La mención de Rafael Azcona conduce en primera –y casi única– instancia al cine, donde forjó su leyenda gracias a guiones rodados por Marco Ferreri (El pisito), Carlos Saura (La prima Angélica, Peppermint frappé), Fernando Trueba (El año de las luces, Belle Époque)… Hitos a los que hay que añadir los de su gloriosa conjunción con Luis García Berlanga: Plácido, El verdugo, La escopeta nacional, La vaquilla… En fin, palabras mayores de nuestra filmografía. La enorme popularidad de su labor en este terreno opacó, no obstante, otras vertientes literarias en las que también se fajó, como el cuento y la novela. Y la poesía.

Esta última faceta la mantuvo en un plano muy secundario. Cuando se le preguntaba por sus versos juveniles, solía echar balones fuera. Venía a decir que la pulsión lírica primigenia tuvo como motor un amor infortunado y que, cuando ya más mayor había vuelto a probar suerte, el resultado había ido siempre el mismo: la papelera. Pero, a pesar de la escasa autopromoción azconiana, tiene su interés asomarse a aquel ramillete de poemas que dejó escrito en su melancólica mocedad en provincias.

Por este motivo, es tan atractiva la dramaturgia que ha confeccionado Bernardo Sánchez con algunos de ellos. Son la base de Los domingos, un montaje que podrá verse en el Festival Actual de Logroño (Sala de Cámara Rioja Fórum) este sábado 7. Con Pepe Viyuela metido en la piel de un protagonista trasunto del propio Azcona, un joven revirado contra las conservadoras e hipócritas convenciones de su patria chica. Como poeta y también logroñés, el popular actor parte de una posición aventajada para encarnarlo.

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Los temas centrales que afloran en este monólogo los enumera para El Cultural Sánchez: “La soledad, una soledad machadiana [el autor de Campos de Castilla fue el referente primordial de Azcona], una reiterada búsqueda del amor, de su ilusión y sus palabras, la asistencia limitada de esas palabras, la propia naturaleza del lenguaje, el espacio y la rutina provinciales, la autodefinición del individuo en su entorno, el escaparate social, la impostura...”.

Sánchez, que también dirige la pieza, juega a la ambigüedad con el personaje, que llama, genéricamente, ‘un hombre’. La acción arranca con él saliendo de su casa, un domingo, rumbo al café. Eso es lo que parece pero, apunta Sánchez, “lo más probable es que todo esté sucediendo debajo de su sombrero”. O sea, dentro de la cabeza de este ser entre machadiano y beckettiano. Lo que le mueve es el deseo amoroso. Y el domingo es el día en que, según la costumbre local, el personal se echa a la calle y las plazas –bien endomingados, claro– para poner en marcha los protocolos del cortejo. El día que cierra la semana representa así para él la esperanza de trascender la mediocridad ambiental a través de un romance.



“El hombre va enhebrando los poemas como si fuera un relato”, aclara Sánchez, que ha complementado los poemas con algunas prosas del autor de Los ilusos. Son un texto sobre la vida en los cafés y otro que evoca una retransmisión de fútbol preñada de humor codornicesco. Un humor que contrapuntea el prevalente tono de declive anímico ante una realidad anodina. Leamos para hacernos una idea: “Por no poder odiarte, te desprecio, / fiesta municipal, reglamentada; / desprecio tu mañana de perezas / satisfechas después de una semana; / desprecio tu comida con manteles / y postres, desusadas circunstancias; / desprecio tus cafés, copas y puros / en la tarde monótona y gregaria”. Azcona, un poeta varado en Logroño.