El alegato inaugural del Mundial de Qatar pronunciado por Gianni Infantino pasará a la historia de la infamia. Su sitio natural es el reverso patético de grandes discursos que abrieron un parteaguas en la historia de la humanidad. Como el de Churchill ante el horizonte horrible de la Segunda Guerra Mundial, o el de Luther King desde la escalinata de Monumento a Lincoln en Washington (“Tengo un sueño”), o el de Sócrates defendiéndose de las acusaciones sofistas ante el Tribunal de Atenas, o el de Kennedy en su investidura… El máximo jerife de la FIFA decía que se sentía un trabajador inmigrante. ¡Por favor! A este hombre, que ingresa una millonada al cabo del año, ya no parece quedarle ni la más mínima reserva de vergüenza. Los Gobiernos europeos, visto lo visto, deben tomarse muy en serio el llamamiento del Parlamento europeo a acabar con la “corrupción rampante” de la entidad que rige los destinos del fútbol global.
Las circunstancias que han propiciado que el Mundial se juegue en Qatar ponen de manifiesto esa necesidad imperiosa. Y también evidencian cómo el pequeño emirato ha conseguido dominar y aunar voluntades gracias a su pujanza económica. Su labor de zapa para llevarse el gato al agua ha sido muy eficaz. Pero a muchos influyentes actores de la comunidad futbolística que han remado a favor de la designación catarí no les saldrá gratis en términos de reputación. Su integridad moral podrá ponerse en cuestión con solo chequear la hemeroteca y espigar algunas de sus afirmaciones en relación a esta polémica edición de 2022.
¿Se acuerdan, por ejemplo, de Pep Guardiola al pie de las cuatro columnas de Montjuïc leyendo un manifiesto que denunciaba a España como “un Estado opresor” en plena escalada independentista? Pues con Qatar parece tener otra vara de medir: “Apoyo la candidatura para el Mundial porque viví allí, por cómo me trataron a mí y a mi familia, y por la cultura y el país que conocí. Nunca ha llegado a Oriente Medio. Tenemos un concepto muy lejano de lo que es el mundo árabe, me pasaba a mí antes de ir a Qatar. Fue una grata sorpresa y un mundo maravilloso”.
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El contraste entre ambas consideraciones del magnífico entrenador, que en el ocaso de su carrera como futbolista militó un par de temporadas en el Al-Ahli de Doha, habla por sí solo. ¿De veras a alguien tan comprometido políticamente no le dio tiempo a enterarse de las condiciones en que trabajaban allí los migrantes procedentes de Nepal, India, Pakistán, Filipinas, Bangladés, Sri Lanka…? ¿Nadie le habló de la ‘kafala’, el régimen laboral casi esclavista que padece toda esa carne de cañón?
Quizá allí le envolvieron en una burbuja que lo despistó. Pero fue un periódico de su actual país de adopción, el inglés de The Guardian, uno de los primeros en hacer saltar las alarmas en Occidente: la construcción de los faraónicos estadios sobre el desierto había causado un número de víctimas mortales terrorífico. Más de seis mil, precisaba el rotativo británico. Siete mil, según la Fundación para la Democracia. Jornadas interminables, calor extremo y mínima observancia de los protocolos básicos para conjurar los riesgos laborales habrían conformado el cóctel letal. Sobre ese dolor se están jugando los partidos que concitan una atención masiva. Algunos aficionados nos sentimos sucios por participar del circo, sin poder, por otro lado, evitar embebernos en el juego que aprendimos a amar en la infancia, un tiempo en que los Mundiales se viven con más ilusión casi que la Noche de Reyes.
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Traía a colación a Guardiola por su flagrante arbitrariedad, tan significativa al contraponerse con juicios sobre "el Estado español". Pero ya decía que la hemeroteca retrata a decenas de figuras del balón cuya visión de la realidad catarí está muy condicionada por los pingües beneficios que obtienen o han obtenido en el feudo de la familia Al Thani. Una dinastía que, según la versión más extendida, untó a los miembros del comité de la FIFA para que se decantará en favor de su minúsculo territorio asomado al golfo Pérsico como sede del Mundial 2022. Una capacidad de influir que llegó hasta Sarkozy, metido al parecer hasta el cuello en el cambalache catarí, tanto que presuntamente obligó a Platini, expresidente de la UEFA con serios problemas con la justicia, amén de inolvidado centrocampista de la Juve y los bleus, a mover hilos en pro de la monarquía absoluta árabe. A cambio, Qatar le metería un chute de millones a un PSG en quiebra.
Es la teoría que enuncia el periodista Fonsi Loaiza en su último libro, Qatar. Sangre, dinero y fútbol (Akal), que, aparte de la indecente declaración de Guardiola, recoge las loas al emirato de Sandro Rosell, Xavi Hernández, Raúl González, Gabi (ex capitán del Atletico de Madrid)… Frente a este coro ‘agradecido’, se alzan las voces discordantes de Toni Kroos, cuya madre le inculcó ciertos valores proletarios de la RDA, y Eric Cantona, nieto de republicanos catalanes que acabaron en el campo de refugiados de Argeles-sur-mer. El exdelantero del Manchester United y protagonista, ya en su faceta como actor, de la combativa serie Recursos inhumanos, basada en la novela de Pierre Lemaitre, tiene muy claro lo que va a hacer estos días de Mundial: “Me niego a ver verlo porque Qatar no es un país de fútbol y esta competición no dejará ningún legado. Se trata solo de dinero”.
Cantona, connotado izquierdista, funda su boicot, claro, en la muerte de esos miles de trabajadores. Tal vez es el camino a seguir. Aunque también se puede confiar en que estar bajo la mirada del mundo presione a Qatar a abrir la mano en el ámbito de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, el respeto hacia el colectivo LGTBI y el trato jurídico a los migrantes que buscan en el árido terruño pérsico una posibilidad de salir adelante en la vida. En este punto, conviene recordar lo que ocurrió en España 82, un Mundial que, aunque pocos lo saben, la FIFA ofrendó a Franco ¡en 1964! Y, sin embargo, luego fue uno de los hitos primigenios en la modernización del país y en su proyección internacional como democracia imberbe pero voluntarista.
No sé… Quizá es demasiado forzado -a fuer de ingenuo- el paralelismo. La presión y el escrutinio que pesaba sobre nosotros entonces también se da pero son contextos muy disímiles. Y además, este Mundial, cuanto más se estudia su génesis, resulta más difícil e encontrar por donde cogerlo. Leyendo a Loaiza me entero de que uno de los principales constructores de los estadios es el hijo de Bin Laden. E ítem más: el arquitecto de alguno de ellos es un vástago de Albert Speer, aquel que había diseñado para Hitler un nuevo Berlín (Welthauptstadt Germania) a imagen y semejanza de sus ensoñaciones imperiales. Cierto es que quiso poner tierra de por medio con ese pasado ominoso, y que a un hijo no hay que cargarles las culpas de un padre, pero, como nos recordaba Aitor Lagunas hace unos días, antes de morir en 2017 dejó alguna perla llamativa: “Mis recuerdos de Hitler son los de un sobrino con un tío cariñoso”.