Los hallazgos fortuitos de joyas de oro y plata de tiempos pretéritos tienen una capacidad de seducción y fascinación brutales, a la que no se ha resistido ni la propia ficción. Lo demuestra la novela de Miguel Delibes El tesoro (1985), donde recreó el descubrimiento en le castro de Las Labradas, situado hoy en día en el municipio zamorano de Arrabalde, de un gran conjunto integrado por medio centenar de brazaletes, colgantes, anillos y otras piezas de lujosos metales de la segunda Edad del Hierro, probablemente ocultado bajo tierra durante un ataque de las legiones romanas en el contexto de las guerras cántabras.
Pero la trama que podría ingeniar un escritor o novelista seguramente no lograría rivalizar con la odisea real del tesoro de Guarrazar, el conjunto de orfebrería visigoda más importante que se conoce, datado en el siglo VII y formado por coronas votivas, cruces de oro, piedras preciosas y otros valiosos objetos. Una parte fue descubierta en una tarde de agosto de 1858 por una joven de la pequeña localidad de Guadamur, Escolástica Velasco Calderón. En su regreso desde Toledo acompañada por su madre y su padrastro, se salió del camino para orinar y al agacharse la sorprendió un destello que salió de una laja desplazada por las lluvias torrenciales de las últimas horas.
La familia desenterró varios de los adornos de oro cubiertos con perlas y gemas, los lavó en una fuente cercana y se los llevó a su casa. No se dieron cuenta de que otro vecino, el hortelano Domingo de la Cruz, les estaba observando. Al acercarse a la zona, descubrió otro depósito también lleno de deslumbrantes joyas. Así arrancó la peripecia de un conjunto que acabaría desperdigado en numerosos sitios: los hornos de fundición de los joyeros toledanos, la colección real de la reina Isabel II y vendido al Gobierno francés. Solo regresaría una parte en 1941, con el beneplácito de Heinrich Himmler y en el mismo lote que la Dama de Elche.
En la actualidad, las piezas que han sobrevivido —apenas un tercio del total— se reparten entre las vitrinas del Museo Arqueológico Nacional, el Musée National du Moyen-Âge de París y el Museo de la Armería del Palacio Real de Madrid. Constituye, sin duda, una de las grandes historias del patrimonio histórico español, equiparable al de la escultura íbera tanto por su excepcionalidad como por sus rocambolescos avatares.
Javier Palomo del Rey, un cineasta bisoño, quedó prendado por el tesoro de Guarrazar al escuchar los relatos de su descubrimiento, su investigación y su vuelta a España; y pensó que ahí había un proyecto de trabajo de fin de grado en forma de cortometraje. "Pero me di cuenta de que esta historia no era simplemente para un TFG, para hacer algo rápido", reconoce ahora, después de haber montado con otros tres compañeros de universidad —Sandra Latorre Fernández, Andrés Lobo Denia y Álvaro Díaz García— una productora, Aladelta Films, con la que materializar Guarrazar.
[La odisea del gran tesoro visigodo que fue vendido a Francia y Himmler devolvió a España]
Para poder rodar el documental de creación, que cuentan con poder estrenarlo en marzo de 2024 en algún festival de cine, han calculado que necesitan entre 25.000 y 30.000 euros. El pasado lunes lanzaron una campaña de micromecenazgo que durará cuarenta días con la que esperan conseguir un tercio del presupuesto. El resto deberá negociarse con las instituciones públicas e incluso con alguna cadena o plataforma dispuesta a proyectarlo. "Vamos muy en serio", dicen.
Quizá lo más singular de la empresa sea que ninguno de sus jóvenes impulsores haya nacido en Toledo, ni siquiera en Castilla-La Mancha. El tesoro de Guarrazar les ha atrapado. "Su historia sigue viva", asegura Palomo. "Tiene una parte muy humana, que es la que nos interesa contar", añade Latorre en relación con las personas que todavía hoy mantienen una conexión con el conjunto visigodo. Por ejemplo, José Antonio García y Carmen Díaz, descendientes de las dos familias que lo hallaron; o la propia alcaldesa de Guadamur, Sagrario Gutiérrez, que en 2014, removiendo con una pequeña pala la tierra donde estaba la fuente en la que Escolástica lavó las joyas, encontró un zafiro.
Si logran finalmente la financiación y los materiales, han calculado que necesitarán un año para rodar todos los eventos relacionados con el tesoro, como las jornadas visigodas de Guadamur, y las entrevistas a protagonistas y expertos, como el arqueólogo Juan Manuel Rojas, que desde 2013 dirige los trabajos de investigación en un yacimiento donde se han documentado vestigios de un posible palacio, de una iglesia basilical, de un edificio de 30 metros de longitud o de un cementerio tardoantiguo.
"Creemos que el cine tiene la capacidad de enseñar y dar luz a historias desconocidas como la del tesoro de Guarrazar", resume Javier Palomo. "Algo muy triste que pasa en España es que la historia está olvidada, apenas hay representación audiovisual y cinematográfica de la historia española y queremos aprovechar para, de verdad, hacer cosas que cuenten la historia de quiénes somos y de dónde venimos". Comienza el segundo rescate un excepcional conjunto de adornos que testimonian la unión de la monarquía visigoda con la Iglesia: la corona y la cruz, como forma de unir sus destinos y de legitimar mutuamente su poder.