“A la chita callando Elena Fortún escribió, con Celia en la revolución, una de las grandes novelas de la guerra civil”. Lo dice Andrés Trapiello en el prólogo de la edición publicada por Renacimiento en 2016. Y alinea a Fortún con figuras como Chaves Nogales, Clara Campoamor, Carlos Morla Lynch… Representantes de esa tercera España minoritaria y espantada ante la confrontación del 36, atrapada en mitad de una sociedad que se fue radicalizando hasta desembocar en un aquelarre de sangre que desbordó cualquier intento de consolidar la democracia liberal en España. Ahí estriba uno de los grandes atractivos de esta obra que el Centro Dramático Nacional sube a la escena del Valle-Inclán a partir del próximo miércoles, con Alba Quintas (adaptadora) y María Folguera (directora) como artífices del rescate de la más popular autora de literatura infantil y juvenil en nuestro país en el siglo XX. Las andanzas de la traviesa y pizpireta Celia engancharon a miles de lectores convirtiéndose en un fenómeno masivo desde la aparición de sus primeras entregas en el semanario Gente menuda en 1928 (en el 92, Borau y Martín Gaite la desempolvarían para Televisión Española).

“Por eso me ha obsesionado todo este tiempo que llevo inmersa en la novela una pregunta: ¿por qué escogió a su Celia, su personaje de más éxito, el que le daba de comer, para protagonizar un libro que sabía que no se iba publicar durante años?”, confiesa Quintas, que, intrigada, sigue sin perfilar claramente una hipótesis para responder al misterio. Fortún, en efecto, la terminó en el 43, ya en el exilio. Por entonces se podía prever que el régimen de Franco, con la tarea de barrer a sus enemigos del solar patrio muy avanzada, se iba a prolongar por una temporada. Además, como apunta Trapiello, a la escritora madrileña tampoco le interesaba publicarla en Buenos Aires, donde se instaló, porque su perspectiva del conflicto le hubiera podido enemistar con la numerosa comunidad republicana. Puede decirse pues que escribió para sí misma, lo que le dio una gran libertad.

Con su mirada inocente, Celia narra los fusilamientos de falangistas y milicianos y describe la cotidianidad en una españa devastada

Quizá por ese motivo, precisamente, escogió a la díscola Celia, que ya no era una niña en el 36 sino una adolescente de 15 años. Esa mirada juvenil le permitía narrar la tragedia sin filtros ideológicos. O sea, con la inocencia y la máxima honestidad de un testigo directo y hasta cierto punto imparcial entre gentes fanatizadas. Aparecen así fusilamientos perpetrados por los hunos y los hotros, que diría Unamuno. Milicianos y falangistas sedientos de venganza, que irrumpen en las casas y sacan a culatazos a sus moradores.

Paseos, checas, sacas… terror

Los segundos, los del haz de flechas, pasean por ejemplo a su abuelo en Abades, Segovia, hecho que pone en marcha la road movie por la España devastada. La sirvienta Valeriana, Celia y sus dos hermanas pequeñas, de dos y cinco años, parten en burro hacia Madrid para buscar a su padre. El periplo para la joven luego tendrá otras escalas: Albacete, Valencia, Barcelona, Madrid y de nuevo Valencia, desde donde partirá en barco hacia Francia. Fortún traza así una vívida crónica de la cotidianidad en las principales ciudades de la zona roja, algo que recuerda a El laberinto mágico de Max Aub. Pero, hay que consignar, sin su posicionamiento ideólogico escorado a la izquierda. “No es –señala Quintas– una novela sobre las grandes estrategias militares o políticas sino del día a día en las calles, las casas, los cafés…”. En eso remite a Las bicicletas son para el verano de Fernán Gómez, magistral retrato teatral de la carestía en el Madrid asediado, cuyos habitantes han de contar las lentejas por unidades para repartírselas en sus respectivos platos.

Quintas, también autora juvenil (La venganza de Ariadna, La flor de fuego), y Folguera, que en febrero pondrá en escena una biografía de Fortún en Sala Mirlo Blanco del Valle-Inclán, han tenido que hacer un gran esfuerzo para encajonar en apenas dos horas los miles de kilómetros y acontecimientos contenidos en la narración de Fortún. “Hemos practicado un realismo comprimido y acelerado. El reto es que el espectador pueda acompañar al personaje en todo momento sin que se quede atrás y sin que se sienta apabullado”, explica Folguera, que mueve a los diez actores del elenco por una escenografía salpicada de escombros y un hábitat sonoro que recrea la acústica bélica con toques oníricos subjetivos: zumbidos, rumor de oleaje…

“Me obsesiona una pregunta: ¿por qué escogió a su Celia para un libro que no se iba a publicar?”. A. Quintas

Esa era la gran dificultad de la adaptación pero, en contrapartida, han tenido una gran ventaja para consumar el trasvase: el carácter básicamente dialogado de la novela. “Puede decirse que estaba pidiendo a gritos una adaptación”, dice Quintas. Es especialmente valioso el reflejo del habla popular, prueba del fino oído de Fortún, que se reclamaba así heredera de Galdós. “Es lo mesmo… A toos los afusilan por esto o por lo otro”, lamenta Valeriana, la criada. También es notable el detallismo sensorial con que evoca olores, luces, ruidos, paisajes… Consignamos esta descripción, que pronuncia Celia sobre el asno, cuando se van a acercando a un pueblo en su camino a la capital: “Hay olores de madrugada. El humo de la leña de jara que arde en los hogares, la frescura de los regatos, el perfume a resina de los pinos de la sierra. Son como duendecillos que vienen a sentarse en torno de mi corazón, encendido como otro hogar”.

Fusión autora-personaje

Muy interesante es asimismo observar la progresiva mimetización de Celia con su autora. El periplo que realizan ambas durante la guerra es casi idéntico. Aparece además la casita de Chamartín de Fortún y su experiencia bajo las bombas y la metralla en Argüelles, barrio muy castigado por su cercanía al frente. O las conversaciones con Manuel Aguilar, el editor, que antes de partir al exilio intenta retenerla ofreciéndole cierta estabilidad laboral. Puede conocerse bien a Fortún a través de su Celia en la revolución. Los personajes masculinos que la rodean en la ficción son fácilmente identificables en la realidad de la escritora. Quintas advierte que el padre le recuerda mucho a su marido, Eusebio de Gorbea, militar y dramaturgo, que no encajó del todo bien que su mujer le rebasara en popularidad.

Fue un hombre propenso a la depresión que batalló en el Barranco del Lobo, un infierno que probablemente agravó sus inestabilidades psíquicas. Acabó de hecho asfixiándose con gas en Buenos Aires. Otra circunstancia que les golpeó terriblemente fue la muerte de su hijo pequeño con sólo 10 años, varapalo que desencadenó una vena mística en ella cultivada a través de la teosofía. A esta sucesión de trágicos acontecimientos hay que añadir que su hijo mayor (que luchó en la guerra) también acabaría suicidándose en los Estados Unidos.

“Fortún creía que era imposible ser un adulto feliz, por la economía, el matrimonio, los roles de género…”. Folguera

La mujer de este, o sea, la nuera de Fortún, fue la que conservó en este país el manuscrito de Celia en la revolución y también el de Oculto sendero, donde revelaba –a través de otro alter ego, la pintora María Luisa Arroyo– su pulsión lésbica, que tanto le torturó al mantenerla fuertemente custodiada en el armario y que se vislumbra en el montaje cuando Celia se prenda de unas artistas bohemias de aires andróginos. Eran dos textos que había dejado en primera instancia en manos de Inés Field, gran amiga suya en Buenos Aires, cuando la novelista retornó a España. Fortún le pidió que le mandara todos sus papeles menos las obras que le podían comprometer, por lo que ambas se quedaron en tierra. Luego fueron a parar a manos de la mencionada nuera y finalmente las recuperó la biógrafa de Fortún, Marisol Dorao. Aguilar publicó por primera vez Celia en la revolución en 1987, por tanto casi medio siglo después de ser escrita. Oculto sendero vio la luz en 2016, también de la mano de Renacimiento, sello que acaba de lanzar Lo que cuentan los niños, compilación de sus entrevistas a niños trabajadores con las que denunció la explotación infantil en la España del primer tercio del siglo XX.

Unas condiciones laborales injustas que, extendidas también a la población adulta, motivaron la revolución a la que alude el título, que tuvo su primer conato serio en los acontecimientos de Asturias en 1934. Pero puede conjeturarse que Fortún otorgó un significado ambivalente a ese término. Acaso también concebía como revolución lo que luego, pomposamente, se dio en llamar alzamiento, cruzada o sublevación. Es probable que se sintiera víctima, como Chaves Nogales, sujeto potencialmente fusilable a su izquierda y su derecha, del choque de dos revoluciones: la nacionalsindicalista y la bolchevique o anarquista. Alba Quintas, por su parte, prefiere poner el acento en otra revolución: la íntima de la propia Celia, que se revuelve contra la imposición de ser ama de casa tras la muerte de su madre, carga que se le impone en la entrega precedente, la de Celia madrecita (1939).

Luego el personaje tendría que pasar el control de calidad nacionalcatólico. Celia institutriz en América (1944) levantó ampollas porque presentaba una mujer que trabajaba para labrarse un futuro. Así que, tironeada por su editor, la hizo contraer matrimonio en Celia se casa (1950). “Accedió –explica Folguera– a esa exigencia pero decidió rebelarse después. Fortún la casó y la calló para siempre”. Esa fue la última vez que escribió sobre Celia. “En realidad –continúa–, ella pensaba que era imposible ser un adulto feliz. Al cumplir 14 años uno entraba por una puerta que te conducía a la economía, el matrimonio, la responsabilidad, los roles de género… Hacerse mayor, para ella, era una ruina”. Y Celia, en mitad del fuego cruzado de tres revoluciones, lo sufrió particularmente.

@albertoojeda77