Con un ejército de menos de cien mil hombres y en apenas veinticinco años, Gengis Kan logró someter más territorios y pueblos que los romanos en cuatro siglos. Su imperio, que se extendía de la nevada tundra siberiana a las calurosas llanuras de la India, desde Corea hasta los Balcanes, abarcó en su momento de mayor apogeo entre diecisiete y diecinueve millones de kilómetros cuadrados, la superficie aproximada del continente africano. El caudillo mongol conquistó más del doble de regiones que cualquier otro hombre en la historia. Sin embargo, su imagen popular es mucho menos benévola que las de Julio César o Alejandro Magno. Fue el arquetipo del bárbaro, del salvaje sangriento y despiadado.
Gengis Kan (1162-1227) nació en un entorno de enorme violencia tribal, caracterizado por los asesinatos, los secuestros y la esclavización, en el seno de una familia proscrita abandonada en las estepas. Siendo todavía un niño, mató a su medio hermano mayor y fue capturado y encadenado por un clan rival hasta lograr escaparse. Toda esta información contribuye a configurar una marmita de los horrores. Pero aquel muchacho que tenía miedo de los perros y lloraba con gran facilidad estaba predestinado a cambiar el mundo, como profetizó su madre al observar el coágulo de sangre que tenía en la mano, aunque no abriendo las puertas de la barbarie y la destrucción, sino conectándolo, haciéndolo moderno.
El expansionismo militar de los mongoles tuvo unas inesperadas y revolucionarias consecuencias globales: cambió la forma de hacer la guerra, priorizando la velocidad y la sorpresa sobre el campo de batalla a las fortificaciones de las ciudades, unificó las tribus, conectó civilizaciones de Europa y Asia y abrió nuevas rutas comerciales, derribó el sistema feudal... Así lo expone el historiador y antropólogo Jack Weatherford en su sugerente y original libro Gengis Kan y la creación del mundo moderno, editado ahora en español por Ático de los Libros.
Según el investigador, especialista en pueblos tribales y receptor de la Orden de la Estrella Polar, la máxima condecoración que otorga el gobierno de Mongolia a ciudadanos extranjeros, por sus estudios y libros sobre Gengis Kan y los mongoles, el imperio erigido por el conquistador desarrolló un sistema singular basado en los méritos personales, la lealtad y la consecución de objetivos. Bajó los impuestos, estableció el primer sistema de correos internacional y creó una suerte de derecho internacional. También concedió la libertad religiosa en sus dominios, la inmunidad diplomática a todos los embajadores y legados y abolió la tortura.
"Gengis Kan supo moldear como nadie el mundo moderno del comercio, las comunicaciones y los grades Estados seculares", escribe Weatherford. "Fue el perfecto hombre moderno por su sistema de guerra profesional y ágil y por su compromiso con el comercio global y con el régimen de unas leyes seculares internacionales". Y añade: "Todos los aspectos de la vida europea —la tecnología, la guerra, la vestimenta, el comercio, la alimentación, el arte, la literatura y la música— cambiaron durante el Renacimiento como consecuencia de la influencia de los mongoles".
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Enemigo moderno: la URSS
A pesar de que solo ha pasado un siglo desde el gobierno del último descendiente del Gran Kan —Alim Kan, emir de Bujará, que permaneció en el poder en Uzbekistán hasta ser despuesto en 1920 a raíz de la revolución bolchevique—, el Gengis Kan histórico ha estado rodeado de misterios, como la localización de su tumba en una zona conocida como el Ij Jorig, el "Gran Tabú", en lo más profundo del corazón de Asia, y de leyendas, como las causas de su muerte: abatido por un rayo, una herida de flecha en su rodilla, un conjuro mágico o incluso desangrado al ser castrado por una princesa —un estudio reciente ha concluido que probablemente falleció tras contraer la peste bubónica durante el asedio a una ciudad china—.
También su físico es enigmático: Gengis Kan nunca permitió que nadie lo plasmara en un cuadro o en una escultura. Una de las pocas descripciones escritas contemporáneas la hizo el cronista persa Minjah al-Siraj Yuzayani, que lo definió "un hombre de elevada estatura, de carácter enérgico y complexión robusta, con pelo escaso y grisáceo, ojos felinos, lleno de vigor, discernimiento, genio e inteligencia fina, fascinante, un carnicero, justo, resoluto, un arrollador de enemigos, intrépido, sanguinario y cruel".
Paradójicamente, uno de los grandes enemigos del conquistador fue muy posterior: el comunismo. En los años treinta, los secuaces de Stalin asesinaron a unos 30.000 mongoles en varias campañas contra la cultura y religión de este pueblo. En esa coyuntura desapareció el estandarte de crines del espíritu de Gengis Kan —al morir uno de estos guerreros, su alma vivía en los mechones de su montura—, que se conservaba en el monasterio de Shanj. También vigilaron las autoridades soviéticas lo que llamaron Área Estrictamente Protegida, es decir, la tierra natal del Gran Kan, que pasó a estar protegida por tanques y albergar depósitos de armas nucleares.
Solo a raíz de la caída de la URSS los investigadores han podido acceder a las estepas y montañas que se encadenan en esta zona para tratar de descifrar la información recogida en la Historia secreta de los mongoles, la obra literaria clásica más antigua que se ha conservado de este pueblo. Jack Weatherford y otros investigadores han estado años recorriendo cientos de miles de kilómetros a lo largo de Mongolia persiguiendo la estela del nómada Gengis Kan. Su libro es también un relato de ese proyecto de arqueología de los desplazamientos, una aventuresca crónica personal de sus encuentros con la naturaleza más salvaje en la persecución del fundador del imperio más grande de la historia.