A Mitrídates el Grande, el rey del Ponto, las fuentes clásicas lo describen como el autor de una sangrienta conspiración en la primavera del año 88 a.C. que se saldó con el asesinato de al menos 80.000 romanos que habitaban en la provincia de Asia. Según algunos investigadores, el "Aníbal oriental" fue el responsable del "acto de terror más horrendo y exitoso de la Historia Antigua".
El término "mitridatismo" bien podría haber sido acuñado para definir algún tipo de acción terrorista, pero el implacable enemigo de Roma, además de alzarse como un brillante estratega, fue también un erudito patrón de las artes y las ciencias. De hecho, ante el miedo que manifestó a lo largo de su vida a ser envenenado, decidió dedicarse al estudio de los tóxicos y antídotos. Se dice, con tintes legendarios, que tomaba continuamente pequeñas dosis de todos los venenos conocidos junto con una fórmula secreta que neutralizaba su acción.
Mitrídates protagonizó sucesos inverosímiles, recuperaciones milagrosas. Tras una batalla contra las legiones romanas donde resultó herido, requirió los servicios de un chamán para cohibir la hemorragia. Este le aplicó una pequeña dosis de veneno de serpiente provocando supuestamente un efecto coagulante. En unas pocas horas ya podía caminar. El rey del Ponto, asesorado por un célebre rizotomista (cortador o arrancador de raíces) llamado Krateuas logró elaborar el Mithridatum, un supuesto antídoto que contenía hasta 54 sustancias vegetales.
El mejunje, sin embargo, no le sirvió para sobrevivir a un plan tramado por su propio hijo Farnaces para arrebatarle el poder tras haber claudicado ante el yugo de Roma, personificado en la figura de Pompeyo —historiadores como Apiano deslizan un epílogo más novelesco y agónico, presentando a un Mitrídates incapaz de suicidarse por su inmunidad frente a las pócimas venenosas y obligado a reclamar la espada de uno de sus oficiales—. El mitridatismo ha quedado registrado como la resistencia a los efectos de un veneno adquirida mediante la administración prolongada y progresiva del mismo e iniciada a partir de dosis inofensivas.
Este es uno de los curiosos episodios que siembran Puro veneno (La Esfera de los Libros), un libro de Roberto Pelta Fernández en el que nos embarca en un recorrido histórico desde la Antigüedad hasta el presente por el mundo de los tóxicos y su empleo como pócima criminal por cuestiones políticas, sucesorias o simples ajustes de cuentas, y como puerta hacia el suicidio.
El doctor en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense e historiador de la Sociedad de Alergología e Inmunología Clínica presenta los orígenes y características de distintos venenos desarrollados a lo largo de la historia y cierra con una lista de célebres envenenadores y envenenados, donde se da pábulo a algunas teorías con poco fundamento, como la de que la reina egipcia Nefertiti, cuya momia no ha sido descubierta, murió como resultado de una de estas sustancias.
Muertes misteriosas
El temor de los emperadores, reyes y gobernantes a ser envenenados ha sido una constante a lo largo de los siglos. Por eso emergió la figura de los praegustatores o catadores, una profesión de riesgo que solía ser desempeñada por un esclavo.
En la Antigua Roma, donde hay constancia de envenenadoras profesionales, como Locusta, que ayudó a Agripina la Menor y a Nerón a deshacerse de sus enemigos, su presencia podía revelar muchas intenciones, como cuenta Plinio el Viejo: "Es signo de confianza que, tras acudir a la cena con el praegustator, se renuncia al uso de su servicio cuando reina la armonía. Así, el agasajado muestra su amistad ante quien lo convida sabiendo que nada debe temer". Un mecanismo deshumanizado por el cardenal Richelieu, quien hizo probar a sus gatos las bebidas y viandas para ver si sobrevivían antes de ingerirlas.
El arsénico es el rey de los venenos, el más clásico: figura ya en el que se considera el texto de medicina más antiguo, escrito hace más de 4.000 años en unas tablillas de barro descubiertas en Mesopotamia. La cicuta, por otro lado, empleada por primera vez en el Antiguo Egipto para ejecutar a los reos, se convirtió en "veneno de Estado" en la Antigua Grecia y fue introducida en el sistema penal de Atenas hacia el año 404 a.C. como una forma menos cruel de ajusticiar a los condenados a la pena capital.
Cleopatra, Fernando el Católico y el brebaje para mejorar su potencia sexual, Napoleón Bonaparte —el corso murió en realidad por un cáncer de estómago, a pesar de la supuesta cantidad de arsénico documentada en su pelo— o Marilyn Monroe son algunos de los nombres envueltos por muertes misteriosas, normalmente con más ingredientes de exageración que de realidad, que el doctor Pelta incluye en su libro.
El autor indaga también en el uso bélico del veneno gracias a los hallazgos en numerosos yacimientos prehistóricos de puntas de flecha realizadas con materiales como hueso y asta de ciervo, algunas de las cuales disponían de una ranura donde probablemente se colocaban sustancias venenosas.
Juan de la Cosa, que acompañó a Cristóbal Colón en su primer viaje a las Indias y trazó el primer mapamundi, cayó muerto por una punta envenenada disparada por un indígena. Su cuerpo estaba hinchado y deformado por la acción deletérea del veneno. El más popular entre ellos fue el curare, de color negro, resinoso y amargo, que tiene la propiedad de paralizar las placas motoras de los nervios de los músculos estriados.