, cuatro de los cuales le valieron la candidatura al Óscar. Siempre tuvo las antenas afinadamente orientadas a las zozobras de sus coetáneos, seres desorientados y contradictorios. Ahí estriba seguramente una de las claves de su éxito.
La escritura de una versión femenina de La extraña pareja demuestra, de hecho, olfato y compromiso. Aunque Rus precisa que su puesta en escena no es feminista. "Sería demasiado oportunista afirmar tal cosa por mi parte". Ha sido congruente con la literalidad y el espíritu del texto. "Simon llevó ciertas descripciones de personajes y conflictos al terreno de la lucha de géneros. Sin embargo, el único alegato que hay es en favor de la amistad y las relaciones humanas. O sea, temas universales que van más allá de una determinada óptica feminista. Al cambiar el sexo de los protagonistas, lo que nos viene a decir, creo, es que somos iguales".