En Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset destaca la capacidad de Rembrandt para iluminar lo cotidiano y lo menudo. Es un detalle del que advierte la actriz que interpreta a Joana en el metateatral prólogo de Ortega, obra de Karina Garantivá dirigida por Ernesto Caballero que se estrena este jueves 7 en el Teatro Quique San Francisco. “A Rembrandt no le importaba que fueran simples objetos miserables, él los santificaba con luz. ¿Puede hacer eso por nosotros la filosofía?”, plantea la intérprete.
Es la pregunta que está en la base del proyecto Teatro Urgente, liderado por Garantivá y Caballero en la sala madrileña y que tiene como precedentes las apariciones de Hannah Arendt y Javier Gomá. Ahora ponen el foco en una figura medular de la historia del pensamiento español. Con Ortega de fondo, Garantivá nos presenta a la mencionada Joana (Ana Ruiz) y a su novio, Óscar (Álex Gadea). Ambos profesores universitarios. De arquitectura, él; de semántica, ella. Con un problema grave en su piso de 80 metros cuadrados en el centro de Madrid: los libros abarcan demasiado espacio.
La pieza se abre con Joana en la calle, frente al contenedor de papel, dispuesta a depositar en su interior varios volúmenes de Ortega. La mala conciencia (dejarlos ahí es considerarlos basura) y un vecino entrometido hacen que renuncie al sacrilegio. Óscar se opone a esa medida tan drástica porque siente que ir arrancando ejemplares a la biblioteca común, sedimentada durante años de convivencia, es retirar la clave de bóveda de su relación. “Deshacerse de libros porque no caben en tu morada es un asunto que tiene que ver con la renuncia a tu propia historia. Algo en sí muy orteguiano. Los libros hacen ‘hogar’, dan calor y vivifican la realidad”, explica Caballero a El Cultural.
[Jardiel y el derecho fundamental al humor]
La obra, con un sustrato tragicómico, refleja las dificultades que tienen ambos para quitarse de encima a Ortega sin atentar contra sus principios ilustrados. Una serie de intentos fallidos (donarlos a bibliotecas, regalarlos a amigos…) van vertebrando una trama sencilla, que filtra las cuitas profesionales y existenciales de la pareja (la convivencia continuada bajo el mismo techo, las vocaciones originales frente a la cruda realidad, el amor ante la rutina…) y otras de carácter colectivo (España y el intrincado pasado que emponzoña su presente, la impepinable finitud humana…).
De ese modo, dentro de una sitcom con un planteamiento convencional y casi costumbrista (la puesta en escena recrea un apartamento al uso de dos profesionales liberales que evoca a su vez espacios mentales de los personajes), se espiga el pensamiento orteguiano. Es decir, la gran filosofía es ‘rebajada’ a una cotidianidad reconocible para el público, otorgando así vigencia escénica a Rembrandt.
A ese público se le intenta entregar herramientas emancipatorias. “Uno de los mayores consuelos al leer a Ortega es la invitación a la reconciliación con nuestro tiempo e historia. Creo que cuando se fija en el Quijote [con espectrales apariciones en el texto], declara su intención de poner al lector delante de la posibilidad, como filosofía”, apunta Garantivá, autora también de Hannah Arendt en tiempos de oscuridad.
“El Quijote –añade– convierte ventas en castillos y es uno de los personajes más enigmáticos de la literatura española, la mirada y la interpretación son sus armas frente a la realidad. Es un emancipado por la ficción. Creo que Ortega, a pesar del rencor histórico que destilan algunos de sus textos, quiere ‘salvar’ la historia de España, sacudirla y enfrentarla a ideas iluminadoras”.
La dictadura no cualificada
Al margen del laberinto español y –apunta Caballero– “la heroica tarea de vertebrar la nación”, el director madrileño, afirma que la vigencia de Ortega tiene varios sostenes. “Él hablaba de ‘la dictadura del individuo no cualificado’, lo cual hoy es de una vigencia descorazonadora. Asimismo, resulta muy oportuna su impugnación a los totalitarismos de su época (fascismo y comunismo), cuyos lodos han generado el barrizal de polarización que hoy padecemos en una versión grotescamente deformada por el algoritmo digital”.
Ensalza Caballero además su labor filosófica en un mundo global e hipertecnificado. “La razón vital orteguiana nos invita a reflexionar sobre nuestra vida en un nivel más profundo y a cuestionar la influencia de las masas y las estructuras sociales en nuestras decisiones. Por otro lado, su enfoque en la individualidad y la diversidad humana nos recuerda la importancia de respetar y valorar las diferencias entre las personas, fomentando así la tolerancia y la coexistencia pacífica”.
De hecho, Joana enuncia una aspiración prioritaria a modo de corolario del pensamiento orteguiano: “Lo que me importa es tener amigos y saber lo que tengo que hacer”. Su deseo, precisa Garantivá, “es vivir una vida que sea también un proyecto colectivo, algo que su circunstancia histórica le niega”. Ortega no caduca, queda claro.