Explica Marilar Aleixandre (Madrid, 1947) en una nota final de Las malas mujeres el criterio que ha seguido en su composición: ha conjugado imaginación y testimonios. A veces, añade, la invención ha actuado sobre hechos reales. El procedimiento no es novedoso, muchísimas obras se han escrito a partir de tales principios, y todo depende, para evaluar su mérito, del acierto con que se utilice. Aleixandre lo emplea con tan buen tino que consigue mediante esa aleación de documento y fábula una novela de corte social plena de vida y de sentimiento.
Las malas mujeres funde varias historias diferentes. La más destacada es la de la niña Sisca, producto de la imaginación y emplazada en 1863, pero sugerida por un drama real reciente. La chica fue a parar a una inhumana prisión de La Coruña, la Galera, acusada de ayudar a su madre a “malparir” por haberla acompañado en el aborto que le costó la vida. La prisión coruñesa da lugar a un segundo y doble eje narrativo.
Este núcleo se centra en personas reales, la ensayista y activista por los derechos de la mujer Concepción Arenal y la también activista y escritora Juana de Vega, esposa del guerrillero Espoz y Mina. Supone un aliciente notable el jugar con dos mujeres fuertes, determinadas y valientes pero de convicciones muy distintas: religiosa y conservadora, Arenal; liberal y progresista, la condesa de Mina. Ambas, sin embargo, coinciden en su labor a favor de las mujeres sojuzgadas por su condición social.
A Arenal la vemos en su trabajo como visitadora de cárceles, imposible por la hostilidad oficial y por la hipocresía de las monjas. De sus dolorosas andanzas se desprende un testimonio carcelario brutal. El empeño de Arenal por instruir a las presas analfabetas para facilitar su independencia una vez cumplida la pena coincide con el de Juana de Vega por fomentar la formación de la mujer que la emancipe en una sociedad patriarcal. Marilar Aleixandre aprovecha dos caracteres tan destacados para mostrar con tensión literaria, no como mortecino documento de época, una situación intolerable.
En estas líneas narrativas Aleixandre no escatima espantosos datos naturalistas y su relato se acerca al realismo tremendista. También recurre, sin embargo, a un componente del todo contrario, de corte expresionista, en unos pasajes titulados “el mudo coro de las malas mujeres”. En ellos, esas mujeres avasalladas levantan su voz con canciones populares e historias que denuncian los abusos de los poderosos y los señoritos. Este coro enrabietado y retador, que oscila del canto litúrgico a la entonación lírica, del desafío a la emoción, tiene el resultado narrativo de un contraste de muy buen efecto.
La novela está impregnada de una intensa emotividad que logra reducir la propaganda y el proselitismo
La variedad de recursos señalada, los diversos estilos utilizados, la narración en primera y en tercera persona o el añadido de cartas y documentos legales y administrativos, en suma, la fragmentación formal, no son ejercicio vanguardista sino el modo de darle a Las malas mujeres un aire actual y moderno. Y como tal novela histórica libre de las rutinas y convencionalismos de este subgénero comercial logra una estampa abarcadora y vivaz de la dura problemática de la mujer a finales del siglo XIX.
Por un lado, el protagonismo coral plasma la extremada vida de las mujeres pobres. Por otro, la obra celebra los enormes esfuerzos que una minoría de personas luchadoras, y convencidas del esencial papel redentor de la cultura, hicieron para promover el feminismo y la justicia social.
[Marilar Aleixandre, Premio Nacional de Narrativa]
Las malas mujeres no se libra de una carga didáctica pero está impregnada de una intensa emotividad que reduce a límites razonables (a pesar de alguna concesión: un amor lésbico esquemático y pegadizo) la propaganda y el proselitismo.