Alejandro Magno, Julio César, Napoleón Bonaparte, Adolf Hitler... Son los nombres gigantes de la historia, los personajes que con sus ambiciones, guerras y conquistas la escribieron. Pero también contribuyeron a transformar el mundo con sus rivalidades más íntimas, con sus odios viscerales hacia sujetos muy concretos.
Quizá el caudillo griego nunca hubiese llegado hasta la India de no haber existido el rey persa Darío, a quien intentó matar con sus propias manos en las batallas de Issos (333 a.C.) y Gaugamela (331 a.C.) y persiguió hasta Oriente Medio, donde sus propios hombres le traicionaron y le dieron muerte. El enfrentamiento entre el futuro dictador romano y Pompeyo Magno no solo desató una auténtica guerra mundial en la Antigüedad, también significó el acta de defunción de la virtuosa República. Paradójicamente, ambos fueron víctimas del frío acero de sus enemigos.
Europa se convirtió en un inmeso campo de batalla entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Las guerras napoleónicas sembraron de muerte y destrucción el Viejo Continente; y si el emperador galo tuvo un némesis, un rival mortal, ese fue Arthur Wellesley, el duque de Wellington, quien le derrotó en la definitiva batalla de Waterloo (1815). Ninguno cayó esa histórica jornada —de hecho, ambos fallecerían de viejos, con sus cuerpos magullados por participar en tantas campañas y esquivar infinitas descargas de pólvora—, pero siguieron enzarzándose en los años venideros.
"Toda la vida civil, política y militar de Bonaparte fue un fraude", escribió el general británico, que terminaría llenando sus residencias con recuerdos de su triunfo sobre l'empereur. Napoleón le contestaría escudándose en la soberbia: "Wellington es un cobarde. Actuó amenazado por el miedo. Tuvo un golpe de suerte y sabe que la fortuna nunca sonríe dos veces".
Respecto a Hitler, son muchos los momentos que marcaron su biografía y la de la del despegue del Tercer Reich, aunque pocos tan relevantes como la llamada noche de los cuchillos largos. La purga de Ernst Röhm, su "hermano de sangre", y el resto de cabecillas de las SA, entregó al führer el poder absoluto. El otro gran dictador europeo del siglo XX, Iósif Stalin, recurrió a similares y sanguinarios métodos para conseguir el mismo objetivo.
Política y guerra
Estos ejemplos son algunos de los veinticuatro escogidos por el divulgador Joseph Cummins para articular su Grandes rivales de la historia (Arpa). "El libro muestra lo que sucede cuanto gente que tienen enemistades personales tiene enormes recursos a su alcance y poco reparo en llegar hasta las últimas consecuencias para destruir a sus rivales", explica el autor, deslizando que todas ellas cambiaron "el curso de una sociedad, de una batalla, de un país o incluso de toda la humanidad".
Aunque estructuradas en orden cronológico, las rivalidades escogidas por Cummins, autor de más de una decena de libros de narrativa histórica como Grandes episodios desconocidos de la historia, pueden clasificarse en función de distintas temáticas. En cuanto a las competencias políticas, resulta de especial interés la que se registró entre los dos grandes hombres de Estado de la Inglaterra victoriana, Benjamin Disraeli y William Gladstone, nombrados dos y cuatro veces primer ministro respectivamente.
Aireados fueron sus continuos encontronazos, que no cesaron ni cuando uno de ellos perdió la capacidad de defenderse. "Así vivió y así murió; todo pompa, sin realidad ni autenticidad", comentó Gladstone a su secretario sobre su sempiterno rival. Cuando tuvo que pronunciar un elogio parlamentario sobre las virtudes de Disraeli, fue todavía más allá: confesó que había sido la peor experiencia de toda su vida.
El libro incluye célebres enfrentamientos militares, como el que mantuvieron Aníbal Barca y Escipión el Africano durante la Segunda Guerra Púnica, los conquistadores españoles Francisco Pizarro y Diego de Almagro en Perú, la lucha de egos entre los generales estadounidenses Benedict Arnold y Horatio Gates o la gran batalla librada por el mariscal nazi Friedrich Paulus y el soviético Vasili Chuikov en Stalingrado.
También aborda Cummins pugnas religiosas, como la que enemistó al rey Felipe IV de Francia y Bonifacio VIII y se saldó con el traslado de la corte papal a Aviñón; y dinásticas, véase el pulso entre las primas Isabel I y María Estuardo por los tronos de Inglaterra y Escocia. Algunas de las rivalidades que completan su obra tienen como protagonistas a los mexicanos Pancho Villa y Emiliano Zapata, a los chinos Chang Kai-shek y Mao Zedong o, todavía más recientemente, a Kennedy y Nixon. La historia, una cuestión de pares.