Lo explicaba atinadamente Ignacio García, director del Festival de Almagro, cuando dio a conocer que Lluís Pasqual era el galardonado este año con el Premio Corral de Comedias. Decía del regista catalán que ha sido a lo largo del último medio siglo una especie de puente entre el repertorio clásico y las formas de las vanguardias. Alguien que ha vivificado sobre las tablas a Shakespeare y Lorca. Y a autores más circunscritos al hábitat natural de la cita manchega. Es decir, el legado barroco español.
Ahí están sus picas en títulos icónicos como La hija del aire (Calderón) y El caballero de Olmedo (Lope), que puso en escena a mediados de los 80 tanto en el Festival de Aviñón como en el Odeón de París. Ha sido pues también un embajador del repertorio áureo, otro mérito que legitima la distinción almagreña. Antes de ser ungido en el festival el próximo día 30, Pasqual habla con El Cultural de su relación con los clásicos, de su hartazgo del realismo de telediario del teatro actual y de aquel capítulo turbio que fue su salida del Lliure, llevada con mucha discreción por su parte.
Pregunta. Ignacio García asegura que usted ha marcado a varias generaciones de actores y directores. ¿Percibe esa huella a su alrededor?
Respuesta. Del teatro suele quedar poco, apenas lo que permanece en la memoria del público. Por eso yo siempre lo tengo muy presente. Al dirigir, soy su representante, un filtro de lo que llega desde el escenario. Ese es mi oficio: transmitir una poética, la respiración de un autor, a los actores para que luego estos la compartan con la gente. Se transmite de persona a persona. Es verdad que hay escuelas pero estas son solo una base para desarrollar un camino personal.
P. Afirma que cuando se levanta un clásico en España es como hacerlo la primera vez siempre. ¿Por qué?
R. El teatro tiene dos elementos: los que lo hacen y los que van a verlo. Yo me refiero más a este segundo. En Francia e Inglaterra, donde tiene un repertorio clásico tan rico como el nuestro, los niños lo aprenden en el colegio. Incluso lo representan ahí. La cultura debe tener siempre un mismo prólogo: la educación.
P. A buena parte de su generación le costó comulgar con el repertorio áureo, que asociaba a un concepto casposo de España preponderante durante Franco. ¿Cómo se curó de aquello?
R. A mí me salvó un profesor del colegio (vuelvo ahí de nuevo), que por iniciativa propia nos leía todos los días un capítulo de El Quijote. Así comprobamos lo divertido que era. Pero somos un país muy desmemoriado para nuestro legado cultural.
"El corral de comedias refleja la definición de Teatro de Lope: cuatro tablas, dos actores y una pasión”
P. ¿Qué aporta este inagotable caladero de títulos del Barroco al espectador de hoy?
R. Nuestros clásicos solo tienen un problema: que fueron escritos al calor de la Contrarreforma. En ellos se exalta a Dios y se da mucha importancia al honor, generalmente localizado en los muslos de una doncella. Son dos temas que hoy no nos tocan tanto. Pero, aparte de esto, hay otros valores que estamos perdiendo, y que son imprescindibles, como la solidaridad y la lucha, que se pueden entender muy bien con Lope, Calderón… También la admiración por las mujeres. Es algo que nos entra por los poros de la piel y nos enriquece.
P. Estudiar en la universidad filología también le ayudó mucho a valorar esta tradición, ¿no?
R. Sí, por ejemplo estuvimos un año entero sumergidos en La Celestina. Ese es el poso desde el que luego uno despega. Pero no hace falta ir a la universidad. Pienso en Lorca y La Barraca, que recorría los pueblos miserables de una España analfabeta representando a Calderón. Aquellas gentes entendían que esas historias formaban parte de su espíritu y de un patrimonio propio. Igual que cuando vemos una iglesia románica en medio de La Mancha o en Los Pirineos.
Versos con verdad
P. Uno de los grandes retos al representar a nuestros clásicos es que el verso suene natural, que no se quede en la filigrana oral. ¿Cómo manejó usted esta ‘tensión’ al hacer El caballero de Olmedo con la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico y La hija del aire con Ana Belén?
R. Reconozco que me ha influido mucho el trabajo con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, empeñada desde hace años en dotar al verso de verdad. En superar aquello que se llamaba recitar o, como decían algunos críticos, ‘renglonear’, que era lo que hacían ciertos actores: decir el verso de modo que sonara bonito y musical pero no enterarse de nada. El verso no es un corsé; es, aunque parezca esto un anuncio de Red Bull, algo que te da alas y que puede elevar al público a otra dimensión. Los intérpretes levantan sus pies 20 centímetros por encima del escenario. Hemos mejorado muchísimo en las últimas décadas, en el escenario y en las butacas. Y eso es fundamental, porque teatros como el inglés o el argentino no son de primera calidad solo por sus actores sino también por el público que va a verlos.
P. Escenificó ambas obras en Almagro, pero no en el Corral de Comedias, ¿no?
R. No, ninguna. El caballero de Olmedo lo he hecho tres veces. Una, en 1985, en Aviñón, para tres mil personas, con mucha épica y muchos caballos. Luego en el Odeón, al año siguiente. Y finalmente, a propuesta de Helena Pimenta, una versión más pequeña y más lírica, muy apropiada para el Corral de Comedias. Pero no tuve la suerte de hacerlas en este espacio, que nos muestra lo importante que era el teatro para la sociedad que lo construyó. Esta hizo algo perfecto, tan perfecto como el Globe de Londres. Es un edificio que pone al actor en el centro y refleja perfectamente la definición que dio Lope del teatro, la mejor de la historia sin duda: cuatro tablas, dos actores y una pasión.
P. ¿Qué otra pieza del repertorio barroco le gustaría añadir a su currículum?
R. La vida es sueño. Me parece como la hermana de El rey Lear. Una catedral, como la de Burgos, con su enorme complejidad y, al mismo tiempo, su enorme simplicidad. Es un monumento artístico, político, sociológico, filosófico… Está llena de preguntas con sus respuestas.
P. Lamenta que el teatro de hoy se parece mucho a Informe Semanal. ¿Por qué?
R. Lo que digo es que muchas de las cosas que me cuentan en el teatro en dos horas me las cuenta mucho mejor el Informe Semanal en diez minutos, dándome más información e imágenes reales. El teatro ha de ser subjetivo y mantener siempre su relación directa con la poesía. No hay que olvidarlo.
P. Hace ya cuatro años que salió del Lliure en circunstancias muy controvertidas. ¿Ha conseguido metabolizar del todo aquel capítulo?
R. Sí. Si no lo hubiera hecho, sería un enfermo. Las gentes del teatro vivimos siempre en el aquí y en el ahora. Por eso no tengo nostalgia. No pienso que el pasado siempre fue mejor. Si piensas así, no te puedes dedicar a esto.