George Orwell, totalmente antitotalitario: contra el estalinismo, el fascismo... y las democracias postizas
- Una nueva biografía del autor de '1984' describe cómo su vida determinó el origen de sus ideas políticas y destaca su importancia para entender el mundo de hoy.
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Instigados por un cerdo viejo y sabio, los animales de una granja deciden rebelarse contra su dueño. El señor Jones es un vago y un borracho, pero su trato a los animales no es muy distinto al de otros granjeros: solo ha tenido la mala suerte de enfrentarse a un líder carismático. Una noche, el cerdo convoca a los animales a una reunión. “El Viejo Comandante –leemos– gozaba de tanto respeto en la granja que todos estuvieron dispuestos a perder una hora de su sueño para escuchar lo que tenía que decir”.
El líder de la revuelta convence a los demás animales –cabras, patitos, caballos, cada cual un reconocible representante sociopolítico de cualquier país– de que el trato al que los someten los humanos es vejatorio y cruel. “Afrontémoslo, camaradas: nuestras vidas son esforzadas y cortas. Nacemos, nos dan la comida justa para mantenernos con vida, y a los que somos capaces de ello se nos obliga a trabajar hasta la última brizna de nuestras fuerzas; y en el mismo instante en que dejamos de ser útiles nos sacrifican con espantosa crueldad”, les dice.
El cerdo sigue con su discurso hasta la inevitable conclusión: resulta que el hombre es la única criatura que consume sin producir nada. “Si sacamos al hombre de la escena, la causa del hambre y el trabajo excesivo desaparecerán para siempre”, añade. El desenlace está en los manuales de historia: tras expulsar de la granja al pobre Jones, los animales viven en igualdad durante un tiempo, luego llega la lucha entre facciones, el caos asambleario, el desmantelamiento de la oposición y, por último, la utopía convertida en crimen.
Muchos críticos –también Yuri Felshtinsky (Moscú, 1956), autor de la última y muy completa biografía de Orwell (1903-1950)– consideran Rebelión en la granja (1945), una inconfundible sátira de la URSS estalinista, la obra cumbre del escritor británico, a la que se suma después, como en un díptico, 1984 (1949), escrita poco después, al final de su vida. Pero la biografía de Felshtinsky muestra que, aunque Orwell alcanzó en esos años la cima de su destreza literaria, sus dos grandes obras antitotalitarias son la continuación lógica de una obra de cocción lenta. Y no son el resultado de ningún desengaño: Orwell cambió poco de opinión.
De inquebrantables convicciones socialistas, la vida le puso una y otra vez frente a los excesos del sistema. El biógrafo conduce con naturalidad la vida de Orwell a estos dos hitos indudables, sobre todo al desborde imaginativo de 1984. Al final, tras un repaso exhaustivo de cada etapa de su vida, en lo personal y en lo literario, uno tiene la sensación de que el mundo en el que se mueve Winston Smith es un destilado de las experiencias acumuladas por el autor: las humillaciones escolares, el servicio en la policía colonial birmana, los días de indigencia en París y Londres, el contacto con la miseria de los obreros –los proles de 1984– para escribir El camino a Wigan Pier.
Orwell señaló la degeneración del estalinismo, pero también las tendencias totalitarias de las democracias, como el colonialismo británico
Lo cierto es que Orwell, como buen periodista, escribía siempre a partir de su experiencia. Y algunas experiencias lo marcaron de por vida. Si Kafka, tuberculoso como Orwell, sentía una “doble culpa” por el hecho de tener que escribir y ganarse la vida al mismo tiempo, el autor experimentó el “doblepensar” de 1984 durante sus años de profesor de escuela, cuando la docencia le distraía, según él, de lo que de verdad importaba: la escritura.
Orwell acertó a señalar la degeneración del estalinismo, pero también –y esto le da una espeluznante vigencia– las tendencias totalitarias de las democracias occidentales. Antes de novelar su reprobación de la URSS, Orwell fue un crítico honesto y firme (al principio algo ambiguo, es verdad) del colonialismo británico, que conoció también de primera mano, y donde reparó en cuestiones que desarrollaría más tarde en sus novelas antitotalitarias, como el importante papel de las masas poco educadas. Hay fuentes literarias, como Un mundo feliz, de Huxley, o Nosotros, de Zamiatin, pero todo parece estar en su vida. Orwell conoció la censura militar, y sus manifestaciones más absurdas, durante su trabajo en la BBC.
Otra experiencia que le marcó fue la Guerra Civil Española, a la que dedicó un ensayo seminal, Homenaje a Cataluña, tras haber asistido a la lucha fratricida en el seno de la República. Fue uno de los primeros intelectuales de izquierda que reconoció la verdadera cara de Stalin, lo que lo enfrentó a los suyos y a punto estuvo de arruinar la publicación de Rebelión en la granja.
A pesar de que Orwell era ya un autor reconocido y admirado, sus editores de siempre se negaban a publicar la novela, no por falta de méritos artísticos, sino por el crudo retrato que hacía de Stalin, entonces un aliado en la lucha contra el nazismo. En las postrimerías de la II Guerra Mundial pocos aparte de él se atrevían a señalar las similitudes entre comunismo y fascismo, como la exaltación de los héroes nacionales, el odio masivo a “los enemigos” impulsado desde arriba o los juicios farsa, al cabo meras representaciones teatrales.
Si damos crédito al relato de Hemingway sobre su encuentro con Orwell después de su experiencia española, la persecución al POUM, en cuya milicia Orwell combatió, llenó de miedo al escritor, que se mostró ante el autor de Fiesta como un tipo “paranoico” obsesionado con que los comunistas, a los que se refería como “ellos”, lo perseguían allá donde fuera. Tenía sus razones: después de España, los comunistas le llamaban fascista o trotskista; el Daily Worker, órgano del Partido Comunista de Estados Unidos, lo desacreditaba en cada número y su fiel editor Victor Gollancz le retiró la palabra por considerarlo un traidor.
Ni siquiera había escrito aún sus grandes obras distópicas, pero a ellos les dolía no solo que aquel escritor flaco y enfermizo hubiese combatido en las filas del denostado POUM, sino que utilizase en sus artículos anticomunistas una ironía, un sarcasmo y una precisión que los desnudaba.