“La ficción es el mejor camino para poder volcar obsesiones, miedos y deseos”. De esta manera Carolina África (Madrid,1980) ha afrontado Otoño en abril, nueva entrega de su paradójica serie iniciada en 2012 con 'Verano en diciembre' (Premio Calderón de la Barca) que tiene su origen en los talleres del Pavón Kamikaze y que recoge nuevas y actualizadas vivencias del viaje de cinco mujeres a los abisales conflictos familiares. “Ahora que voy a pasar de ser hija a ser madre me pareció una oportunidad fantástica para tratar de dar respuesta a los interrogantes de esta nueva etapa de mi vida e indagar con honestidad en los anhelos y pesadillas que me asaltan en estos momentos”.
África vuelve al Centro Dramático Nacional, esta vez al María Guerrero, para mostrar, hasta el 4 de octubre, un díptico que firma como autora y directora y que se ha convertido en emblema de toda su carrera escénica. “Son dos obras completamente independientes –matiza–. No es necesario haber visto una para disfrutar de la otra. Podría decirse que es una especie de continuación en la vida de estas mujeres”.
Nuevos códigos
Debido a su embarazo, Carolina África no estará sobre el escenario mostrando su faceta de actriz pero veremos en Otoño en abril a Laura Cortón, Pilar Manso (en ambos montajes), Paola Ceballos, Beatriz Grimaldos y Majo Moreno. A la autora le gusta pensar que estamos en el ecuador de una tetralogía integrada por las estaciones del año. “No sé si algún día escribiré las otras dos pero de ser así las llamaré Invierno en agosto y Primavera en septiembre”, adelanta a El Cultural mientras ultima un guion cinematográfico de Verano en diciembre y retoma su versión de El sueño de una noche de verano, que estrenará Bárbara Lluch con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico el próximo 1 de octubre en el Teatro de la Comedia.
Todos los títulos, como ocurre con la mayor parte de la cartelera de este inicio de temporada, debían haberse estrenado antes del “meteorito” de la pandemia, una situación que ha modificado la vida cotidiana. “Si hay algo positivo en estos tiempos –precisa África– es que nos han obligado a todos a hacer un reordenamiento de nuestras prioridades. Somos conscientes de las terribles consecuencias económicas, laborales y sociales, pero nos hemos dado cuenta de que lo más importante es cuidarnos y cuidar a nuestros seres queridos”.
África podría culminar estas dos entregas con ‘Invierno en agosto’ y ‘Primavera en septiembre’, cerrando así una tetralogía
Por eso, y aquí nos devuelve de nuevo a Otoño en abril, “la familia es ahora el único núcleo donde nos relacionamos sin distancia ni mascarilla; se ha convertido en el único espacio para los besos y los abrazos”. Aun así, recuerda, las dinámicas familiares habían mostrado señales de deterioro antes de la pandemia. Nuevos códigos de comunicación –¿o habría que decir de incomunicación?– se habían asomado a nuestras relaciones, marcadas por las redes sociales y la omnipresente tecnología: “De un lado puedes sentirte cerca de tu familia viviendo a miles de kilómetros gracias a las videollamadas pero al mismo tiempo puede producirse una reunión familiar donde ninguno de los presentes hable entre sí porque están absortos en las pantallas de sus teléfonos móviles”.
Con todo, y esta parece ser la tesis que guía a la directora en sus creaciones, este tipo de relaciones tienen algo de imperecedero: “Son el vínculo primario de socialización y su impronta nos acompaña toda la vida”. Para ilustrarlo, se remite a un personaje de Otoño en abril cuando señala: “Eso es la familia. Que, aunque no te guste y te duela cómo es el otro, aunque no te interesen las mismas cosas ni votes al mismo partido político, eres capaz de amarlo”.
Realismo naturalista
Otoño en abril es un ejemplo del compromiso emocional con el que Carolina África afronta todos sus trabajos (interpretación incluida) pero en este montaje con escenografía de Mónica Boromello hay más planos de ficción que en Verano en diciembre (obra que podrá verse el 20 y 27 de septiembre y el 4 de octubre). “El realismo naturalista se combina con un mundo de pesadillas y otro onírico que reconstruye momentos del pasado a través de juegos que considero muy teatrales”.
África se baja de las tablas temporalmente pero no piensa renunciar a ninguna de sus facetas: “Subirme al escenario y defender los textos con mi cuerpo y mi voz es algo apasionante, me hace feliz. Sin embargo, en la soledad de la escritura se produce una intimidad que también necesito para ubicarme. Finalmente, dirigir es la fiesta del encuentro con los otros y del agradecimiento infinito de que otros presten su voz y su cuerpo para dar vida a las historias que he concebido. No puedo ni quiero elegir”.