Más allá del baile de directores artísticos que ha resucitado la vieja polémica de las injerencias políticas, la escena madrileña sigue moviéndose a una velocidad de vértigo, ofreciendo a borbotones trabajos temática y estilísticamente tan diversos como los que están a punto de estrenar Laila Ripoll, Carlota Ferrer y María Velasco. La primera está ultimando Fortunata y Benito en la sede que la compañía La Joven tiene en Usera, una antigua nave de aires acondicionados que hoy, tras su puerta grafiteada y el rótulo de la vieja empresa de refrigeración, acoge la enérgica labor de decenas de actores y bailarines en ciernes. En sus salas se respira una sana camaradería juvenil. “Son tremendos”, advierte Ripoll, encantada con su elenco. La nueva directora del Fernán Gómez ha citado, a instancias de El Cultural, a sus dos colegas allí. Toca hacer repaso del estado de nuestras tablas. Hay mucha tela que cortar: las injerencias políticas, el baile de directores en los teatros públicos (Ripoll y Ferrer han estado muy implicadas), la proliferación de estéticas, las formas de censura, la hibridación de géneros, el auge de planteamientos posdramáticos…

Pero antes de entrar en esas arenas movedizas, es de rigor sondear sus respectivos proyectos artísticos. Ripoll rema a favor de centenario. Y lo hace con fines didácticos, empeño loable porque ciertamente Galdós le queda cada vez más a desmano a las nuevas generaciones. “Lo que queremos es darle una vuelta para que este público lo deje de identificar con un señor viejo con bigote que huele a meados”, explica asentada ya junto a Ferrer y Velasco en el despacho del director de La Joven, David Peralto, ‘ocupado’ durante las próximas dos horas. Ripoll ha construido una especie de ensoñación a lo Alicia en el país de las maravillas: una bachiller, que debe examinarse de literatura, se queda dormida en el metro y durante el sueño se le aparece el autor decimonónico, que acaba pastoreándola por su universo literario. En su texto salen a colación Fortunata y Jacinta, Miau, La novela en el tranvía, los Episodios Nacionales… “Será un montaje muy movido, muy madrileño y muy urbano”, apunta. Y habría que añadir que muy musical: algunos fragmentos galdosianos serán incluso ‘trapeados’ en el Canal a partir de viernes 7 de febrero.

Ferrer, por su parte, anda ajustando su visión de Así que pasen cinco años al Kamikaze, donde se verá a partir del próximo jueves. En su escenario en alto emergerá una sintésis entre un tableu vivant y un auto sacramental. “Hemos sido muy respetuosos con el original lorquiano. El texto se mantiene en un 85 o 90 por ciento. También intentamos ser fieles a la miscelánea estilística que propone Lorca. Lo cotidiano y terrenal se mezcla con lo abstracto y lo onírico”, aclara Ferrer, que esta vez ha cambiado a su cómplice habitual, José Manuel Mora, por Darío Facal. En su versión, la música tiene también una importancia capital. Apuestan por un eclecticismo extremo en el que conviven composiciones medievales, boleros, rap… Ambos han optado por titular su propuesta con el subtítulo que le puso Lorca a este hito de su teatro imposible: La leyenda del tiempo. “Es más representativo del carácter enigmático de la obra. Además, es clave la certera profecía del Amigo II, que en un determinado momento dice: ‘Dentro de cuatro o cinco años existe un pozo en el que caeremos todos’. La obra es de 1931. Y ya sabemos lo que pasó en el 36…”.

Variantes sexuales

Lorca destila su pulsión homosexual. Lo hace con sutileza, camuflándola con símbolos y juegos surreales. Más descarnada en la confesión de sus diversas opciones sexuales fue Anaïs Nin en sus Diarios. En ellos recoge sus escarceos lésbicos con la segunda esposa de Henry Miller, June Mansfield, por la que experimentó una obsesión incontenible. June ejercía como taxi girl en salas de fiestas del Nueva York de los años 20. Cobraba a los hombres una tarifa por bailar a su vera. De ahí el título que dio María Velasco a esta reconstrucción de un triángulo de amor voraz galardonada con el Premio Max Aub y basada en dichos Diarios y en la abundante narrativa autobiográfica de Miller. Javier Giner, director con particular querencia por Fassbinder y Cassavetes, es quien la está cristalizando en el María Guerrero (se estrena en su Sala de la Princesa el miércoles). A sus órdenes tiene a Eva Llorach (June), Celia Freijeiro (Nin) y Carlos Troya (Miller). “El mío es un texto original en el que es difícil deslindar la realidad de la ficción, algo que ya resulta complicado en cualquier diario y en los alter ego de Miller”.

Libertad de expresión jibarizada

Velasco siente fascinación por estos autores que transgredieron los moldes morales de su época. Y tiene claro que en tiempos como los actuales es importante invocar su valentía artística, rasgo, por cierto, muy acusado también en Galdós y Lorca. “Me gusta decir que es una obra feminista porque demuestra que hubo mujeres que se dejaron la piel para conquistar los derechos que tenemos hoy. Nos hablan desde el siglo XX y supuestamente dejaron zanjadas cuestiones que ahora vuelven a estar en entredicho”, señala Velasco. Es una reflexión que abre un debate de calado: ¿se está jibarizando la libertad de expresión artística por los flancos del ultranacionalismo, con sus valores patrióticos exaltados, y los populismos de izquierda, con su visión muchas veces meramente instrumental del arte?

“Antes se hacían giras que recorrían, por ejemplo, Castilla-La Mancha entera. Hoy no llegas ni a Aljalvir”. Laila Ripoll

Carlota Ferrer. Yo no he sufrido ninguna censura, al menos obvia. Ningún poder ha levantado el teléfono y me ha dicho, ‘Carlota, esto no lo puedes hacer’. A veces creo que hablamos con cierto derrotismo pero hoy estamos muy lejos de la época de Federico. Se ha avanzado mucho. Pero hay que avanzar más, por supuesto.

Laila Ripoll. No creo que esto sea un fenómeno actual porque haya llegado la extrema derecha a las instituciones. No hay una censura directa como en el franquismo pero sí existe una censura económica. Yo hasta hace nada vivía de los bolos y se me abrían las carnes cada vez que había un cambio de gobierno local o autonómico. De eso depende que se te caigan los contratos o no. Me pasó mucho con Cancionero republicano, que era una cosa de lo más naíf, un espectáculo con las canciones que sonaban en los patios en los años 30. Miguel de Molina y cosas así. Recuerdo que en algunos teatros hasta nos pusieron silicona en las cerraduras. Eso te fuerza a que, si quieres comer, te veas obligada a hacer una obra sobre la vida de Lope de Vega porque, si no, en muchos ayuntamientos no te van a programar.

Pregunta. ¿Y la corrección política? ¿No está mermando el marco mental?

L.R. A ver, depende de lo que entendamos por corrección política. ¿Hablamos del lenguaje inclusivo? Pues yo quiero que como mujer se me incluya en la gramática. Al menos es algo que merece una reflexión. Ahora algunos se quejan de que no se puede decir nada porque automáticamente afloran legiones de ‘ofendiditos’. Pero es que esos ofendidos se vienen callando desde hace muchos años y ya se han cansado. Otra cosa es cogérsela con papel de fumar.

María Velasco. A mí recientemente me han confesado que La espuma de los días [en el Espai Lliure a partir del 12 febrero] no entraba en las redes de teatro por injerencias políticas. En el Español, por otro lado, hubo gente que se quejó por los desnudos y eso que estaban advertidos en la web y en el programa de mano. Hubo que indicarlo más ostensiblemente en taquilla. En la campaña en redes sociales no podíamos enseñar ni muslos ni el abdomen femenino. Me chocaba mucho porque yo vivo en Callao y veo cada día los cartelones publicitarios gigantes que cosifican esos cuerpos canónicos, por no decir neumáticos, que muestran. Todo esto es muy peligroso.

C.F. Yo he de decir que Julia de Castro estuvo en el Festival de Otoño con el pecho fuera y no tuvimos ningún problema. Pero es cierto que en las redes sociales se están imponiendo un puritanismo peligroso.

Peligroso también parece que rueden cabezas de directores artísticos de teatros y festivales cada vez que hay elecciones. La de Carlota Ferrer es una de las que ha caído a la canasta tras estar al frente del Festival de Otoño apenas nueves meses. Un lapso a todas luces insuficiente para apuntalar una identidad. “El primer año lo que haces básicamente es escuchar y aprender”, admite Ferrer, queriendo pasar página pero todavía contrariada. “Yo creo que más allá de ser una elección a dedo –yo lo fui por la urgencia– o por concurso, los contratos se deben respetar [ella tenía apalabradas dos ediciones]. Quizá puedan ser más cortos y estar, por supuesto, sujetos a fiscalización regular pero que se respeten si el director elegido está cumpliendo su parte”.

“No puedo publicitar mis obras con un muslo femenino y luego veo en Callao los cartelones con cuerpos neumáticos". María Velasco

M.V. En Madrid parece que se está haciendo una restauración, que la idea es volver a lo que había antes de estos últimos cuatro años, a cosas que ya se han quedado obsoletas. Otro problema es que la precariedad está favoreciendo la rapiña entre nosotros. Yo creo que los concursos son la fórmula menos mala porque más que en un currículo, se deposita la confianza en un proyecto.

P. Pero hemos visto concursos que han estado muy mediatizados por los responsables políticos de turno y que han elegido a figuras afines a su credo ideológico.

L.R: Sí, por eso yo defiendo los de Inaem. Y lo digo con conocimiento de causa porque he estado en dos. Los candidatos deben presentar un plan rector que son tochos considerables. Empiezas a estudiarlos con lupa por la mañana y acabas por la noche. Es casi como elegir a un papa, con su fumata blanca o negra. Y los vocales no son elegidos por políticos sino por los representantes de las asociaciones del gremio escénico. Además, no te dan patente de corso. Cada cierto tiempo tienes que demostrar que te estás sujetando a ese plan rector y si la cagas, asumes la consecuencias. Han permitido que Ernesto Caballero o Helena Pimenta hayan trabajado con continuidad durante ocho años, bajo gobiernos de colores distintos, les gustasen o no.

P. Al margen de estos desagradables devaneos, los teatreros se esfuerzan por insuflarle diversidad y originalidad a la cartelera. Y según Ripoll, Ferrer y Velasco, se está consiguiendo.

L.R: Yo estoy disfrutando mucho. Muchas cosas me sorprenden. Aunque hay que dejar claro que esta variedad sólo existe en Madrid y Barcelona. En el resto de España, las redes autonómicas han desaparecido. El tejido que había antes te permitía salir de tu casa un viernes y no volver hasta 15 días después. Recorrías de un tirón Castilla-La Mancha o Castilla León enteras. Ahora no llegas ni a Aljalvir. En Carrión de los Condes podías estrenar un montaje exigente, ahora como no lleves un monólogo sencillito o Anacleto se divorcia… El público ha perdido la costumbre de ver creación contemporánea.

“Más allá de la elección a dedo o por concurso, lo importante es que los contratos se respeten si el director cumple”. Carlota Ferrer

C.F. Sí, yo de hecho recuerdo que cuando era actriz en La Abadía hacía giras de dos años sin parar, por España y fuera. No tenía ni que hacer castings. Ahora hay sólo seis nombres mediáticos que antes de estrenar ya tienen ochenta bolos contratados. En cualquier caso, sí ha habido un avance evidente. Cuando era una veinteañera e iba a Berlín a ver teatro, lo que encontraba allí no tenía nada que ver con lo que había aquí, quitados un par de creadores. Hoy es patente un ímpetu por explorar. Y lo de hibridar géneros, que conste, es más viejo que la orilla del río.

M. V. Una consecuencia positiva de esta sociedad hiperconectada es el acceso a muchas referencias. Como reivindica Fernández Mallo, hasta en la basura encuentras riqueza. Sin embargo, aunque se habla mucho del auge del teatro posdramático yo veo que lo dramático sigue siendo muy invasivo y que el modelo aristótelico y hegeliano mantiene la hegemónía. Es al que la gente está acostumbrada por las series. Lo que me da esperanza son detalles como lo ocurrido en esta conversación, donde se ha hablado sin establecer rangos de Galdós y el trap.

@albertoojeda77