Las figuras más antiguas conocidas donde se hace referencia a la navegación fueron grabadas en unas cuevas de Noruega hace unos 6.000 años, y curiosamente representan a cazadores de renos —unos extraordinarios nadadores a pesar de que el agua no sea su entorno natural— a bordo de un bote. Determinar quién se enfrentó al mar y al río por primera vez y por qué resulta una tarea quimérica. Los investigadores sitúan en las islas de Oceanía el contexto del más antiguo esfuerzo de exploración marítima de la historia. Sin embargo, las primeras evidencias arqueológicas de barcos en todo el mundo proceden de Mesopotamia y no tienen más de 7.000 años.
Antes de la invención y el desarrollo del ferrocarril en el siglo XIX, el comercio, las epidemias, las guerras y la cultura se expandieron con mayor rapidez a través del medio acuático que por tierra. Tratar de comprender la historia indagando en los acontecimientos que tuvieron lugar en los océanos o en relación con ellos, defiende el historiador Lincoln Paine, ofrece "una visión esclarecedora única sobre la naturaleza misma del ser humano". Esa osada empresa de explicar el auge y la caída de numerosos pueblos fijándose en su conexión con el agua es la que aborda en El mar y la civilización, editado ahora en español por Antonio Machado Libros.
La obra es una monumental, fascinante y amena radiografía de cómo la navegación ha condicionado el desarrollo de las culturas de todo el mundo basada en una inteligente combinación de fuentes arqueológicas y escritas. Uno de los aspectos más llamativos del ensayo es el especial interés del autor por el océano Índico, donde las redes comerciales marítimas fueron inauguradas hace al menos 4.000 años, y lugares como China, Vietnam, Japón y Corea. Paine se centra en las zonas marítimas "explotadas en silencio durante largo tiempo" antes de que heterogéneas circunstancias convirtieran estos lugares en protagonistas históricos.
Es decir, rechaza un enfoque eurocéntrico, lo que le lleva a tratar en pocas líneas hitos de gran relevancia como el galeón de Manila, cuyo itinerario (Manila-Acapulpo-Veracruz-Sevilla) unió definitivamente Asia, América y Europa en el siglo XVI. "Esa focalización en la Europa de los cinco siglos pasados ha distorsionado nuestra interpretación de los logros marítimos acontecidos en otros lugares y épocas y nuestra valoración de su relevancia para el progreso humano", escribe el historiador. En la primera frase ya manifiesta sus ambiciosas intenciones: "Mi propósito es cambiar el modo en que usted ve el mundo; más concretamente, el modo en que contempla un mapamundi".
Tecnología marítima
La traducción de este gran volumen coincide con la publicación en castellano de otra gran historia humana de los océanos, Un mar sin límites (Crítica), de David Abulafia. El profesor emérito de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge cita en el apartado bibliográfico el trabajo de Paine como una de las lecturas complementarias fundamentales. "Se trata de una obra excelente para internarse en las procelosas aguas de la tecnología náutica", resume.
Precisamente la adaptación del ser humano a la vida en el mar, es decir, la construcción y el desarrollo de los barcos, la destaca el autor estadounidense como la "fuerza motriz de la historia". Son muy interesantes todos los pasajes que dedica Lincoln Paine a la puesta en marcha de la industria marítima, sobre todo los episodios que se centran en la Prehistoria y la Antigüedad: las balsas hechas de fardo de papiro de los egipcios, los primeros navíos con mástil de los mesopotámicos, las naves de guerra de los fenicios, los poderosos quinquerremes romanos, las embarcaciones de listones cosidos con cuerda de corteza de coco, palma o matojos de los navegantes primerizos del Índico, las canoas de abedul y las piraguas de piel de los indígenas norteamericanos, etcétera.
No se entiende la historia del mundo sin la historia marítima: la expansión de las grandes potencias antiguas y de las religiones en la Edad Media no habrían sido iguales sin la conquista del Mediterráneo, y ya no digamos la radical transformación del continente americano tras el desembarco de los europeos en sus costas a finales del siglo XV. Los mares, además, han constituido un importante tablero de juego por el poder, como demuestran los violentos enfrentamientos navales entre Roma y Cartago, Grecia y Persia, o los más recientes de la II Guerra Mundial.
Los barcos, sin embargo, ya no se constituyen en emblemas del progreso de un país, como así había sido hasta bien entrado el siglo XX. Ahora el medio acuático se revela para gran parte de la población como un escenario vacacional y relajante. "Hoy vemos placer allí donde nuestros antepasados veían peligro y podemos disfrutar de los beneficios del comercio marítimo sin ser siquiera remotamente conscientes de que existe", concluye Paine. Pero también puntualiza, y ese es otro de los objetivos de su libro, que todavía el 90% del comercio mundial sigue realizándose a través del mar. Nuestra dependencia es aún enorme.