Fue durante unas vacaciones familiares y en caravana por Navarra cuando Elvira Roca Barea (El Borge, Málaga, 1966) descubrió a Alonso de Salazar, el sacerdote e inquisidor español que abordó el célebre caso de las brujas de Zugarramurdi con una herramienta inédita para el contexto de estado de histeria colectiva y vorágine superchera de la Edad Moderna: el raciocinio. Su intervención produjo y terremoto, un cambio de criterio pionero, en la legislación sobre brujería en España.
La autora del exitoso y controvertido Imperiofobia y leyenda negra (Siruela, 2016) vuelve ahora a la figura de Salazar con su primera incursión en el género de la novela histórica: Las brujas y el inquisidor (Espasa), ficción reconocida con el Premio Primavera 2023 —también ganó con Fracasología el galardón de ensayo de la casa en 2019—. Al otro lado del teléfono, la combativa profesora desgrana las claves del libro, los debates históricos actuales y algunos debates identitarios.
Pregunta. ¿Por qué restituir el nombre y la labor del denostado inquisidor Alonso de Salazar y Frías a través de la ficción? ¿Por qué no dedicarle un ensayo de los suyos?
Respuesta. Salazar ya había sido muy bien estudiado por Gustav Henningsen y tiene dos trabajos formidables que suponen prácticamente toda la documentación que hay sobre él, incluida la que él mismo dejó escrita. Para decir algo nuevo, a lo mejor un mínimo detalle que cabe en una página, había que dedicarle muchísimo trabajo.
P. Pero siendo Henningsen un autor quizá más desconocido para el gran público, ¿por qué no una obra divulgativa sobre el inquisidor?
R. Siempre me ha gustado hacer cosas nuevas, plantearme desafíos en el sentido de a ver cómo me desempeño en una cosa como esta. Henningsen se enamoró del personaje y desde que lo descubrió le dedicó años de su vida. Tampoco había probado con la ficción de gran formato, la novela larga. Siempre es bueno empezar cosas nuevas, no hay que colocarse ya en un ángulo determinado en donde estoy cómoda y decir: "Pues aquí me quedo para siempre". Soy muy inquieta y me apetecía.
P. Hace unos días dijo que la novela histórica, en líneas generales, es una desgracia…
R. La novela histórica, en líneas generales, es una desgracia. Pero en líneas generales: hay obras maestras que son novela histórica. En la vida los matices son todo. Estoy de los titulares hasta el occipucio. Y claro está, hay una cantidad gigantesca de bazofia, se ha convertido en el mundo de la fantasía. La novela histórica tiene un peligro adicional, que es el hecho de que si está bien hecha la gente tiende a pensar, por regla general, que eso reconstruye una época. A lo que literariamente no se le puede poner un pero, sí se le puede poner en la medida en que genera una conciencia histórica que si no es falsa, falsea mucho la realidad.
»Pasa, por ejemplo, con las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, que convierte a Adriano en una suerte de emperador filósofo, un hombre admirable. Es un personaje con muchísimas sombras, las cuales no están ahí. Creó un Adriano que se ha comido al Adriano histórico que podemos conocer. En El nombre de la rosa tenemos una quema de brujas en una época —la acción se desarrolla en torno a 1327— en la que todavía no había empezado. Entonces se proyectan hacia el pasado unos hechos que sucedieron mucho después. Pero una vez ahí planteado, automáticamente lo de quemar brujas conduce a la Edad Media. Es falso, es un fenómeno de la modernidad. Literariamente serán unas obras formidables, como el Don Carlos de Schiller, que crea el arquetipo del horrible, malvado y asesino inquisidor que viaja por el tiempo y devora la realidad.
P. Ante estos 'peligros' de la novela histórica, ¿considera que es una herramienta útil para enseñar historia?
R. Hasta cierto punto sí y hasta cierto punto no. Manejada con mucho cuidado…
España vive en la autarquía desde hace muchísimo tiempo antes de Franco
P. En ese debate al que se enfrentan los autores de novela histórica, ¿dónde ha puesto usted el límite entre ficción y hechos contrastados?
R. De tal forma que los personajes que son históricos no se mueven ni hacen nunca nada que no esté documentalmente probado. Y todo lo que es el cuadro más amplio y generalizado, es una aportación narrativa que viene de personajes que no son históricos. He tratado con muchísimo cuidado a Alonso de Salazar hasta el punto de que me costó mucho terminar esta novela. Me paralizaba manejar personajes históricos y me causaba una enorme desazón pensar si les estaría haciendo decir cosas o hacer cosas que a lo mejor no les gustaban. Cada vez que tenían que intervenir escribía, reescribía, quitaba y ponía… imaginándome qué pensaría él si levantara la cabeza.
»A través de los personajes de Alarcón y Baltasar, que no son reales, la novela incorpora una gran cantidad de información que sé que Alonso de Salazar tenía, pero que no sé cómo la consiguió. Llegó a saber mucho sobre la actividad de los jueces franceses. El problema de Zugarramurdi, que es lo que plantea la novela, es que está conectado con lo que sucede al otro lado de la raya, que eso no aparece en Zugarramurdi porque sí.
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P. ¿Cuál diría que es la parábola de esta novela?
R. Hombres como Alonso de Salazar son siempre una raya en el agua y sobre todo que una figura así, enfrentada a un problema de esa naturaleza y envergadura, no sería finalmente derrotado. Lo asombroso es que se impusiera un criterio que era totalmente contrario a todo lo que había en aquel momento en todas partes. Que la Inquisición adoptara una doctrina legal contraria no solo a la que había en Europa, sino incluso a la de los tribunales civiles españoles. La gran parábola quizá sea qué difícil es el libre pensamiento en el sentido de qué difícil es el raciocinio como criterio que regula los actos humanos, y qué difícil es enfrentarse a una horda humana absolutamente enfervorecida y convencida de la verdad de cualquiera que sea la barbaridad.
»Casi nadie sabe la enorme cantidad de gente que fue literalmente linchada por sus vecinos porque pensaban que eran brujos o brujas y porque los tribunales no hacían nada. Y entonces se tomaron la justicia por su mano. E intervenir en esa situación horrorosa de histeria colectiva sin perder la serenidad, y no salir derrotado, me parece una cosa realmente asombrosa.
P. Esta historia también se puede entender como una forma de desmitificar la actuación de la Inquisición española. ¿Cuáles diría que son los grandes mitos que perviven en la conciencia popular a pesar de los muchos trabajos de historiadores publicados al respecto?
R. Son imposibles de erradicar porque ya han pasado a la cultura popular y no solo ahí. Yo he tenido un libro de 4º de la ESO que arrancaba un tema diciendo que en España no había habido Ilustración por culpa de la Inquisición. Ya no es sólo la cultura popular, sino un estado generalizado de opinión pública, incluso entre gente muy cualificada, que sigue aferrada a esas ideas simple y llanamente porque se han educado con ellas y les cuesta muchísimo trabajo cuestionarlas. Y qué cosa tan buena es cambiar de opinión, como decía Antonio Escohotado.
»El propio museo que hay en Zugarramurdi está ilustrado con unos dibujos de torturas espantosas que se hicieron para la Historia crítica de la Inquisición de España de Juan Antonio Llorente, que ha pasado por ser histórica con sus cifras espantosas de 200.000 muertos hasta hace tres días, hasta que investigadores como Henningsen se metieron en los archivos inquisitoriales. La totalidad de los condenados a muerte sobrepasa escasamente los mil y pico; y realmente ejecutados creo que son 812. ¿Un tribunal en toda Europa que durante varios siglos ejecuta a tan poquísima gente? Cualquier tribunal de cualquier condado remoto inglés o territorio germánico ha juzgado más casos con la pena capital. Sin embargo, ha pasado a ser el enorme monstruo, con varios museos en España de la Inquisición llenos de instrumentos de tortura que son falsos… Esa educación en la falsedad histórica se sigue dando y contra eso es muy difícil abrir camino.
P. Los inquisidores, por regla general, ¿fueron "más escépticos" frente a las acusaciones de brujería que los jueces de muchos Estados protestantes y de otros católicos?
R. Está demostrado históricamente que la persecución de la brujería fue más virulenta allí donde hubo guerras de religión. Cuanto más largos y enconados fueron estos conflictos, más virulentas fueron las persecuciones. Hay una relación entre ellas. No causa-efecto, pero sí potenciación del fenómeno. Las guerras de religión fueron como un bidón de gasolina en una hoguera pequeñita. En España esto fue en Navarra porque hubo problemas de tipo religioso: Enrique IV de Francia y III de Navarra era hugonote. Esos conflictos rebotaron a este lado de los Pirineos. Por eso es difícil encontrar casos de brujería al sur.
»La doctrina de la Iglesia a lo largo del tiempo y hasta la segunda mitad del siglo XV fue la del Canon episcopi, que era la del escepticismo, en el sentido de que se condena la brujería, pero porque se la considera una superstición. No se creía que fuera verdad. El gran cambio mental se produjo cuando se le dio credibilidad. A las brujas no se las persiguió porque sí, sino porque se creía en la brujería. Es la cuestión fundamental y a donde va Alonso de Salazar.
P. ¿Por qué se produjo?
R. A mi modo de ver, el problema de la caza de brujas en la modernidad es el resultado de una suma de factores. El primero es que siempre ha habido esta creencia, es una superstición universal. Dos: en las décadas que preceden y siguen a la caída de Constantinopla empiezan a llegar de Oriente una gran cantidad de texto griegos que traen con ellos cosas tan importantes como Platón —hasta ese momento solo se conocían dos diálogos y malamente, con textos muy corruptos—. Estamos en el momento de la eclosión del platonismo que hay en el humanismo. Pero en la misma oleada, llegan a la Academia platónica de Cosme de Médici los textos atribuidos a Hermes Trimegisto. Se traducen al latín en torno a 1470 y automáticamente están disponibles para toda Europa.
»Ahí se produce una oleada de entusiasmo esotérico sin precedentes y aureolado de prestigio. La magia, el ocultismo y todo eso se carga de prestigio. Además, en todo el continente estallan las guerras de religión, Martín Lutero, etcétera. Y por si faltaba algo, la imprenta empieza a reproducir esos dibujos sobre brujería de los Brueghel o Durero. De hecho, todas las imágenes con la brujería se producen en este momento. El mundo de Halloween se crea en este instante a través de estos genios. Esto fascinó a toda Europa occidental y ya no hubo capacidad racional más allá que la que tuvieron unos cuantos como Alonso de Salazar para oponerse a esta epidemia onírica, como la llama Henningsen.
Todas las comunidades autónomas coinciden en el relato de agravios por España, incluída Castilla
P. Estas semanas ha resurgido en las redes el debate sobre la validez del concepto de Reconquista. ¿Con qué argumentos defendería su uso? Muchos historiadores y medievalistas están en contra…
R. Yo no defiendo ni que tiene validez ni que no la tiene. No sé si la polémica se refiere al hecho de la palabra, Reconquista, que es cierto que no se utiliza hasta el siglo XIX. Lo que se decía hasta Cánovas era "Restauración", pero cuando pasa a denominar la restauración monárquica se produce una colisión y se empieza a utilizar el término Reconquista. ¿Denominamos una cosa con una misma palabra o con otra? A mí tampoco me parece muy importante cómo llamamos a este proceso.
»Pero una cosa es el nombre y otra la negación del proceso, de que hubo un estado de guerra más o menos continuo, con sus interrupciones, a lo largo de una serie de siglos entre los cristianos que quedaron reducidos a posiciones en el norte y los musulmanes hasta que la Península Ibérica terminó de nuevo siendo controlada por los cristianos al 100%. Bajo el argumento de quitamos la palabra porque no aparece en los documentos, que es cierto, también deberíamos quitar el de Edad Media que tampoco está en las crónicas.
P. El debate es sobre si se puede hacer un uso neutro o desideologizado del término Reconquista.
R. Hay que hacer una cosa muy sabia que es ver qué hacen los portugueses. No tienen ningún problema. España vive en la autarquía desde muchísimo tiempo antes de Franco, que fue el paroxismo e incluso el culto a la autarquía. La autarquía son las murallas con las que se ha construido esta sensación de excepcionalidad. Los portugueses han sufrido exactamente los mismos procesos. Todas estas problematizaciones ficticias no son más que el resultado de la autarquía. Si nos desplazamos a otros territorios en los que ha sucedido algo semejante, no lo convierten en un galimatías ideológico, en una especie de problema nominalista enloquecido.
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P. Quizá el problema casa con el origen de España y si se puede situar en la Reconquista o no…
R. A mí eso me da exactamente igual. Desde hace muchísimo tiempo considero que eso forma parte de la autarquía. A mí qué más me da cuál sea el origen de España. Y da exactamente igual que tenga 20 años como 50. Es una nación política ahora y está constituida legítimamente, constitucionalmente. Creo que eso no se puede determinar. ¿Dónde lo ponemos: en el matrimonio de Isabel y Fernando? ¿Por qué? ¿Es que no tiene nada que ver con España Escipión el Africano? Trajo el idioma, las instituciones y el derecho romano… Cómo lo vamos a dejar atrás. Todo el mundo que por aquí estuvo trajo lo suyo. Son capas que van acumulándose a lo largo del tiempo y hay que absorberlas y asumirlas.
»Todo este posicionamiento enfermizo sobre el origen es el resultado de haber sucumbido a este planteamiento esencialista de los nacionalismos periféricos según los cuales hay una serie de naciones naturales que son endémicas y prístinas que han sido todas avasalladas por España. Esto empezó en una serie de comunidades autónomas y ya se ha extendido a todas. Todos los relatos autonómicos coinciden en el relato de agravios que diría López Obrador, incluida Castilla, que celebra con verdadera pasión su derrota de Villalar. Todo el mundo ha sido agraviado por ese ente que siempre es imperialista, invasor y terrible.
P. ¿Nota algún cambio en la mentalidad de la sociedad española hacia su historia desde la publicación de Imperiofobia y leyenda negra?
R. Pues diría que no. Hay un encono creciente, pero creo que se habría producido con o sin Imperiofobia. También tengo claro que el libro lo ha leído cada uno como le ha dado la gana. Lo que más me desconcierta es que jamás nadie lee lo que pensé que era lo mollar, lo sustantivo del libro: la teoría de qué son los imperios. Todo el mundo ha hecho una lectura autárquica en clave historia de España.