Acababa de ganar Jair Bolsonaro las elecciones de Brasil, hace cuatro años, cuando la Comédie de Ginebra le propuso a Christiane Jatahy (Río de Janeiro, 1968) abrir la temporada de su nuevo teatro. La cineasta, directora de escena y autora brasileña no daba crédito al veredicto de las urnas. “Fue una sorpresa, la verdad. No pensábamos que pudiera llegar al poder. Fue, por tanto, también una lección: no habíamos sabido ver un cambio progresivo en la sociedad brasileña que se reveló con aquel resultado que traía el fascismo. Aprendimos que nunca debemos bajar la guardia”, explica a El Cultural la última ganadora del León de Oro de Teatro en la Bienal de Venecia. En ese momento, se le ocurrió que tal mutación en la conducta y los objetivos de sus compatriotas le recordaba a Dogville, la terrorífica película de Lars von Trier protagonizada por Nicole Kidman.



Recordemos: Grace, la protagonista encarnada por la actriz australiana, huye de unos mafiosos y se refugia en un pequeño pueblo. Sus habitantes, de entrada, se muestran hospitalarios y afables, acaso un punto desconfiados, sí, pero con voluntad de darle una oportunidad a la forastera, a fin de que se incorpore a su idiosincrasia. La cosa empieza más o menos bien pero, pasado el tiempo, los lugareños muestran su verdadera faz y se aprovechan cruelmente de la recién llegada a la comunidad. Esta, que huía de un problema, constata que se ha echado en brazos del mismo problema que pretendía dejar atrás pero elevado al cubo.



“Es una tragedia, sin duda, pero Graça [así se llama en su pieza esta atribulada mujer] no deja de luchar por cambiar la realidad. Pelea para que sea mejor”, apunta Jatahy. De hecho, su versión de Dogville, titulada Entre chien et loup [Entre perro y lobo], abre un debate metateatral, porque los personajes se replantean sus derivas como colectivo, empeñados en corregir su propensión al recelo frente al otro, a la explotación del débil y la insensibilidad hacia el sufrimiento ajeno. Jatahy, en efecto, elaboró esta puesta en escena inspirada en el Dogville de Von Trier pero, a la vez, también contra él, con un afán corrector. “Hay una tensión constante con el filme porque el reto es no repetir los mismos errores. Se trata de no reproducir el desenlace de la historia. Es algo que conseguirán pero es mejor no entrar en detalles”, dice Jatahy.

Un momento de 'Entre Chien et Loup'. Foto: Magali Dougados

Esta confrontación se plasma físicamente en el uso de una gran pantalla dentro del montaje teatral, disposición que es una constante en la trayectoria de Jatahy, que suele incorporar recursos cinematográficos en sus escenografías, como hizo, por ejemplo, en O agora que demora, segunda parte de su díptico dedicado a Homero. Esta vez los actores están rodando una película que se proyecta en la pantalla. Aspiran a que lo que refleje finalmente no sea lo mismo que el angustioso desarrollo de la historia ideada por Von Trier. Aunque algunos de ellos consideren que el eterno retorno sea un destino inevitable. Graça, por el contrario, es de las que pelean por rebatir esa teoría.



Ella ha escapado, precisamente, del Brasil bolsonarista. Es un cambio en el relato de partida, una licencia de la versionadora, que habla un español muy correcto, algo en lo que influyó mucho su estancia en Barcelona a mediados de los 90, acogida bajo el magisterio de José Sanchis Sinisterra en la Sala Beckett. Una etapa de la que guarda un gran recuerdo y el fluido uso de nuestra lengua. Jatahy denuncia que durante el mandato del gobernante ultraderechista el gremio artístico pasó a estar bajo sospecha. “Somos asociados a los delincuentes”, afirma. La regista carioca ha pasado buena parte de la legislatura bolsonarista fuera de su país. Pero niega que haya algún paralelismo entre ella y Graça. “Yo he sido muy bien acogida en Europa”.

Autoprotección egoísta

Y tanto: hoy es una de las directoras internacionales que se rifan los festivales del viejo continente. En España, su vía de acceso, como la de tantos creadores escénicos de Latinoamérica, ha sido el Festival Temporada Alta de Girona, donde ha presentado un buen puñado de sus obras (la última, Depois do silêncio). Entre chien et loup pudo verse allí el curso pasado, mucho antes pues de que se presente en Madrid, en el Teatro Valle-Inclán, dentro del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, los días 25, 26 y 27 de noviembre. Es, sin duda, uno de los reclamos más potentes de la cita madrileña comandada en la actualidad por Alberto Conejero.



El título francés alude a ese ambiguo lapso diario que es el crepúsculo, a caballo entre dos luces, la del día y la de noche. Cuando el perro deja paso a los lobos y, en nuestro acervo local, los gatos pasan a ser todos pardos. “Es un momento en el que las pupilas se están adaptando todavía a la nueva luz. No vemos del todo bien durante esa transición y se nos escapan algunos detalles”. Jatahy se reprocha que ni ella ni muchos compatriotas suyos se dieran cuenta de la magnitud y hondura del cambio sociológico que estaba gestándose entre su gente, “motivado por una crisis social y la sensación de amenaza, que nos incita a apostar por la autoprotección egoísta y racista y a crear enemigos sobre los que descargar la culpa de todo lo malo que ocurre a nuestro alrededor. Y así pasamos de la democracia al fascismo”.

[O agora que demora, Homero vs Bolsonaro]

Con la parábola de Dogville, evidencia estas corrientes subterráneas que, cada cierto tiempo, emergen en la historia de la humanidad. Lo hace, de nuevo, entremezclando los códigos y las herramientas del teatro, a partir de una película que, por otra parte, se presenta de una forma tan teatral, casi brechtiana, con esas líneas trazadas en el suelo para indicar el perímetro de las casas y los edificios. Puro símbolo visual. Y con unos habitantes que, de entrada, parecen perros y que, cuando las circunstancias lo propician, se conducen como lobos en torno a la presa. “De aquí en adelante, más nos vale estar más alerta”. Y que alguien, a tiempo, avise con su grito al ‘rebaño’ de que viene el liberticida que sea.