En 2016, se conjuntó un tridente de postín en La Abadía para revivir a Juana la Loca. Ernesto Caballero escribió, Gerardo Vera dirigió y Concha Velasco, muy metida en el papel, encarnó a esta pieza sobrante de la monarquía española que fue ‘aparcada’ en un palacio de Tordesillas para que no molestara demasiado con sus presuntas patologías psíquicas.
En aquel montaje sobrio y certero, Juana hacía balance de su vida, evocando los momentos más determinantes, con lo que se aunaba la ‘instrucción’ historiográfica y la emoción humanista. El planteamiento de Alfonso X, la última cantiga, que se estrena en el Teatro Lara de Madrid este miércoles, recuerda mucho a aquel precedente: otro tótem del linaje real castellano que comparece en las tablas en la recta final de su vida, abandonado por los suyos.
Jesús Lozano, que en esta aventura hace simultáneamente de Caballero (el texto es suyo), de Vera (la puesta en escena lleva su firma) y de Velasco (da carne y voz al Rey Sabio), trae a colación los hitos de la tragedia que arrastra: su cáncer maxilofacial; la muerte de su primogénito Fernando de la Cerda, sin cumplir los veinte años; la guerra civil contra su segundo hijo, Sancho; la huida de su mujer, Violante de Aragón, con sus nietos, los infantes de la Cerda; el ajusticiamiento de su hermano Fadrique y de su supuesto amante, Simón Ruiz de los Cameros, por orden del rey; las traiciones de sus hermanos Felipe y Enrique y otros amigos íntimos aliados con nobles insurgentes para derrocarlo; las invasiones de benimerines por el sur y de franceses por el norte; la pérdida definitiva de sus aspiraciones al trono del Sacro Imperio Romano Germánico por el que luchó denodadamente…
“Todos estos sucesos, sin duda, son más que suficientes para plantear una obra dramática de gran calado”, concluye Lozano, que los desarrolla básicamente a través de distintos monólogos salpicados por algunos diálogos con la reina (Inma Cedeño), la juglaresa (Sara Marina) y un guardia real (Ivo Blanek).
“Hemos querido reflejar el sesgo humano de un rey, un gobernante, que siendo un hombre culto, educado y amable, guerrero y amante en su juventud, llega a convertirse en un rey iracundo en ciertos instantes. Sin duda, sometido a fuertes dolores provocados por su enfermedad que le llevaron a tomar decisiones erróneas o a no tomarlas en su debido tiempo, atenazado por la duda en una especie de juego hamletiano, navegando por estados de ánimo contrapuestos, pasando del llanto al enojo, de la depresión a la exaltación de los sentidos, del amor al odio...”.
Una alternancia de humores y estados emocionales que se escenifican a través de siete cuadros, cada uno de ellos precedidos por cantigas compuestas supuestamente por este monarca amante de las artes. El director del ensemble movilizado para tocarlas es Emilio Villalba, al que acompañan, con réplicas de instrumentos de época, Sara Marina, Belisana Ruiz e Ivo Blanek como músicos de la corte.
“La interpretación de las cantigas es un modo de hacer justicia a la ingente labor en favor de las artes y de las ciencias con las que Alfonso X instauró todo un renacimiento cultural en pleno siglo XIII, aquí...”, apunta Lozano. Aunque deja claro que no se trata de un panegírico de sus muchos méritos artísticos, jurídicos y científicos, sino de un viaje al interior de su alma atribulada.