Indagaba José Luis Alonso de Santos en la metáfora escénica y la alegoría en Calderón en su ensayo El auto del hombre (Fundación Jorge Guillén) cuando surgió, de repente, espoleado además por una larga convalecencia, la idea de contar una historia ambientada en el Siglo de Oro. “Lo grabé todo en un magnetofón y pronto nació la tragicomedia Mil amaneceres. Aproveché mi situación de sacrificio para relacionarla con la alegría de vivir. Para decir que la vida es muy dura no escribo. Yo siempre hablo sobre la esperanza, una esperanza muy elemental pero esperanza”, señala a El Cultural el autor de Bajarse al moro y La estanquera de Vallecas con su insobornable sinceridad.
Ahora, aquella inspiración calderoniana se estrena en Clásicos Alcalá (10 y 11 de junio en el Corral de Comedias) de la mano de Teatro del Temple, compañía que el año que viene cumple 30 años y que es una garantía de buen hacer gracias al liderazgo de Carlos Martín (director), Alfonso Plou (ayudante de dirección) y María López Insausti en la producción.
"Cuando escribo intento tener la sencillez de Cervantes y la solemnidad de Calderón de la Barca. Eso es el arte". José Luis Alonso de Santos
“Nuestra propuesta busca encontrar un espacio donde la época que se cuenta conviva con la real en la que se representa. Busca llenar de referencias temporales que permitan una mayor atemporalidad, de forma que las imágenes que se proyectan, propuestas por el autor, y la forma y el lugar en el que lo hacen, nos transmitan un tiempo antiguo que es también un tiempo nuevo. El espectador debe entrar en la obra desde su contemporaneidad”, señala Martín, que también ha dirigido recientemente con la compañía zaragozana Los hermanos Machado en el Teatro Fernán Gómez.
Alonso de Santos nos lleva a noviembre de 1626, durante el reinado de Felipe IV. Benjamín Campos, natural de Toledo y dramaturgo de éxito, acude al hospicio de las Hermanas de la Caridad de Ciempozuelos para pronunciar unas palabras en el velatorio de Antonio Toledo, natural de Talavera de la Reina y antiguo cómico. Sor Adela lo ha llamado para que que recuerde a su viejo amigo.
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En este monólogo, Campos, interpretado por Juan Alberto López, da cuenta de todas las peripecias vividas junto a Toledo, desde que lo conociera en galeras hasta que se separaron unos años antes en el mismo hospicio donde ahora yace su cadáver. “Juego con los estilos, con los planos, con los tiempos –precisa Alonso de Santos–. Hay que utilizar todo lo que se tiene a mano para llevar riqueza y complejidad al escenario. Cuando escribo intento tener la sencillez de Cervantes y la solemnidad de Calderón de la Barca. Eso es el arte. Aquello que te permite entrar en la profundidad de la vida. Con el arte puedes sumergirte en profundas zonas de la realidad”.
Su diálogo con el Teatro del Temple ha sido fluido y contundente: “He dicho lo que era esencial para mí. Por lo demás, iré a ver la obra con la curiosidad de un espectador más”. Pero no abandona su condición de autor al ver algunas versiones de ciertos clásicos: “Hay una línea que distingue lo nuevo de la tontería. Ser nuevo no es una decisión que se toma. La falta de humildad es solo ingenuidad. Pensar que se puede hacer La vida es sueño como lo ha hecho Donnellan...”