A Haroldo Godwinson, el hombre más poderoso de Inglaterra en 1066, le amenazaban por dos flancos. Guillermo, el duque de Normandía que poco tiempo después sería ungido como "el Conquistador", había concentrado en la costa norte de Francia un ejército excepcionalmente grande y se disponía a cruzar el Canal de la Mancha. El hermano del soberano inglés, Tostig, que había efectuado varias incursiones devastadoras en las zonas meridional y oriental de la isla, presentaba ahora una nueva alianza con el rey norguego Harald Hardrada, que también se agarraba a un residual derecho de sangre para reivindicar el trono.

De la primera empresa, Haroldo salió triunfante llevando a cabo una de las grandes hazañas de la logística medieval: reclutó en Londres de forma apresurada un contingente que se acercaba en número a las tropas enemigas y, recorriendo más de 40 kilómetros diarios, se plantó el 25 de septiembre en la localidad de Stamford Bridge, al oeste de York, sorprendiendo y derrotando al ejército vikingo. Esta batalla, de hecho, se ha considerado tradicionalmente como la clausura de la Era Vikinga (793-1066).

Sin embargo, Haroldo cayó derrotado y muerto el 14 de octubre en la famosa batalla de Hastings. Guillermo accedió así a la corona que codiciaba y se convirtió en el primer rey normando de Inglaterra. El tapiz de Bayeux, una crónica encomiástica y propagandística de estos acontecimientos, con numerosas escenas y más de medio millar de personajes que trazan un relato ambiguo y lleno de misterios, es el monumento más icónico de la conquista normanda y de este pueblo de guerreros.

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Las acciones bélicas y políticas de los normandos, no obstante, no se circunscribieron exclusivamente a las islas británicas. Su linaje llegó a gobernar el norte de Francia, el sur de Italia, Escocia y grandes zonas de Gales e Irlanda, y también protagonizaron un espectacular —aunque efímero— impacto el Mediterráneo oriental, donde pusieron en riesgo la estabilidad del Imperio bizantino. El cénit lo alcanzaron en 1212 con la coronación del normando siciliano Federico II, apodado "el niño de Apulia", como gobernante de los alemanes. Ocho años más tarde le sería entregado también el cetro del Sacro Imperio Romano Germánico.

Para el medievalista Levi Roach, profesor en la Universidad de Exter, los normandos fueron uno de los principales motores del surgimiento "por primera vez de una cultura europea común". En su libro Normandos, que edita ahora en español Crítica, narra cómo todas sus aventuras "reconfiguraron por completo el mapa de Eurasia occidental". "No es exagerado decir que el mundo moderno sería irreconocible de no haber sido por los normandos", sentencia.

De paganos a cristianos

Pero el historiador desliza ya hacia el final de su relato otra característica definitoria en la biografía de estos "sujetos extraordinariamente resbaladizos": de la misma forma que se asentaron y echaron raíces en multitud de regiones, su identidad fue difuminándose, se convirtieron en franceses, ingleses, sicilianos o escoceses. "Estaban al mismo tiempo en todas partes y en ninguna: eran un pueblo con un pasado glorioso, pero con poco futuro", escribe. Fueron, en definitiva, víctimas de su propio éxito.

El ensayo de Roach es interesante porque presenta una historia accesible pero de alta divulgación —brilla sobre todo a la hora de contraponer las fuentes escritas y desnudar sus exageraciones o partidismos— sobre esta singular civilización. No es un análisis sesudo sino un estupendo resumen instruido para descubrir las peripecias y el legado de los descendientes de Rollo.

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Normandos

Levi Roach

Traducción de Yolanda Fontal. Crítica, 2023. 384 páginas. 22,90 euros

Sí, los normandos eran vikingos en su origen. El conocido guerrero que participó en el asedio de París entre 885 y 886 invadió con sus hombres la región al norte del río Sena. Hacia el año 911, el rey francés Carlos el Simple llegó a un acuerdo con Rollo por el que le entregó una parte importante de lo que se convertiría en Normandía a cambio de garantizar la seguridad del reino. Poco a poco, los nórdicos paganos se fueron convirtiendo en normandos cristianos, participaron en luchas dinásticas y comenzaron a explorar otros rincones del continente.

Uno de los normandos de mayor fama fue Roberto Guiscardo (c. 1040-1085). Gracias a una serie de audaces operaciones militares aseguró el control de gran parte de la península itálica y fundó el reino de Sicilia, uniendo toda la zona bajo un mismo estandarte por primera vez en casi medio milenio y reforzando los lazos de la Europa occidental católica. En las islas británicas, señala el autor, introdujeron los castillos o la cultura caballeresca. Su principal tesis es que los normandos conectaron e integraron grandes zonas del Viejo Continente y el Mediterráeno.

Roach dedica un capítulo a la presencia normanda en la Península Ibérica, sobre todo por su participación en el asedio de Lisboa en 1147. Hubo un importante asentamiento en Tortosa y sus alrededores y personajes como Rotrón del Perche participaron en las primeras campañas contra los musulmanes encabezadas por Alfonso I el Batallador. A pesar de su significativo papel, nunca se integraron en las estructuras de poder locales y no tuvieron éxito a la hora de crear un estado independiente. El historiador lo achaca a una cuestión de "suerte", cuando más bien el número de participantes rara vez destacó.

Asimismo, los normandos establecieron un reino fugaz en el norte de África, que amenazó a los gobernantes fatimíes de Egipto y a los señores almohades de Marruecos, desempeñaron un papel destacado en la génesis de la Primera Cruzada y se labraron frente a los bizantinos una reputación marcada por su valentía y ferocidad. De vikingos a conquistadores de Europa.