Agustín Ortiz, un barbero de El Toboso, fue penitenciado en 1599 por haber profanado a espadazos una cruz situada cerca de un molino de viento en un paraje del camino hacia Campo de Criptana. Los hechos ocurrieron cuatro o cinco años antes, pero el hidalgo frustrado, caído en desgracia cuando su padre lo empujó al oficio de alguacil, se había granjeado numerosos enemigos en ese tiempo al dedicarse a perseguir a vecinos delincuentes. La mejor forma que encontraron de quitárselo de en medio fue con una denuncia ante la Inquisición por un episodio pasado.
Casi dos décadas antes, a principios de julio de 1581, Francisco de Acuña, hidalgo de sangre de Miguel Esteban (Toledo), vestido con casco, cota de malla, capa y montante, había intentado matar al también noble Pedro de Villaseñor en la senda entre el citado pueblo y El Toboso. Fue a través de una suerte de desafío entre caballeros, una provocación que no cuajó en ese momento ni cuando Acuña la volvió a repetir, ofreciendo ya explícitamente un duelo a muerte.
Estos acontecimientos son verosímilmente identificables en pasajes de El Quijote: la célebre carga contra los molinos/gigantes y el parlamento que propicia el protagonista con el ganadero Juan Haldudo, al que reprende por apalear a su criado aunque sin empuñar las armas. Pero fueron reales, como desvelan unos procesos judiciales hallados por el investigador Javier Escudero en el Archivo Histórico Nacional.
Es muy probable que Miguel de Cervantes conociese estos relatos a través de un informante llamado Alonso Manuel de Ludeña, alférez de Quintanar de la Orden. Este hombre se había mudado a Esquivias, localidad toledana donde llegó el escritor en 1584 para casarse, huyendo de su pueblo con el fin de evitar un ajuste de cuentas. Lo cierto es que su figura emerge como nexo de toda la hipotética realidad quijotesca y fuente de información comarcal más plausible.
Ludeña no solo era primo carnal de Agustín Ortiz, sino también cuñado de Pedro de Villaseñor. Lo lógico es que conociese los sucesos narrados más arriba. También le habría descrito a Cervantes otro singular episodio protagonizado en 1578 por un estrafalario hidalgo de Miguel Esteban, de nombre Andrés Carrión, que se hizo pasar por caballero contratando un criado y subido a un rocín destartalado. Destaca Escudero que de todos los hombres de armas de la época de la zona de La Mancha, este es "el que más se parece a don Quijote".
Los datos biográficos de Ludeña, perteneciente a una de las familias más linajudas y antiguas de la comarca, y sus conexiones sanguíneas —también estaba emparentado lejanamente con la familia política de Cervantes— son una de las principales revelaciones que presenta el archivero y doctor en Humanidades por la Universidad de Castilla-La Mancha en su nueva investigación, Las otras vidas de don Quijote (Ediciones B), tras acceder a las actas de otro proceso conservado en Cuenca.
El lugar de la Mancha
La tesis del libro apunta a que algunas de las aventuras del ilustre caballero están inspiradas en hechos reales protagonizados por nobles manchegos entre 1578 y 1594. "Indago en la posibilidad de que Cervantes, estando en Esquivias, conociera y viera a una serie de hidalgos prepotentes y aspirantes a caballeros, un fenómeno que le habría parecido muy interesante", explica Escudero, que en lleva dos décadas investigando miles de documentos de la época.
Además de El Quijote, el autor asegura que otras cinco obras de Cervantes —La ilustre fregona, El retablo de las maravillas, Rinconete y Cortadillo, La fuerza de la sangre y La gitanilla— tienen como personajes principales a seres de carne y hueso que se pueden ubicar geográfica y temporalmente en La Mancha.
"Cervantes veía la realidad que él vivía, lo que olía, lo que veía a través de la ventana, la gente con la que hablaba, y esa experiencia personal que tuvo en Esquivias la incluyó en muchas de sus obras. Yo veo a un Cervantes ordenado, que se prepara durante meses, y que la geografía y los personajes que él refleja no están puestos al azar. Es un trabajo muy meditado", añade Escudero. "Utiliza muchas fuentes literarias, autobiográficas, mitológicas folclóricas y hechos reales que ve o le cuentan, pero las lleva a su terreno. El resultado final se parece muy poco a los personajes del punto de partida. Cervantes lo ficciona todo y su creatividad está a salvo. Pero sin la realidad yo no entiendo El Quijote ni otras de sus obras narrativas".
El archivero dice que el grupo de documentos sobre Ludeña son una "Piedra Rosetta" de los estudios cervantinos. Y destaca dos fundamentales para confirmar la conexión con el escritor: uno en el que le vende tierras al padre del heredero de Cervantes, Lope de Vivar y Salazar; y otro en el que cierra un trato similar en 1604 con Gabriel Quijada de Salazar, hijo de Alonso Quijada de Salazar, el casero de Cervantes y una inspiración segura para el Alonso Quijano del libro.
"A este documento le llamo el de 'los dos Quijotes' porque mezcla a los protagonistas del Persiles y de El Quijote, dos obras distintas en dos épocas diferentes que parecía que no tenían nada que ver, y que sin embargo los personajes principales que hablan en ellas son reales y además se conocían [el mencionado Juan Haldudo y Antonio de Villaseñor, otro hidalgo de Quintanar perteneciente a un linaje real]", expone el archivero.
En su obra también discute el recorrido tradicional de la Ruta del Quijote y asegura que ese "lugar de la Mancha" que inspiró una de las grandes creaciones de la literatura universal debió ser el pueblo de Miguel Esteban. ¿Entonces por qué decidió ocultarlo tras el célebre "un lugar de La Mancha"? "El cervantismo asegura que el autor no quiso decirlo. Yo creo que es un recurso estilístico y literario, que también utiliza en el Persiles y en El licenciado Vidriera, y no que quisiese ocultar algo", zanja Escudero.
Las mujeres
El investigador desliza que hay material de sobra para una secuela de su ensayo centrada en las protagonistas femeninas de El Quijote, y eso que son muy pocas en comparación con los varones. "Las mujeres de La Mancha de esa época son extraordinariamente interesantes: trabajaban la tierra, se iban a bailar a las tabernas y eran mucho más independientes y tenían más arrojo del que nos podamos imaginar", asegura Escudero. Como ejemplo paradigmático, cita el proceso judicial de una esposa que se amancebó con un hombre. El condenado fue él, porque la mujer adujo que como su marido no lo mantenía, se tuvo que ir a vivir con otro compañero.¿Y quién podría haber inspirado a Dulcinea? "Se ha propuesto a Ana Zarco de Morales, pero no lo creo. La descripción que hace Cervantes no tiene nada que ver con una hidalga, sino con una labradora. Puestos a proponer a alguien, podría ser María Alonso, una pechera de El Toboso casada con Francisco de Acuña, el hidalgo de Miguel Esteban", despide el archivero.