“Estrenar a Ana Caro de Mallén en la Compañía Nacional de Teatro Clásico es un acontecimiento que pone en valor su obra como merece, abre el canon y la da a conocer al gran público. Se salda así una deuda incomprensible con esta autora”. Son afirmaciones categóricas de Beatriz Argüello, directora del montaje de Valor, agravio y mujer que podrá verse a partir del 13 abril en el Teatro de la Comedia. Argüello se ha aliado con Juana Escabias para esta histórica recuperación.
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La dramaturga madrileña firma una fidelísima versión de la pieza. Lo hace con la autoridad que le otorga su exhaustiva y prolongada investigación sobre Caro de Mallén, una figura que, en 2005, cuando empezó a rastrear su pista, era apenas una sombra, un misterio.
Escabias ya nos deslizó un pequeño avance de Valor, agravio y mujer el año pasado en el Festival de Almagro, dentro de una ficción (titulada Que mujer prodigio soy) de su cosecha que hilvanaba a las tres grandes dramaturgas del periodo áureo: María de Zayas, Sor Juana Inés de la Cruz y la mencionada Caro de Mallén, que es la debilidad de Escabias.
Su obra, en lo formal, no representa una ruptura llamativa. Se sujeta, por el contrario, a los códigos instituidos por Lope de Vega en el Arte nuevo de hacer comedias, que fijaba las pautas consuetudinarias de la escritura dramática de la época. Valor, agravio y mujer es una comedia de capa y espada que, en la versificación, emplea la habitual polimetría.
Pero en el contenido y los enfoques sí hay aspectos muy novedosos, propios de una perspectiva femenina, tan escasa en el patrimonio dramatúrgico del esplendor áureo. “Caro de Mallén ofrece una visión insólita del arquetipo del burlador. Lo desmonta pero no a través de un juicio moral sino con la inteligencia y la ironía. Vemos cómo su conducta resulta ridícula y patética, tanto que al final hasta él mismo se da cuenta”.
“Caro de Mallén desmonta al Don Juan no con la moral sino con la ironía y la inteligencia”. J. Escabias
Podemos hablar pues de un burlador burlado. La autora granadina emplea para ello una trama rompedora que desencadena el despecho sufrido por Leonor (encarnada por Julia Piera) al ser plantada por Don Juan (se llama igual que el arquetipo, con lo que no hay duda de contra quién se apunta) antes de consumarse el casamiento comprometido.
Una vez obtenido el placer sexual, el inconsistente protagonista pone pies en polvorosa y recala en la corte española de Flandes. Allí empezará a requebrar a la condesa Estela, una mujer ‘empoderada’ que no tiene empacho en descartar varones y recrearse con otros cuando el cuerpo y los sentimientos se lo dictan, sin miedo al qué dirán. Leonor también manifiesta una autonomía de la voluntad pionera. No va a recurrir ni a un hermano ni a un padre para restituir su dignidad, como mandan los cánones (Fuenteovejuna, El alcalde de Zalamea…) del Siglo de Oro. Ella misma se valdrá para emprender un periplo a Flandes con una intención bien definida en su mente: matar al ‘pájaro’ que la ha dejado plantada.
Eso sí, para consumar el plan ha de vestirse como un hombre. Echarse al camino, al albur pues de un amplio número de riesgos, era para una mujer algo inconcebible entonces, de modo que ha de ataviarse con indumentaria masculina. A partir de ahí sucederán mil cosas, algunas rocambolescas, incluido el final. Aunque ese desconcierto no es más que el producto de retratar con trazo fino (o clínico) la condición humana. “Es otra de las virtudes de Caro de Mallén, la profunda comprensión de sus congéneres, con sus dudas, ambigüedades, errores, rectificaciones…”, apunta Escabias, cada día más ilusionada al ver que se acerca la fecha del estreno, después de tantos años peleando por el rescate de la dramaturga áurea.
Está encantada también de que la plasmación escénica haya sido encomendada a la concienzuda Beatriz Argüello, que este verano viajó a Flandes para documentarse. Visitó museos y archivos, y viajó por diversos parajes y ciudades para empaparse del contexto original en el que se desarrolla la acción. Olores, sabores, colores… De hecho, su montaje realiza un guiño a los cinco sentidos sobre la base de los cuadros de Brueghel y Rubens. Argüello se llevó también a todo el equipo al Museo del Prado para hacerle partícipe de la estética que quería imprimir a la escenografía y el vestuario.
Capas y sombreros de ala ancha que nos remiten, por ejemplo, a la película Alatriste rodada por Agustín Díaz Yanes. Con este filme comparte además el maestro de esgrima, Jesús Esperanza, cuya labor otorga verosimilitud a los lances en los que el acero toledano sale a relucir.
Leonor, transmutada en Leonardo, echará mano a la empuñadura para salvaguardar su honra. Una acción a contracorriente de su tiempo. Una acción todavía inspiradora en el nuestro.
La esclava morisca que murió por la peste
El intermedio de un congreso sobre el Siglo de Oro en Estados Unidos se amenizó con la semiescenificación de un fragmento de Ana Caro de Mallén (1590-1646). Escabias estaba allí y se quedó prendada. Al volver a España, empezó a preguntar a estudiosos del legado áureo pero sus pesquisas toparon con una profunda ignorancia sobre su figura. Aquel muro, lejos de descorazonarla, le impulsó a desempolvar archivos. Pero lo cierto es que llegó a desesperarse por el apagón informativo. No podía acreditar siquiera dónde y cuándo había nacido. Hasta que sobrevino el milagro en Granada. Allí encontró un documento, superviviente de un incendio, que plasmaba el matrimonio de sus padres.
A partir de él, pudo saber que el progenitor era de Lora del Río. En la localidad sevillana siguió tirando del hilo. Finalmente, consiguió saber que Caro de Mallén era una esclava morisca adoptada, lo cual no era una circunstancia extraña en su época: el prohijamiento de niños moriscos (musulmanes bautizados) en régimen de esclavitud se extendió por exigencia de Roma. El Papa no quería que fueran maltratados feligreses de su iglesia, fuese cual fuese su credo religioso primigenio. En el seno de aquella familia, Caro de Mallén recibió una educación exquisita. Leyó a Dante, El Quijote, la Odisea, mucha mitología griega… Todo lo cual está en el sustrato de su obra.
La teatral, en su totalidad, ha sido compilada por Escabias en Cátedra, en un volumen en el que da cuenta de su investigación y sucesivos hallazgos. Aparte de Valor, agravio y mujer, se recoge otra divertida comedia protofeminista, El conde Partinuplés, y dos preámbulos (una loa y un coloquio) para sendos autos sacramentales. Es todo lo que de su producción teatral se conserva en la actualidad. Las comedias, apunta Escabias, son trabajos de madurez, por lo que deduce que se ha tenido que perder mucho. Quizá se deba a que, al morir por culpa de la peste en Sevilla, sus pertenencias fueran quemadas.