No, no es una hiena. Es un coyote. Nos encontramos al sur de California, el verdadero Oeste, a unos 65 kilómetros de Los Ángeles. Pese al revuelo que provoca la llegada de más miembros de la manada, el ruido de los grillos continúa y se une a la sinfonía animal que entra en la cocina de la casa donde discuten los hermanos Austin y Lee. Treinta y tantos años frente a cuarenta y tantos, un guionista frente a un buscavidas, un hombre de familia frente a un trotamundos. Uno está iluminado por la luz de una vela, al otro lo vemos gracias a la luz de la luna que entra por la ventana... El drama familiar, su eterna rivalidad, hierve como un caldo mezclado con cerveza.
Así, sin muy poco esfuerzo, con trazos crudos y surrealistas –expresados mediante una puesta en escena en la que predomina un lenguaje duro y directo y a la que el autor no permite añadir “objetos que llamen especialmente la atención”–, nos adentramos en el mundo de Sam Shepard (Fort Sheridan, Illinois, 1943-Midway, Kentucky, 2017).
Es True West, que se estrena el 28 de octubre en las Naves del Español (después de haber pasado por el Centro Niemeyer de Avilés el pasado mes de diciembre) con la adaptación de Eduardo Mendoza, la dirección de Montse Tixé y las interpretaciones de Tristán Ulloa (Lee), Kike Guaza (Austin), José Luis Esteban (Saul) y Jeannine Mestre (madre).
“El teatro de Shepard, que conozco desde hace mucho, se caracteriza por su agilidad, por su dureza y por su humor. No hay mensaje, es un pedazo de realidad”, señala a El Cultural Mendoza. “Creo que se trata de una comedia de espejos donde dos hermanos, que rivalizan de un modo brutal e infantil, se enfrentan porque se admiran y se desprecian, quizá porque se odian o quizá porque se quieren. La épica de las llanuras desiertas se contrapone a un penoso guion de película que probablemente nunca se rodará. El desierto inabarcable proyecta su dimensión en una habitación cochambrosa. Con muy pocos elementos, Sam Shepard construye una obra imprevisible y dinámica”, añade el autor de Transbordo en Moscú (Seix Barral) y Premio Cervantes de 2016.
“Shepard se caracteriza por su agilidad, por su dureza y por su humor”. Eduardo Mendoza
Estrenada en 1980, Shepard escribió True West con la intención de resaltar un tema que le ha marcado a fuego: la identidad. Trabajaba entonces como autor residente en el Magic Theatre de San Francisco. Con esta historia consolidaría su prestigio como escritor en la narrativa estadounidense, donde se le empezó a reconocer gracias a la complejidad y profundidad de sus personajes, a su estilo rompedor, a su planteamiento subversivo y a sus licuadas dosis de imaginación.
“La búsqueda de identidad de uno mismo, el sueño americano, el deseo de ser lo que no eres, de ver el jardín más verde en el vecino, son cuestiones universales que siempre nos interpelan”, explica Tixé, para quien True West es “una historia de perdedores que tratan desesperadamente de encontrar su auténtico yo”.
A la situación de colapso que viven los hermanos protagonistas se añade también la presencia de un productor farsante, Saul, y una madre que pondrá el contrapunto al final de la obra, cerrando así el círculo de una familia completamente arrasada y disminuida. “A Tristán le conocía bien. No tiene miedo a llevar su trabajo como actor más allá de su zona de confort. Kike Guaza, José Luis Esteban y Jeannine Mestre han sido un veredadero descubrimiento”, reconoce la directora.
Coproducida por Octubre, Tantakka y Bitò, el montaje cuenta, siempre según Tixé, con una puesta en escena seca y austera, con toques terroríficos, violentos y con detalles y acentos del género más negro: “El texto deja descolocado al espectador en muchas ocasiones con sus diálogos mordaces y con escenas capaces de llevar al límite lo cotidano. Es trepidante. Como todo el teatro de Shepard”.
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Puede que True West sea representativa de una forma de hacer teatro (mordaz y trepidante, como subraya Tixé) que se encuentra en la mitad de la producción de un autor que puede exhibir títulos que recorren varias décadas, entre los que se encuentran Curse of the Starving Class (1977) y Buried Child (1978), que algunos críticos agrupan en una suerte de “trilogía familiar” que cierra la obra que nos ocupa.
El impacto creativo de Shepard no acaba en el teatro. Son muy conocidas sus apariciones como actor (Magnolias de acero, El informe pelícano, El diario de Noah...), como guionista (Renaldo y Clara, París, Texas...) como escritor (Anagrama ha publicado obras como Crónicas de Motel y Rolling Thunder) e incluso como músico (con varios musicales en su haber y colaboraciones con Bob Dylan). No, no es una hiena. Es el viejo coyote, que vuelve a aullar en Madrid.