Juan Carlos Pérez de la Fuente se ha leído todo Galdós, que ya es decir. Su nombramiento, por parte de la Comunidad de Madrid, como director artístico de los fastos conmemorativos en torno al escritor canario le obligó a hacer un rastreo exhaustivo de su obra, incluyendo su prolija correspondencia. Ya tenía un bagaje galdosiano amplio pero ahora es total, o casi. De ese trabajo concienzudo han salido las múltiples actividades (incluidos varios espectáculos escénicos) que se han realizado estos últimos meses en los que hemos celebrado el centenario de su muerte. Después de tanta lectura, de certificar de nuevo que Galdós es mucho más complejo que ese cliché de señoro realista con propensión a la melancolía, no tiene duda de que Torquemada, su tetralogía sobre el usurero don Francisco, “es uno de los títulos esenciales para entender la grandeza de Galdós”. Así se lo dijo a Ignacio García May, al que sugirió que le echara un ojo para ver si intuía alguna opción coherente de mutar las cuatro novelas (Torquemada en la hoguera, Torquemada en la cruz, Torquemada en el purgatorio y Torquemada y San Pedro) en un monólogo.

Un puzle con base coral

“¿¡En un monólogo!?”, exclamó, perplejo, García May ante semejante propuesta, que de entrada le parecía “una cabronada”. Para entender el porqué de este contundente epíteto, hay que tener en cuenta la base coral que sostiene la narración, donde una pluralidad de personajes da su visión del huraño prestamista. “Es como un puzle”, explica May, que en ese detalle encontró la llave para acometer un trasvase a priori imposible. “Entendí que escogiendo un personaje que nos ofreciera su punto de vista para cada una de las novelas la cosa podría funcionar. De hecho, cuando tuve claro cuáles iban a ser, la versión me salió del tirón”. De esta forma, consiguió preservar el concepto polifónico original, aunque concentrado en un cuarteto de voces. Son las de la Tía Roma, anciana que ha servido en la casa del usurero y conoce la trastienda de su enfermiza tacañería; la de Rafael, el joven ciego, hermano de Cruz y Fidela, al que se lo llevan los demonios cuando “el monstruo” aprovecha su fortuna para seducir a la segunda con la intención de engendrar un heredero; la propia Cruz, hermana mayor de la aristocrática –y arruinada– familia Del Águila, que intenta refinar a su cuñado para que medre en política y en el circuito financiero; y, por último, el misionero que le da a Torquemada la extremaunción, no sin antes negociar con él, en un mercadeo obsceno de la fe, la donación de su patrimonio a la iglesia.

“Estamos ante el mejor avaro de la historia de la literatura”. pérez de la fuente

Todos ellos, con sus testimonios, van perfilando al controvertido protagonista. “Durante la novela, muchos de los que hablan de Torquemada lo hacen de oídas (decían que…, me contaron que…). El planteamiento de Galdós para explicarnos quién fue este tipo es muy moderno. De hecho, nos conecta inmediatamente con la deformación de la información y las famosas fake news. Esto me pareció muy atractivo”, añade García May. Lo que se cuenta, así, ha de ponerse en cuarentena. Cada lector, cada espectador en este caso, debe hacerse su propia composición sobre lo que realmente hay dentro del alma de este descendiente del célebre inquisidor (don Francisco alardea de ello, sin dar pruebas). Y aunque en un principio parece sencillo sentenciar (condenar más bien) al miserable sablista, capaz de perseguir a un menesteroso al último de los infiernos para que le pague sus intereses, la tarea se complica a medida que avanza el relato y el cruce de pareceres.

“Es un elemento de mucho cuidado, despreciable, rancio, con un aliento que apesta a cebolla, obsesionado con el dinero, pero somos incapaces de odiarle. Esta paradoja es una de las razones que revelan la grandeza de Galdós”, apunta Pérez de la Fuente. Al escucharle, nos hace pensar en figuras como la de Toni Soprano, con la que el público no supo bien a qué carta quedarse durante los 86 capítulos de Los Soprano. Torquemada tiene también su corazoncito, que vuelca en su hijo Valentín en primera instancia y luego en Fidela.

Galdós nos atrapa con maestría en esa encrucijada. Y García May la remarca en su ‘síntesis’, que encabeza con una frase directamente extraída de la boca de Cruz del Águila: “Nunca es completo el mal, como no es completo el bien”. Jugosa afirmación que entronca nítidamente con el yin y el yang taoístas (en el negro siempre se encuentra un punto blanco y viceversa). Y alcanza, de nuevo, nuestro presente. “Es una sentencia clave. Ataca frontalmente la tendencia actual a la polarización, a la estabulación de las personas a partir de prejuicios maniqueos, algo que se ha agravado con la pandemia”, advierte el dramaturgo madrileño, autor de La ola, donde ya alertaba de esa propensión a las banderías evocando los experimentos desarrollados por un profesor de Palo Alto con sus alumnos en 1967: les demostró de manera práctica que acabar siendo un nazi es más sencillo de lo que creían.

Aves de rapiña

La ausencia de pureza es pues una de las moralejas que filtra Galdós en esta tetralogía. Acaso la principal. Aunque le podría disputar ese rango esta otra: que el afán por acumular bienes en este mundo es un empeño estéril. Queda claro por los desvelos que atormentan a don Francisco, un hombre imposibilitado para la paz interior: siempre hay un moroso al que escarmentar. Por ejemplo, el propio Galdós, mal gestor de su patrimonio, que murió arruinado y, dicen, con los usureros asediando su ataúd. La cercanía a estas ‘aves de rapiña’ durante su vida le procuró, a buen seguro, la materia para escribir Torquemada.

“Es un folletín con una historia poderosa, sin la carga intelectual de la cultura de hoy”. García May

Una obra que, con esas cargas de profundidad moral, “demuestra que el anticlerical que era tenía, sin embargo, un sentido de la religiosidad muy fuerte”, señala Pérez de la Fuente. “Lo que aborrecía era la hipocresía de la cúpula eclesiástica, que, de hecho, impidió que le dieran el Nobel. Hasta Gregorio Marañón tuvo que defenderle diciendo que no veía en muchos católicos que le criticaban el recogimiento que Galdós mostraba en sus templos”.

Torquemada empieza siendo un prestamista de poca monta en los barrios pobres de la capital y acaba encumbrado como senador y marqués. Encarna el paradigma del arribismo social pero, en su lecho de muerte, comprende que su riqueza no le ha otorgado ni un gramo de felicidad. “Esa es su tragedia, y la de buena parte de los seres que lo circundan”, continúa Pérez de la Fuente, que montó en el Teatro Español Fortunata y Jacinta (“Me costó más de una discusión por no hacerla conforme al costumbrismo de mesa camilla”) y Puerta del Sol poco antes del cierre del Albéniz.

En esta nueva aventura galdosiana se apoya exclusivamente en la interpretación de Pedro Casablanc, que se mete en la piel de los cuatro personajes citados, dos mujeres y dos hombres de distintas edades. Es todo un tour de force interpretativo. “Casablanc es una garantía. Un actor con menos fuste podría verse devorado por estas criaturas tan extremas. Él no”, dice Pérez de la Fuente. Casablanc se moverá por un despacho en el que las marcas del paso del tiempo son evidentes: mobiliario cubierto por telarañas y polvo, cortinones decimonónicos, legajos amarillentos… El regista madrileño, que ha dirigido tanto el Centro Dramático Nacional como el Teatro Español, del que salió de mala manera bajo el gobierno de Carmena, confiesa haber invocado en esta puesta en escena a viejos maestros suyos como Francisco Nieva, “otro galdosiano hasta la médula”. Y también amante del Madrid popular, que le chiflaba. En el montaje del Canal estará muy presente la capital. “La idea es reflejar su tránsito de poblachón lleno de charcos ranas y barro a urbe moderna, por el que tanto trabajó Galdós desde la trinchera del periodismo y la literatura”, explica Pérez de la Fuente. Esta modernidad se hará visible a través de neones, que identifica con ese salto urbanístico y social.

Superior a Dickens

Aparte, su intención es reflejar el culto al dinero, una pandemia que infecta a sus ciudadanos y expande un liberalismo económico desbocado en los estertores del XIX. En Torquemada se echan pestes de Madrid por ese motivo. Galdós refleja el hundimiento de los códigos de honor aristocráticos y la eclosión de una burguesía en pos del pelotazo. “También a la institucionalización de la usura mediante bancos gigantescos, cuyos edificios se erigen en esa época como las nuevas catedrales. Todo eso también se verá sobre las tablas”, adelanta Pérez de la Fuente en un estado de aceleración apasionada habitual en él los días previos a un estreno. Su principal objetivo es incentivar la curiosidad por Galdós, a su juicio víctima de los complejos nacionales. “Yo no tengo duda de que este es el mejor avaro de la literatura universal, superior incluso a los de Dickens”, sentencia. May, por su parte, agrega que estamos “ante un folletín con una historia poderosa, que no puedes dejar de leer así que lo empiezas. Es literatura popular, emocionante, nada que ver con la sobrecarga intelectual que padece hoy la cultura”. Un cuento de navidad sin happy end, ambiguo y desasosegante como la vida misma.

@alberojeda77