"Yo quería ser internacional, ¿recuerdas Jesús? Y tú trabajas para buscar algo en Nueva York. Nueva York, Nueva York. Y yo te dije entonces que quería hacer una gira por Castilla-La Mancha". Rememoraba anoche Rafael Álvarez 'El Brujo' (Lucena, 1950) con su amigo y cómplice Jesús Cimarro, actual director del Festival de Mérida, que, por primera vez desde hacía 15 años, también estaba presente en el icónico espacio.
La ocasión lo merecía. Entre risas y aplausos, El Brujo recogía su más que merecido Premio Corral de Comedias en una ceremonia que inauguraba oficialmente el 47º Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Un evento al que le unen años y años de relación desde que Rafael Álvarez representó ¡Viva el Duque, nuestro dueño!, de José Luis Alonso de Santos.
Anoche El Brujo volvía a recordar la mágica conexión que tiene con la villa manchega, donde en una ocasión permaneció una semana completa representando El Lazarillo de Tormes. Con el mismo título viajaría a Israel y a Palestina durante el fallido proceso de paz de 1992, y regresaría tiempo después a Almagro, en su 40 aniversario.
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Fruto de ese encantamiento con el público manchego consiguió, además, lo impensable en una velada tórrida como la de ayer: que el batir de abanicos, tan hermosamente ilustrados por Coco Dávez, y que tanto se habían agitado, particularmente durante los discursos de las autoridades pertinentes, entre las que no faltó ni el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, se interrumpiera bruscamente. Tal era la atención de un público entregado que, doblegado ante el artista, se olvidó hasta de que hacía calor.
Bromas y libertad
No en vano, ya lo había dicho el propio Brujo esa misma mañana: "Mi estilo es el Corral de Comedias, soy un artista de pueblo". Con más de cincuenta años de trayectoria, el actor que ha actualizado como pocos textos de Lope de Vega, Cervantes, Teresa de Jesús, Quevedo o Fray Luis de León, recogió el premio y, sin micrófono, aprovechando la acústica del recinto, entonó sus primeras palabras con un alarde de ese optimismo que le caracteriza: "He comprobado que la vida persiste por todas partes en medio de la destrucción".
En un discurso que destacó por esa "humanidad, humor y sabiduría" que el festival le había reconocido al ortogarle el premio, el laureado dramaturgo recordó divertido que hay un momento para todo. "Yo he pasado por muchas etapas. Aquí, en Almagro, monté un pollo una vez que ríete tú de lo de Angélica Liddell".
Pero en una noche como la de aye era el momento de los agradecimientos. "La libertad de expresión permite el ejercicio de todas esas cosas, pero qué maravilla poder utilizar la libertad de expresión para el agradecimiento con la que está cayendo, con lo que entienden algunos que es la libertad de expresión".
Genio y figura, tras la ironía y el humor ácido de El Brujo se destila una pujante radiografía del teatro y de la sociedad española. De los tiempos de antes, en los que incluso, recordaba, había ratones en los teatros. "Y volverán, porque el ministro de Cultura es ecologista", bromeaba provocando las carcajadas.
Hasta el recuerdo de sus maestros. Y así, con voz grave, imitando al inigualable Fernando Fernán Gómez, repetía el consejo que este le había dado en una ocasión. "Ten en cuenta que aquí en España al público le gusta ver sufrir al actor, no al personaje". O aquella otra vez que Marsillach le había dicho: "Tienes una cosa muy buena, como yo y como Núria, y es que hablas raro. Por eso triunfas. Porque en este país al actor que habla normal, lo mandan a la Diputación".
El gran teatro de Alamagro
El otro gran momento de la noche llegó con el estreno de El gran teatro del mundo, el auto sacramental de Calderón con el que Lluís Homar ha asumido un nuevo desafío, dirigir por primera vez al autor áureo. Y lo hace apostando completamente por la palabra y desposeyendo al espectáculo de grandes efectos especiales. Algo más sobrio, pero con una espectacular escenografía de Elisa Sanz y un vestuario de Deborah Macías que acompaña a los intérpretes de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Publicada en 1655, El gran teatro del mundo es uno de los muchos autos sacramentales que Calderón desarrolló a lo largo de su vida. Con un mensaje filosófico, y de corte religioso, esta obra presenta el mundo y la vida como un gran teatro, donde cada humano interpreta un papel, que el gran autor, que es Dios, le reparte. A partir de sus interpretaciones, cada uno de estos personajes recibirán un premio o un castigo.
Liderados por un maestro de ceremonias como Antoni Comas, en el papel de Autor absoluto, y Carlota Gaviño (Mundo), ambos fantásticos en sus interpretaciones, los valientes que se enfrentan a este texto son Clara Altarriba, Pablo Chaves, Malena Casado, Pilar Gómez, Yolanda de la Hoz, Jorge Merino, Aisa Pérez y Chupi Llorente. Con música en directo de Pablo Sánchez, este sobrio montaje, que defiende el verso de Calderón, jugó con las posibilidades del Teatro Adolfo Marsillach, aprovechando muy bien el espacio y convirtiendo a su dios-autor en uno más de los espectadores. ¿O acaso, como él, no hemos venido todos a ver esta obra perpetua que es el mundo?