Animosa y pujante por naturaleza, Laila Ripoll (Madrid, 1964) no ha perdido las ganas en ningún momento desde que al teatro se le pusieron las cosas tan difíciles por culpa del virus. En estos últimos meses, ya al frente de la dirección artística del Teatro Fernán Gómez del Ayuntamiento de Madrid, ha batallado para darle nuevas oportunidades escénicas a Galdós. Ahora arranca el año con otro noble propósito, de mayor calado social: la reivindicación de los derechos humanos a través de un ambicioso ciclo que comienza con Sólo un metro de distancia, de Antonio C. Guijosa, y en el que se podrán ver también Cadena de montaje de Suzanne Labau, Mauthausen, la voz de mi abuelo de Pilar G. Almansa, ...and breathe normally de Julio Provencio, Puños de harina de Jesús Torres, Guerra, ¿y si te pasara a ti? de Janne Teller... Aparte, estrena en el Teatro Español El caballero incierto, monólogo elaborado a partir de una ‘costilla’ de La carne, novela de Rosa Montero.
Pregunta. ¿Qué le sedujo de Josefina Aznárez, la escritora nacida de la imaginación de Montero, para remangarse con un spin off?
Respuesta. En realidad, sedujo primero a Silvia de Pé. Ella me vino hablando de él, completamente enamorada. Me pasó las páginas donde aparece. Pero, claro, eran cuatro. Cuando leí la novela entera, y vi el contexto en el que estaba enmarcado, fue cuando comprobé todo el potencial que tenía, el de una mujer que debe cambiar de identidad sexual para poder vivir en plenitud la creación literaria. Recuerda a María Lejárraga o George Sand.
P. ¿Ha leído ya Montero la versión teatral?
R. Sí, y también se ha pasado por un ensayo. Le ha gustado mucho, está muy contenta. A las tres nos encanta que se haya producido una especie de amalgama en torno a este ser inventado donde ya no está claro dónde empieza la novela y acaba la obra. Esa mezcla es muy sugerente.
P. ¿Usted también ha ido a los ensayos? ¿Cómo es el montaje de Castrillo-Ferrer y José Recuenco?
R. No, he preferido mantenerme al margen. Lo sé por experiencia: el autor en los ensayos genera mucha ansiedad, porque todo el mundo se esfuerza por agradarle. Yo ya hice mi trabajo y ahora a ellos les corresponde hacer el suyo. Tengo total confianza.
P. El caballero incierto es también una denuncia de los impedimentos que sufrieron las mujeres para desarrollarse en ciertos ámbitos. Entronca así con el prolongado ciclo que ha armado en el Fernán Gómez en torno a los derechos humanos. ¿Cuál es su objetivo?
R. Todo mi trabajo previo tiene como base los derechos humanos. Es una fijación. Soy socia de Amnistía Internacional y de Acnur. El mundo hoy está como está… No sé ni cómo conseguimos dormir viendo tragedias como la de los refugiados, sobre todo porque nos pueden pasar a nosotros, en Europa. Ahí están los Balcanes para recordárnoslo o la propia pandemia, que nos ha mostrado lo frágiles que somos. Al hilo de la sugerencia de la ONU de que las instituciones trabajaran en 2021 por la paz y la confianza, me pareció oportuno rescatar obras vistas en el circuito alternativo sobre este tema, como a Sólo un metro de distancia de La Cuarta Pared. Era una manera de darles la oportunidad de que llegaran a otro público. Creo que esto es un deber de los teatros públicos.
Asomados al mal
P. Feminicidios, pederastia, terrorismo, guerra, holocausto, migración… La cuesta de enero en el Fernán Gómez va a ser particularmente dura.
R. Sí, pero es necesario asomarse al mal. Además, no son obras que estén hechas para que la gente acabe arañándose la cara. Son duras pero hay mucho humor y mucha ternura. Es algo que ya nos enseñó Brecht: que un drama es más eficaz si recurre a la risa.
P. Usted se aplica bien el cuento: en El triángulo azul, su evocación de la pesadilla de los presos españoles en Mauthausen, incluía hilarantes números de zarzuela frivolona.
R. Sí, es que el público también se tiene que relajar. Si no, es imposible que entienda. No se trata de machacarle con un desgarro interminable sino de que disfrute de un espectáculo y que, en mayor o menor medida, salga de él distinto. La catarsis…
“En el Fernán Gómez estamos tan volcados con salir adelante que no hay margen para la frustración”
P. Pero ¿realmente el teatro puede mejorar una sociedad?
R. A ver, es una herramienta entre otras muchas. Ya la utilizaban los griegos en su día. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, ¿no? Yo estoy segura de que puede tener un efecto positivo pero no soy una ilusa: el problema del teatro es que es minoritario. Aunque está claro que ir a una sala es una experiencia que toca las fibras y refuerza el sentido de comunidad.
P. La pandemia ha justificado el recorte en nuestros derechos individuales y libertades públicas. ¿Siente el temor de que no los recuperemos intactos cuando todo pase?
R. Me hubiera gustado comprobar que éramos lo suficientemente responsables para cuidarnos sin necesidad de tantas imposiciones pero parece que no. En cualquier caso, sí confío que esos recortes sean reversibles. Eso espero…
P. ¿Está pudiendo escribir todo lo que quiere aun teniendo que ocuparse de la responsabilidad de dirigir el Fernán Gómez?
R. La verdad es que el confinamiento ayudó. Terminé una versión de El caballero de Olmedo para los alumnos de la Resad y aproveché también para documentarme sobre la Guerra del Rif, que es el origen de muchos traumas de nuestra historia. La idea es hacer un espectáculo que cierre la trilogía de El triángulo azul y Donde el bosque se espesa. Se estrenará el año que viene en el CDN. A ver a dónde nos lleva…
P. Quién le iba decir que iba a tener que dirigir el Fernán Gómez en unas circunstancias tan adversas… ¿Qué es lo más frustrante de todo?
R. El equipo del teatro es potente pero poco numeroso. Es como una familia. Estamos tan volcados con que el proyecto salga adelante que no nos concedemos margen para la frustración. Somo unos afortunados. En un contexto en el que cierran teatros y se desmantelan compañías, no nos podemos quejar sino trabajar y ayudar que el golpe sea menor para los teatreros.
P. ¿Y con qué deseo encara el 2021? ¿Paz y confianza, como la ONU?
R. Sólo hay un deseo prioritario: que esto pase, y pronto. Yo estoy mucho en la calle y veo muchas ambulancias y coches fúnebres. Cuando eso ya no esté, podremos remontar.