Tras 181 días de asedio marcados por combates brutales, epidemias, bombardeos aéreos, hambruna y persecuciones motivadas por prejuicios raciales, la ciudad fortificada de Przemyśl capituló ante el enemigo ruso. Ubicada en el actual extremo suroriental de Polonia, en la frontera con Ucrania, era el mayor y más importante bastión defensivo en el este del Imperio austrohúngaro. El emperador Francisco José, un hombre que en sus 66 años de reinado había tenido que afrontar numerosos desatres, consideró que esta derrota era diferente, calamitosa, y lloró desconsoladamente los dos días siguientes a la rendición. El prestigio habsburgo estaba por los suelos.
La ciudad multiétnica, habitada por polacos, ucranianos y judíos, estaba rodeada de un cinturón de 17 fuertes principales y 18 secundarios, establecidos en una semielipse de 48 kilómetros. Todos fueron volados por los aires en la mañana del 22 de marzo de 1915. No por la artillería rusa, sino por orden del alto mando austrohúngaro, que también mandó a sus soldados destruir cualquier cosa de valor militar —tuvieron que romper las culatas de los fusiles y hasta pisotear los cartuchos en el suelo—. Pretendían que el Ejército enemigo entrase en un montón de ruinas.
El "armagedón fue "un espectáculo horrible y al mismo tiempo de una belleza incomparable, de perpetua tristeza, pero también de una grandeza tan sublime, que la destrucción de Pompeya o Herculano no hubieran podido ofrecer un espectáculo más imponente", escribió el piloto Rudolf Stanger. La testigo Józefa Prochazka habló de "una visión magnífica y terrorífica a la vez. Como si fueran volcanes en activo, columnas de fuego rojo estallaron en torno a Przemyśl, proyectando enormes piedras y restos y expulsando monstruosas nubes de humo negro".
Para Alexander Watson, doctor en Historia por la Universidad de Oxford y profesor en Goldsmiths, Universidad de Londres, el sitio de Przemyśl "cambió el curso de toda la Primera Guerra Mundial". Fue una batalla decisiva que frenó la invasión rusa de Europa Central en el otoño de 1914. Una guarnición de 130.000 soldados, la mayoría reservistas de mediana edad, dirigidos por unas fuerzas armadas famosas por su incompetencia, con un armamento obsoleto, pésimas comunicaciones y un sistema defensivo anticuado y mal preparado logró frenar al considerado entonces como mejor ejército del mundo. Así lo expone en La fortaleza (Desperta Ferro), la extraordinaria historia de una epopeya bélica, a pesar de todo, desconocida.
"Aquel desastroso otoño —explica Watson— la fortaleza representó la última esperanza de supervivencia para el Imperio austrohúngaro. Al retrasar a los rusos, proporcionó al maltrecho ejército de campaña el respiro que tan desesperadamente necesitaba, permitiéndole recomponer sus filas, restaurar la disciplina y volver a la batalla. Así pues, el sitio de Przemyśl fue una campaña decisiva: sin el desafío de la fortaleza, el Ejército austrohúngaro se habría derrumbado, Europa central se habría enfrentado a la invasión rusa y hoy probablemente hablaríamos de la Gran Guerra de 1914-1915".
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La radiografía que hace el historiador de los antecedentes, los seis meses de asedio —fue el más prolongado de la I Guerra Mundial— y sus consecuencias es completísima en lo que se refiere al relato histórico militar y escalofriante en sus interpretaciones. Watson narra la imposible supervivencia de los 46.000 ciudadanos civiles que habitaban la plaza o los desesperados intentos del Estado Mayor austrohúngaro, lanzando espeluznantes ofensivas a través de los Cárpatos helados –perdieron unos 700.000 efectivos–, para liberar una ciudad estratégica y con un significante nudo ferroviario que agonizaba por recibir suministros. Durante las primeras semanas de 1915, por ejemplo, la guarnición subsistió únicamente sacrificando y comiéndose la mayoría de sus 21.000 caballos.
La guerra de Ucrania
Además de ser clave en la evolución de la Gran Guerra, Watson arroja otra tesis todavía más provocadora en las páginas de su obra: Przemyśl constituye "la prehistoria olvidada de los futuros horrores totalitarios", el lugar donde se desencadenó "un nuevo tipo de barbarie". Lo justifica diciendo que los rusos efectuaron en esta ciudad y en sus alrededores "el primer programa ambicioso de limpieza étnica que sufrió la Europa centrooriental. Las autoridades austriacas calcularon que, en tan solo diez días, se echó de la ciudad y del distrito circundante a casi 17.000 judíos. Fue la mayor deportación forzosa de una comunidad perpetrada por las tropas del zar en territorio ocupado.
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Watson concluye que el calvario de la fortaleza constituyó "el acto más extremo de una rusificación radicalizada y violenta". El Ejército trató de convertir el bastión defensivo austrohúngaro, en lo político y en lo étnico, en una ciudad "rusa", un paso más en esas aspiraciones del zar Nicolás II de crear la "Gran Rusia que se extiende hasta los Cárpatos". A ojos de los vencedores, se trataba de "una ciudad rusa liberada después de largos siglos de esclavitud".
Unas décadas más tarde, Przemyśl fue seccionada por la infame Línea Molotov y se dividió entre los dos imperios del mal: el nazismo y el estalinismo. La ocupación de la Unión Soviética estuvo dominada por una violencia extraordinaria que pretendía llevar a cabo una transformación radical de la población. Los nazis, al igual que habían hecho los rusos, expulsaron a los judíos de un lugar que volvería a ser frente de batalla a finales de junio de 1941, cuando se puso en marcha la Operación Barbarroja.
"Las ocupaciones de 1915 y 1939 no fueron acometidas por las mismas unidades, ni tampoco existe evidencia de que las medidas del Ejército ruso inspirasen las políticas nazi", escribe el historiador. "Esta similitud se explica mejor por su común percepción imperialista de la Galitzia multiétnica como tierra de experimentación y transformación, por su muto antisemitismo y por una implacable visión nacionalista y militarista, elementos que ya estaban presentes al inicio de la Primera Guerra Mundial". En 1942, los 66 judíos que permanecían en el suburbio de Zasine fueron asesinados en el primer fuerte del perímetro de la fortaleza habsburgo, donde los esbirros de Hitler habían montado un centro de ejecuciones. Un simbólico episodio que enlaza los horrores del siglo XX.
La historia de Przemyśl resuena con especial fuerza en la coyuntura bélica actual. En esas rimas que tienen el pasado y el presente, las ambiciones de Vladímir Putin son un reflejo de uno de los objetivos de las fuerzas armadas de Nicolás II: eliminar la identidad ucraniana sin importar los medios. En un prólogo ex profeso para la edición en español de La fortaleza, Watson recuerda que la campaña del zar, frenada en este bastión defensivo, desembocó en una sangrienta contienda de desgaste que, en último término, destruyó su régimen. Quizá la numantina defensa de los ucranianos hoy en lugares como Bakhmut está cavando la tumba del autócrata ruso.