Bernarda Alba, una dictadora fascista en casa
José Carlos Plaza hace de su adaptación de La casa de Bernarda Alba en el Español un alegato contra la extrema derecha
6 mayo, 2022 03:04Noticias relacionadas
Cuando se le pregunta a José Carlos Plaza (Madrid, 1943) cuál es el motivo que le ha empujado a remangarse con La casa de Bernarda Alba, su respuesta es clara y concisa: “La vuelta del fascismo”. Para él, el texto de Lorca es un aviso. “De que cuando un régimen represor elimina, mediante la manipulación y el engaño, cualquier capacidad del ser humano para el discernimiento y para entrar en contacto con la realidad la consecuencia inevitable es la muerte. Lorca lo transmite a través de esa figura terrible que es Bernarda [Consuelo Trujillo]”. Una dictadora que, a la muerte de su marido, somete a sus hijas a un encierro doméstico asfixiante.
“En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo”. Es su sentencia, el dictado atávico que cae como una losa entre la prole femenina: Angustias (Ana Fernández), Magdalena (Ruth Gabriel), Amelia (Montse Peidro), Martirio (Zaira Montes) y Adela (Marina Salas). La casa de recios muros que habitan se transforma así en una olla a presión de deseos enquistados, magma propicio para una tragedia que podrá verse a partir de este viernes, 6 de mayo, en el Teatro Español.
El propio Plaza, que se curtió en el universo lorquiano como ayudante de dirección de Miguel Narros, firma la adaptación del original. Asegura que su intervención ha estado presidida por el respeto, aunque ha intensificado la sensación claustrofóbica mediante el destierro de cualquier presencia exterior: las vecinas, los segadores… El público, así, ejerce como esos otros personajes que orbitan alrededor del emponzoñado feudo de Bernarda. Es una licencia que autoriza su amplio bagaje en la obra de Lorca, del que ha montado Bodas de sangre, Yerma, Romancero gitano… “Ojalá que que me queden muchos más por hacer. No creo, por mi edad, pero no será por falta de ganas”, apunta el veterano director madrileño, que compara a Bernarda con Saturno devorando a su hijo. “Pienso en Goya, sí”.
Clausura atávica
Aunque en la puesta en escena lo pictórico se concreta en los frescos de ninfas ajadas pintados en las gruesas paredes. No es una licencia arbitraria sino traída del propio texto. Concretamente, de la primera acotación: “Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda”. Por otro lado, el realismo simbólico que rezuma la obra también cristaliza en un viejo tronco cortado que Plaza ubica en un lateral del escenario: representa las raíces podridas imposibles de extirpar y que condicionan (contaminan más bien) el presente de las hijas-reclusas. “Bernarda hace lo que hicieron con ella, ni más ni menos”, señala Plaza, que a la postre nos traslada a otra de sus querencias: el teatro griego. El vestuario, que de entrada tiene un punto historicista, enmarcado en torno a 1936, muta de manera sutil. Los personajes aparecen ataviados al final con túnicas blancas. Es una blancura que tampoco es un capricho sino el cumplimiento de una indicación del poeta de Fuente Vaqueros.
Por él siente devoción Plaza. Formado en psicología en la Universidad Complutense, bucea lo más hondo posible en el sustrato freudiano de las criaturas manadas de su dramaturgia. Toda esa batalla en el subconsciente, con el yo más íntimo aprisionado, le resulta un terreno abonado al teatro. A las actrices les pide que digan el texto “desde muy adentro”. “Lorca –concluye– es el arte con mayúsculas. Nada que ver con ese arte tan cotidiano, tan de tomar café, que impera hoy. Cada frase suya es una metáfora; cada situación, un canto; y el dolor profundo lo transforma en teatro puro”.