¿Realidad o relato? Es una vieja disyuntiva que de un tiempo a esta parte se ha acentuado sobre todo debido a las redes sociales y al postureo al que estas invitan (incitan). A ser ‘protagonista’ de tu propia vida de una manera sobredimensionada, excesiva, lo que obliga a tunearse antes de asomarse al escaparate digital. El mal de la montaña, del autor argentino Santiago Loza, plasma esta disonancia, como podremos comprobar a partir del próximo jueves en el Teatro Español (Sala Margarita Xirgu).
Sobre este paródico (y parabólico) texto se pusieron en su día manos a la obra Francesco Carril y Fernando Delgado-Hierro, directores del montaje a la vez que intérpretes del mismo, compartiendo elenco con Luis Sorolla y Ángela Boix. El cuarteto da vida en las tablas a un grupo de jóvenes ensimismados en sus obsesiones y con serias dificultades para comprender al ‘otro’.
Esta tensión entre la perfección impostada y –con perdón– la puta realidad se muestra a bocajarro en la primera escena de la obra, en la que Manu (encarnado por Carril) describe a su amigo Tino (Delgado-Hierro) el momento en que él y Pamela decidieron poner término a su relación sentimental. Lluvia fina, una avenida vacía, luces de coches que pasan... “La ciudad se complota poéticamente para despedir el amor”, dice Manu. Y de repente un mendigo se pone a mear sobre la peana del monumento equino de un rey y arruina la pátina de perfección melancólica. Manu no se puede quitar de la cabeza semejante ‘desastre’ estético. Que en realidad es un desastre psíquico. “En esto radica su sufrimiento: no se puede tomar en serio a sí mismo porque, al espectacularizarla, su propia intimidad deviene en parodia”, apunta a El Cultural Delgado-Hierro, que ya participó como intérprete en otra obra de Loza, He nacido para verte sonreír, dirigida en La Abadía por Pablo Messiez.
No está claro que Loza quisiera confeccionar un retrato generacional de los treintañeros de hoy (Carril y Delgado-Hierro lo son) pero a juicio de ambos de algún modo lo consigue. La obra les refleja, porque la gente de su edad, como los personajes de El mal de la montaña, “es ansiosa y obsesiva”, explica Carril, actor fetiche de Jonás Trueba (La reconquista, Los ilusos…) que también desarrolla a la par una fecunda carrera como director teatral (en 2007 fundó su propia compañía, Saraband). Ambos tenían ya ganas de trabajar juntos y Loza, con el que han mantenido estrecho contacto durante el proceso creativo, los ha puesto por fin en la misma órbita.
En El mal de la montaña hilvanan los diálogos de los cuatro protagonistas, que, en realidad, son monólogos dada su falta de atención hacia el exterior. “Se quedan estancados en un recuerdo, un olor, una imagen que no les permite avanzar. Lo obsesivo es egocéntrico por naturaleza”, señala Carril, que junto a Delgado-Hierro ha armado una puesta en escena que tiene algo –describe este último– de “impasse entre la cabeza y el cuerpo”. Desde ese limbo, disparan las imágenes de Loza, “que son de una precisión que a veces duele”, sentencia Carril.
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