Puig Antich: un libro desmonta el relato que ganaron los revolucionarios burgueses
Manuel Calderón publica 'Hasta el último aliento' (Premio Comillas), crónica que honra la memoria del policía muerto en el tiroteo contra el grupo anarquista.
1 abril, 2024 01:51Salvador Puig Antich era tan atractivo que, según aseguran quienes lo conocieron, podía haber sido protagonista de una de esas películas de François Truffaut que fascinaban al subinspector Francisco Anguas Barragán. Amén de la descabellada hipótesis, el tiroteo del aciago 25 de septiembre de 1973 truncó para siempre las vidas del revolucionario freudiano (25 años) y del policía cinéfilo (24).
El primero jamás volvería a enfundarse la chupa de cuero y los tejanos con los que se llevaba de calle a las chicas de aquella Barcelona irresistible; el segundo tampoco iba a acudir más a una sala de cine como las que proliferaban en el fulgor de los contraculturales años 70.
Eran las 6 de la tarde. En el bar Funicular, ubicado en el cruce de las calles Gerona y Consejo de Ciento, Santiago Soler –ideólogo del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación)– esperaba a Xavier Garriga, el otro teórico de la organización. El plan era preparar la huida de Soler a Toulouse, centro de operaciones de la banda, que se encontraba en un momento crítico tras las detenciones posteriores a su último atraco. Lo que no sabía Garriga es que Soler ya estaba detenido. Lo que no sabía Soler es que Garriga vendría acompañado por Puig Antich. Tampoco la policía, que permanecía agazapada escoltando a Soler, el cebo.
Cuando advierten que se trata de una trampa e intentan huir, el grupo de la Brigada Criminal logra retenerlos. Una zancadilla es suficiente para inmovilizar a Garriga. A Puig Antich tienen que introducirlo en un portal de la calle Gerona, donde una viuda de 79 años estaba cosiendo. A pesar de la resistencia, le sustraen una pistola que lleva en la chaqueta, pero el revolucionario aprovecha para extraer otra de la parte posterior de su pantalón, una Astra 9 mm. Tenía un defecto: al presionar el gatillo se comportaba como una ametralladora.
Tres de los cuatro disparos que efectuó alcanzaron a Anguas, dos en el tórax y otro en el costado. No se pudo hacer nada para salvar su vida. Un cirujano asegura que en el cuerpo del subinspector había cinco impactos, pero el tribunal que se ocupó del caso rechazó la prueba de balística que solicitó la defensa de Puig Antich. ¿Y si la bala mortal no procediera de su pistola? La sospecha del "fuego amigo" aún se cierne sobre el caso.
En todo caso, no imaginaba Puig Antich que con los disparos que costarían la vida a Anguas también estaba firmando su sentencia de muerte. El revolucionario recibió dos de la policía, uno en la mandíbula y otro en el hombro, pero se salvó. ¿Lo acompañó la fortuna? A tenor de lo que ocurrió hasta el 2 de marzo de 1974, día en que se convirtió en el último ajusticiado de España por garrote vil, nadie se atrevería a afirmarlo.
El periodista Manuel Calderón vuelve a contar la historia 50 años después. Pero no es la misma historia. Su nuevo libro proyecta otro ángulo del relato que parecía inamovible: Puig Antich, la última víctima política de un franquismo envilecido en sus coletazos; Anguas Barragán, no más que un esbirro del régimen.
De exquisito rigor documental y cohesionado con cartas, declaraciones judiciales, informes de autopsias o testimonios de distintos protagonistas, Hasta el último aliento (Tusquets) no solo profundiza en el caso como ninguna otra investigación lo había hecho antes, sino que ofrece una amplísima panorámica de la ciudad condal en los estertores de la dictadura.
La brevísima historia del MIL, el grupo que integró en sus filas a Puig Antich, atraviesa toda la crónica. Barcelona, epítome de la ciudad vanguardista, socialmente se encontraba en las antípodas de la dictadura. La gauche divine de Bocaccio, los jipis consumiendo LSD en Casa Fullà, la cultura underground y el boom latinoamericano convivían con los movimientos de la lucha obrera o la Assemblea de Catalunya, a la cabeza de la oposición al régimen.
El MIL justificaba sus acciones desde la ideología –antiautoritarismo de inspiración anarquista–, pero algunos supervivientes aún reconocen que jugaban a ser revolucionarios "para no trabajar". Casi todos ellos provenían de familias burguesas. El ejemplo más destacado es el de los cuatro hermanos Solé, cuyo abuelo era el arquitecto Domènec Sugranyes, un estrecho colaborador de Gaudí.
Los meses que Puig Antich estuvo en la cárcel fueron un rosario de adversidades. Cuando se enteró del asesinato de Carrero blanco, dijo: “ETA M’hA matat”
Conocida como "la banda de la Sten" (por la metralleta que empleaban), llegaron a tener una decena de pisos clandestinos, conseguían armas a través de ETA y perpetraban atracos (ellos los llamaban "expropiaciones") para financiarse. El 6 de junio de 1973 García Márquez fue testigo presencial del que cometieron en el Banco Bilbao de Sarriá: el Nobel colombiano se encontraba dentro de la sucursal. El anterior, un golpe al Banco Hispanoamericano del paseo Fabra y Puig, supondría un punto de inflexión: un disparo dejaría ciego al jefe de contabilidad. Habían cruzado la línea de la violencia.
Poco después, Puig Antich olvida su bolso, con información muy comprometedora, en el Caspolino, emblemático centro recreativo. Fue el principio del fin. Los meses anteriores a la ejecución de Puig Antich fueron un rosario de adversidades. Tras el asesinato de Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973, el revolucionario diría en prisión: "ETA m’ha matat".
[Manuel Calderón, el cronista inagotable de la guerra, la literatura... y la tristeza]
En efecto, el régimen elevó su dureza. Además, el arresto de más de cien miembros de la Assemblea de Catalunya opacó su caso y las movilizaciones contra la pena de muerte no tuvieron el eco esperado. Su lamentable final es conocido. No lo es tanto, ni mucho menos, la historia de Anguas, de origen sevillano.
Escolta de los príncipes Juan Carlos y Sofía durante sus inicios en la policía, pidió Barcelona como destino porque allí estaba la chica con quien iba a casarse. Años después su madre se arrojó desde un octavo piso, desolada por la muerte de su hijo, del que muy pocos recordaban apenas su nombre. Calderón ha tenido la audacia de rescatarlo en un libro brillante que es también una inmensa labor reparadora.