El historiador Gonzalo Gómez García se propuso desbaratar un mito sobre la medicina: ese que dice que “hasta la llegada de la penicilina, todo eran sangrías y que enseguida te cortaban un brazo o te hacían otras cosas escabrosas y horripilantes” si estabas enfermo, y que “si entrabas en un hospital, solo salías por la puerta de atrás”. En contra de esta visión, el profesor de Historia Antigua y Medieval en la Universidad Francisco de Vitoria ha estudiado a fondo la medicina española del siglo XVI para reivindicar a “una generación dorada de médicos en España que conformaron las bases de la Medicina moderna”. “Ni hechiceros ni sangradores, los médicos humanistas fueron los primeros científicos que dieron dignidad al trato médico”, asegura.
Gómez García ha sintetizado los hallazgos de su investigación en un interesante libro divulgativo que edita la Fundación Banco Santander en su Colección Historia Fundamental: Sanar cuerpos y guardar almas. El humanismo médico en España y América en el siglo XVI. Además, complementa la obra una serie de pódcasts que resumen los contenidos del libro.
Basándose en una profusa labor de investigación en archivos —como el del antiguo hospital de Antezana, una institución privada con más de cinco siglos de historia—, Gómez García desmiente también la idea de que España en el siglo XVI era un país atrasado científicamente, a pesar de ser la mayor potencia mundial. “Todavía pervive ese pesimismo de 1898, ese sentimiento de tristeza con respecto a la historia de España”, ha señalado el autor este miércoles en la sede de la fundación, durante la presentación del libro a la prensa.
El escritor Luis Alberto de Cuenca, miembro de la Real Academia de la Historia y presente en el acto, felicitó a Gómez García por su trabajo y opinó que su libro “se sitúa en el fiel de la balanza, ni en ese triunfalismo patriotero, ni mucho menos en el menosprecio por nuestra historia, sino que es objetivo, y objetivamente España tuvo todas las papeletas para avanzar en muchísimos terrenos científicos, literarios y artísticos porque fuimos una potencia de importancia”.
Según explica Gómez García, “a finales del siglo XV se vio que el modelo médico medieval no valía”, porque no había sido capaz de hacer frente a “una crisis tan gorda” como la de la peste negra. En el norte de Italia se empezó a hablar de la dignidad de las personas, que “empieza a sentar las bases del humanismo”, y esto tuvo su reflejo también en la medicina, colocando al paciente por encima de todo y buscando como objetivo “su reintegración en la sociedad”.
En el siglo XVI, Medicina se convirtió en una de las tres grandes carreras universitarias de la época, junto con Teología y Derecho, y la sanidad se profesionalizó: “Ya no eran hospitales de caridad atendidos por frailes y adonde ibas para no salir, sino que ibas a curarte, a reintegrarte en la sociedad gracias al trato de los sanitarios y a recuperar la dignidad perdida en base a tu enfermedad o tu pobreza”, sostiene Gómez García. Los reyes católicos crearon además el Real Tribunal del Protomedicato, encargado de evaluar y autorizar a los profesionales sanitarios, algo así como “el MIR de aquella época”.
Con esta profesionalización de los hospitales, de los médicos, cirujanos, boticarios, enfermeros y enfermeras, “se sentaron las bases de la medicina moderna que tenemos hoy”, añade el historiador. Además, Carlos V y Felipe II impulsaron el estudio anatómico permitiendo la disección de cadáveres, una práctica que había estado perseguida por la Inquisición.
Todos estos avances en medicina se exportaron rápidamente a América desde el establecimiento de las primeras colonias españolas. Fundado en 1524 por Hernán Cortés, el hospital de Jesús de México es el más antiguo del continente, y se crearon otros hospitales y universidades “para españoles y para naturales”, como se llamaba a los nativos (además de “indios”). La segregación en algunos hospitales no tenía que ver con una cuestión de racismo, “sino porque había enfermedades procedentes de Europa y había que minimizar el contacto de los indígenas con ellas”, asegura el autor de Sanar cuerpos y guardar almas.
Aparte del nefasto efecto epidemiológico que la llegada de los españoles tuvo sobre la población indígena, a nivel médico el contacto entre España y América reportó grandes novedades farmacológicas a la medicina occidental, ya que se adoptaron plantas y remedios usados por los nativos.
Otra característica de la medicina de la época es que la corona redujo la cantidad de hospitales en las ciudades —“a menudo fundados por órdenes mendicantes y que no valían para nada”, afirma el historiador— y se fueron concentrando en menos hospitales pero mejor preparados, en aras de la eficiencia, “un concepto que parece que es un invento del siglo XXI”, señala Gómez García.
Otra curiosa consecuencia de este avance de la atención sanitaria en el siglo XVI es el surgimiento de los corrales de comedias, que tienen su origen en las obras de teatro que se representaban en los patios de los hospitales para entretener a los enfermos.
En el sistema sanitario de la época, lo más caro para el paciente no era la atención médica, sino las medicinas. “Un buen jarabe te podía costar la décima parte de tu sueldo anual”, asegura Gómez García. La corona, según el investigador, asumió esos gastos reinvirtiendo así los impuestos recaudados, especialmente en los virreinatos de América.
Sanar cuerpos y guardar almas es el segundo volumen de la Colección Historia Fundamental de la Fundación Banco Santander, que saca a la luz episodios, hechos, personajes, temáticas y escritos de la historia de España e Iberoamérica entre los siglos XVI y XVIII que, por diversas circunstancias, han sido olvidados o no investigados lo suficiente.
Francisco Javier Expósito, responsable de historia en Fundación Banco Santander, comenta que “en un momento de debate sobre la sanidad y el trato a los pacientes, este libro ilumina una historia de la ciencia médica y sanitaria española pionera y humanística, poniéndonos ante el espejo del pasado cara al futuro”.