Dice Juan Carlos Rubio que nunca trabaja creyendo que lo que va a aportar sea valioso. Es un punto de partida humilde que a la vez resulta cabal cuando lo que toca es esculpir una versión de un texto de Shakespeare. “No se puede mejorar su genialidad”, asume con sensata deportividad. “A mí lo que me mueve es un criterio egoísta: este tema me interesa y voy a por él”. Y lo que le interesaba esta vez era darle un giro sustancial a El rey Lear. En un aspecto concreto: que el monarca protagonista no fuera un hombre sino una mujer. Una modificación radical bajo la cual subyacía una pregunta: ¿son mejores los métodos de ellas a la hora de gobernar?
Hay casos en las democracias occidentales recientes (Merkel, Thatcher...) que inducen a pensar que la diferencia no existe. “A lo largo de la historia ha habido reinas y presidentas, pero la aplastante presencia masculina, el patriarcado, ha marcado claramente unas líneas de comportamiento heredadas de generación en generación (por hombres y mujeres) como una ley inalterable”, argumenta Rubio.
Aclara que el espectáculo, con un elenco encabezado por Mona Martínez metida en la piel de la reina, no se ha concebido con el fin de brindar respuestas empaquetadas sino para dejar cuestiones flotando en la atmósfera. Una atmósfera que se ocupa de cristalizar Natalia Menéndez, máxima responsable artística del Teatro Español –donde la obra se estrena el próximo jueves 15– y directora del montaje. Rubio, que la conocía desde los tiempos mozos en que ambos estudiaban en la Resad, le explicó su idea hará unos tres años y le enunció a su vez el firme deseo de que fuera ella la que le diera forma escénica.
[¿Qué hubiera hecho Shakespeare con el populismo?]
A Menéndez le entusiasmó el proyecto y, en comandita, se pusieron manos a la obra. Menéndez no solo se ocupa de la puesta en escena, que Rubio describe como “un carrusel de sensaciones y de belleza”: cada vez que iba a un ensayo, asegura a El Cultural, salía “conmocionado”. También ha sido una interlocutora participativa en el proceso de escritura. “De muchas charlas, lecturas, argumentaciones y cafés nació la estructura de este texto, su carne y su sangre”, confiesa el director y dramaturgo cordobés, que el 23 de septiembre presenta además en el Palacio de Festivales de Santander El inconveniente, con Kiti Mánver y Cristóbal Suárez. Se trata de una revisión de su obra 100 metros cuadrados, que también dio origen a un filme lanzado ya con el título actual de El inconveniente (sirvió, por cierto, para que su director, Bernabé Rico, fuera nominado en los Goya).
Inyección de esperanza
Pero volvamos a la confección de esta Queen Lear, que tiene como particularidad añadida que se ha nutrido de otros textos del Bardo de Stratford-upon-Avon como Hamlet o La tempestad. Rubio estuvo peinando sus obras completas (“qué gran placer”) y lo que le inspiraba y creía que sustanciaba el conflicto de ‘su’ Lear lo incorporaba a la cazuela. Ha sido pues una labor de bricolaje dramatúrgico guiada por el afán de ofrecer nuevos ángulos del clásico intemporal.
Rubio no quiere pronunciarse sobre el lugar qué ocuparía esta pieza en concreto en un potencial escalafón de la dramaturgia de Shakespeare. “Es perder el tiempo. A mí me interesa todo lo que ha escrito, incluso sus errores son aleccionadores. El rey Lear es un texto plagado de virtudes, un gran fresco de la condición humana”. Aunque el autor de Las heridas del viento no se ha privado de alterar otro aspecto capital en su trama, que no contiene ni una gota de esperanza. “Nosotros hemos introducido la semilla de la posibilidad (real o no) de la bondad. Necesito creer en que las cosas pueden cambiar e ir a mejor”