Dicen que si se leen las once comedias que se han conservado de Aristófanes uno podría llegar a morirse de risa, pero, eso sí, sería un cadáver con una idea exacta de la Atenas de los últimos años del siglo V a. C. De igual modo, quien haya visto los 40 espectáculos que Els Joglars ha construido desde 1962 tendrá, sin necesidad de impresoras 3D, el prototipo de la España contemporánea gracias a su insobornable fórmula elaborada con las dosis exactas (aunque muchos no estén de acuerdo) de sátira, crítica y parodia. De modo que ahora, sabios como se han vuelto, con tanta experiencia, y blindados contra lestrigones y cíclopes de toda especie, los integrantes de la compañía fundada por Albert Boadella (Barcelona, 1943) y dirigida desde hace diez años por Ramón Fontserè (Torelló, Barcelona, 1956) celebran sus sesenta años subiendo a los escenarios ¡Que salga Aristófanes!, una nada inocente invocación al creador de la comedia que estará el 9 de febrero sobre las tablas de los Teatros del Canal.
“Siempre hemos tenido adversarios muy encolerizados. Nos han llamado rojos, traidores y fachas”.
Albert Boadella
Los creadores de Señor Ruiseñor (2019), Zénit (2018) y Vip (2014) nos llevan ahora a un centro de reeducación psicocultural donde José, un catedrático de Clásicas expulsado de la universidad por no seguir los preceptos de sus alumnos, intenta dirigir una performance sobre la historia de Dioniso a pesar de las continuas exigencias de la directora del centro. El docente caerá en la locura pensando que encarna al mismo Aristófanes...
Puro Joglars, puro Ramón Fontserè que, con una escenografía más sugerente que realista, y con la música como gran elemento envolvente, recupera la locura para inspirarse dramáticamente: “Es la forma de meternos en el juego de cuerdos y locos para ver, desde estas ópticas, donde está realmente la locura y la cordura”. Con estos recursos la obra irá transcurriendo por los canales habituales de la compañía, un estilo, una forma de irrumpir en la actualidad, que ahora les sirve para contar cómo en estos momentos, explica el director a El Cultural, los tabús y la nueva moral imperante encorseta y acota lo que se puede decir y lo que no: “El montaje quiere ser un canto a la libertad artística. Contamos las dificultades que nos encontramos ante una sociedad repleta de ofensas que pueden explotar en cualquier momento y que provocan en el artista no ya la censura sino la autocensura”.
El protagonista, interpretado por el propio Fontserè, reivindicará en cada una de sus intervenciones la resistencia a pisar en ese terreno minado –en el que a veces la libertad de expresión es la primera víctima– a fuerza de no ceder ante las continuas “orientaciones” de la encargada del centro, que no quiere incomodar a las distintas sensibilidades del público. Lo ilustra el propio actor con una de las frases del dramaturgo griego disparada desde Las nubes: “Ese aire de ser el ofendido siendo el ofensor resulta inconfundible”. Fontserè considera que Aristófanes pretendía enfrentarse a estos problemas “de máxima urgencia” desde el humor y la belleza: “Lo hacía con un lenguaje muy soez pero al mismo tiempo de un lirismo exquisito. Es exactamente lo que pretendemos con nuestros espectáculos. Hay textos muy actuales. Aristófanes tendría mucho material para sus comedias en la sociedad que vivimos”.
Para Els Joglars (o Joglars, el director nos anima a utilizarlo indistintamente) seguimos en tiempo de hogueras. Y de eso este grupo al que no le pesan las seis décadas de existencia sabe algo. Ahora son las redes sociales las nuevas piras, juzgando a todo el que se atreve a comentar o compartir algún contenido. ¿Qué ha cambiado entonces? La velocidad con la que se hace. Escribir, comentar y compartir se convierte, según el ideario de Joglars, en una tarea de “alto riesgo”.
“He aquí nuestra labor”, precisa Fontserè. “El miedo a ser señalado puede acallarte para que no te castiguen con el fuego del ostracismo. El arte no se debe al cliente. Tal y como dice el protagonista de nuestro montaje, ‘a quien pide que hoy el arte sea correcto es pedir a un elefante ser insecto’. En este sentido no hacemos más que seguir la tradición de Aristófanes de desvelar lo que nos pasa desapercibido y darle foco encima del escenario a partir de un humor que nos ayuda a desacralizar, convirtiéndose así en el mejor antídoto contra el fanatismo y la intolerancia”.
De esto último ha realizado un involuntario máster Albert Boadella, a quien Fontserè achaca el éxito de un proyecto que, gracias a su lenguaje y a su mirada sobre la realidad, han hecho que Els Joglars lleguen a tener un sello propio. Despliega el actor y director tantos adjetivos que se diría que, de entrar en escena en este momento, veríamos al mismísimo Aristófanes.
El Cultural lo encuentra tan receptivo como siempre e igual de “cañero”, preparando una de sus ya habituales entregas que transcurren entre la lírica y el teatro con antecedentes en obras como El pimiento Verdi o Diva . Se atreve a darnos un balance, adelantando que Els Joglars es “un caso insólito en el teatro español contemporáneo” por considerar que no ha existido una iniciativa privada de tan larga duración: “La
proeza más singular de la compañía ha sido conseguir un alto índice de audiencia con espectáculos innovadores en la forma y los contenidos. La creación de obras propias, su dimensión artística y política y su repercusión social han demostrado que es posible un teatro de alta calidad al margen de la cultura de Estado”.
En este cómputo que convierte a la compañía en sexagenaria no podía faltar su enfrentamiento, artístico y personal, con la deriva nacionalista catalana. “Las represalias comenzaron ya en los años ochenta –recuerda Boadella–, pero el boicot se radicalizó a principios de 2000 hasta que nos quedamos sin público en Cataluña. La credencial de ‘traidores’ no ha variado porque allí el mundo de la cultura, y en especial la farándula, es nacionalista”.
Parecida opinión exhibe Fontserè, que apunta a la autoridad como antagonista de su actividad escénica: “El poder y los cómicos nunca se han llevado bien y menos cuando este poder se convierte en un delirio. El arte de Joglars no lo ha frenado nadie, ya que aún seguimos aquí. Hemos lidiado diferentes frentes y, como Aristófanes, hemos contraatacado con nuestras obras. Por eso creo que la intolerancia puede vencerse empleando el humor”.
Humor que Boadella derrama a toneladas en cualquier conversación. Más en esta en la que se trata de recordar y poner en valor lo que se ha conseguido: “Afortunadamente, la compañía siempre ha tenido adversarios muy encolerizados con las obras. Hemos pasado por la ojeriza de todos los sectores. Desde la dictadura a los militares pasando por los clérigos, nacionalistas y progres. Nos han llamado rojos, sacrílegos, traidores, desvergonzados y fachas. En el mundo intelectual a quien menos gustamos es a los escritores. Quizás porque hemos puesto en tela de juicio y con éxito la excesiva intervención de la literatura en el teatro”.
Ni Boadella ni Fontserè parecen invadidos por la nostalgia, ocupados como están en sus propios trabajos actuales. Sin embargo, el primero echa de menos las corrientes que buscaban la esencia del teatro en los 60 y 70 como arte instigador de los sentidos: “Esto se ha perdido y lo demuestra la gran expansión de la danza, que viene a sustituir esta deficiencia del teatro actual. Hay un exceso de bla, bla, bla”.
Fontserè destaca de aquellos comienzos “cierta irresponsabilidad” que ahora ha sido sustituida por una mayor presión: “Siento mayor respeto por cada cosa que hago. El camino recorrido me ha enseñado muchísimo. La actualidad nos confirma la necesidad de este ritual que es el teatro”.
Que salga, pues, Aristófanes y que hable (o no) con sus propios gestos y palabras, con esas sentencias aleccionadoras que sirven ahora de espíritu propulsor para celebrar estos prodigiosos y fértiles años de Els Joglars: “Por mucho que os empeñéis nunca vais a lograr que ande recto el cangrejo y jamás vais a hacer liso un erizo que pincha”. Els Joglars, año 60.
La polémica en cuatro asaltos
Cada obra que ha ido estrenando Els Joglars en estos 60 años ha llevado su dosis de polémica. La mayor de todas fue, sin duda, La torna (1977), que llevó a la compañía y a Albert Boadella a la cárcel y al exilio, con consejo de guerra incluido, en plena Transición. De fondo, claro, la pena de muerte. En 2005, tras un desagradable pleito, Boadella cerró el caso con La torna de la torna. No faltó tampoco el disgusto de los sectores más conservadores, especialmente de la Iglesia, con Teledeum (1983), una obra en la que se reproduce un ensayo televisivo que reúne a varios representantes de varias confesiones. El sarcasmo no comulgó bien con ciertas creencias. A la que no faltaron “jaleos y denuncias” fue a Virtuosos de Fontainebleau (1985), una divertida visión de los tópicos que exportamos a Europa, en especial a Francia, que también hizo historia. Pero fue Ubú President (1995) la que desató los elementos. Con Operación Ubú como precedente, Boadella consumó su sátira hacia el pujolismo y alrededores.