Ayer murió Fermín Cabal. Cuánto le voy a echar de menos. Era mi amigo y se ha ido a la francesa, sin despedirse. Hoy no podré llamarle para echarle la bronca y cruzarnos un par de comentarios sobre qué le pareció su velatorio de anoche. “Como acostumbras, fuiste el dueño de la pista, pero no estuviste nada gracioso”, le diría. A lo que él probablemente dispararía: “Obvio que no era mi mejor día”.
Fermín se ha ido definitivamente y en el momento de conocer la inesperada noticia la mente escanea vivencias compartidas que surgen de manera espontánea, vuelven recuerdos caprichosos que se ajustan a la huella emocional de unos hechos pasados imposibles de recuperar con fidelidad. Me vienen a la cabeza momentos entrañables con Fermín, era un tipo singular y afectuoso, parlanchín, me caía muy bien. Un gran fabulador. Se le daba bien la narración oral, gracioso como pocos para la caricatura, le he oído anécdotas despiporrantes y también descarnadas, otras veces no le compraba sus inverosímiles relatos que me vendía como historias reales.
Era fantásticamente lenguaraz y atrevido, no temía entrar en campos minados, disfrutaba con el enfrentamiento dialéctico sobre el tema que fuera y con quien fuera, con una curiosidad intelectual que le llevaba a pesquisas de libros propias de una trama de Dan Brown. En ocasiones me parecía un niño grande, travieso e inquieto, buscando alguna batalla en la que alistarse. Se aburría en el teatro y no podía dejar de ir aun a riesgo de dormirse en la butaca, lo que era casi siempre en los últimos años; se decía socialista y echaba pestes del PSOE; podía quemar un edificio sin asegurarse antes por donde andaría la escalera de incendios.
Trabé amistad con él cuando ya estaba de vuelta del mundo teatral de los años setenta y ochenta en los que había sobresalido, primero, en el teatro independiente con el grupo Tábano, luego con el director Angel Ruggiero estrenando con éxito obras como Vade retro; la comedia experimental ¿Fuiste a ver a la abuela? o la peripecia de un boxeador de Esta noche, gran velada, que protagonizaron Jesús Puente y Santiago Ramos. Probablemente Caballito del diablo, sobre los estragos de la heroína, sea su mejor obra. A él le gustaba recordar Tejas verdes, que te anunciaba como una comedia musical para que fueras a verla, cuando era teatro político sobre el golpe de Pinochet.
Cruzado el milenio remontó en Madrid Sopa de mijo para cenar, versión suya de Aquí no paga nadie de Dario Fo que había estrenado casi dos lustros antes y por la que el Nobel le demandó por plagio. Con tal motivo fui a entrevistarle para el periódico por primera vez.
Se le calentó la sinhueso durante nuestra conversación, una de sus muchas “virtudes” como tiempo después comprobaría, y me contó una historia rocambolesca de cómo surgió la versión: “Fui a Italia a hablar con Dario Fo para la adaptación, yo quería que la hiciéramos juntos, él aceptó pero estando en el tren para volver a España, antes de arrancar, apareció Franca Rame en el andén negándome los derechos. Ya teníamos la producción en marcha con la compañía de Gloria Muñoz y Gerardo Malla y no me quedó más remedio que hacer una adaptación cambiándole el título. No sé por qué se enfadaron tanto porque la mejoré sin lugar a dudas. La obra de Darío es un tostón, repleta de verborrea pseudorevolucionaria, que si en los años setenta tenía cierto sentido, hoy tiene un regusto rancio que me resulta insoportable”.
Cuando publiqué la entrevista, la traductora oficial de Fo, la desaparecida Carla Matteini, me llamó y me echó una bronca reprochándome que diera pábulo al huérfano de abuela de Cabal. Fue el comienzo de nuestra amistad.
Fermín Cabal disfrutaba con el enfrentamiento dialéctico sobre el tema que fuera y con quien fuera
Recientemente, me dijo que acababa de escribir un guion de cine sobre la figura de Eloy de la Iglesia, con el que había colaborado en el guion de El Pico II. Su aspiración por llegar a más espectadores le hizo saltar al cine como guionista en la década de los ochenta. No está mal su cosecha: La reina del mate (que también dirigió) o Buscando a Perico, road movie urbana predecesora de las realizadas por Santiago Segura. También tocó la televisión, para la que escribió folletines, programas documentales... pero de la que también acabó hartándose al cabo de quince años.
Se refugió después en dar clases de dramaturgia, con las que disfrutaba mucho, varias generaciones de autores y directores lo han tenido de maestro y de esta experiencia llegó a publicar Dramaturgia española de hoy (Fundación Autor). Estos últimos años los dedicó a la SGAE, de cuya Junta Directiva era vicepresidente por el Colegio de Gran Derecho (autores dramáticos).
Descansa en paz, amigo Fermín, aunque estoy segura que donde quiera que estés ya andarás haciendo de las tuyas.