A su muerte, los primeros habitantes de Santiago de Compostela buscaron un lugar de entierro bajo la protección del apóstol, en la necrópolis que creció en torno a la entrada de las dos primitivas basílicas construidas por Alfonso II y Alfonso III. Cuanto más cerca de sus reliquias, halladas hacia 820-830, en tiempos del obispo Teodomiro de Iria-Flavia, más probabilidad de que el santo interviniese en favor del difunto en su otra vida. Pero en el cementerio había clases: los miembros de la Iglesia y los individuos laicos privilegiados, grupo que también contaba con mujeres y niños, fueron inhumados en las tumbas inmediatas al acceso del templo. A la gente común —artesanos, comerciantes, trabajadores domésticos, etcétera— le correspondió la zona más amplia y alejada. El discípulo de Jesucristo no tenía bendiciones para todos.
No parece extraño que en la Compostela medieval del siglo IX, cuando la ciudad empezó a protagonizar las peregrinaciones de los fieles cristianos y rivalizar con Roma y Jerusalén en importancia religiosa, sus habitantes pujasen por un hueco de tierra próximo a los restos del apóstol Santiago. Lo que sí resulta llamativo, y desconocido hasta ahora, es la procedencia de esos primeros moradores. Un estudio científico acaba de desvelar que, desde el momento inicial, la mayoría de individuos enterrados en la necrópolis de la basílica eran inmigrantes o peregrinos que se asentaron en la localidad ante las oportunidades socioeconómicas de prosperar que ofrecía el universo del Camino.
"Santiago de Compostela fue una ciudad hecha por la migración: más del 50% de los individuos analizados eran de fuera. La ciudad se formó a base de inmigrantes que variaron en su lugar de procedencia y estatus social a lo largo del tiempo", resume Patxi Pérez Ramallo, investigador del Max Planck Institute for Geanthropology (Jena, Alemania) y la Facultad de Medicina de la Universidad del País Vasco. Los resultados del proyecto que dirige se acaban de publicar en la revista Archaeological and Anthropological Sciences.
Las dataciones radiocarbónicas y los análisis de isótopos estables de los restos de una treintena de personas que vivieron entre los siglos IX y XII han permitido descifrar su lugar de procedencia y su estatus social en base a la dieta. Los primeros pobladores de Santiago, según los investigadores, eran naturales de asentamientos del entorno, pero también del Reino de Asturias y mozárabes o cristianos que vivían bajo dominio islámico en al-Ándalus —especialmente curas y obispos que huían de los dominios del califa cordobés, de ciudades como Mérida o Toledo—. A mediados del siglo X, y sobre todo a partir del XI, la migración también incluyó a personas del norte de la Península Ibérica, Francia, Inglaterra o Italia.
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Las pruebas en el laboratorio de muestras de dientes y costillas, sumadas al contexto arqueológico, han mostrado una población con divisiones socioeconómicas y jerarquizada. Pero no inmóvil: los restos de muchos de los sujetos 'extranjeros' presentaban variaciones en su alimentación. "Algunos individuos, a los cuales les pudimos aplicar el Incremental Dentine (una técnica que nos permite ver la evolución de la dieta en los años de niñez y/o adolescencia), demuestran que pasaron momentos de hambre o malnutrición", detalla Pérez Ramallo.
Y continúa: "Al emigrar a Santiago, seguramente mejoraron su estatus social (pasaban de siervos a libres), mejorando su economía y, en última instancia, su dieta. Muchos de ellos introdujeron más proteína de origen animal (carne, huevos, queso, etc.), pero también de origen marino (pescado y/o marisco)".
Esa prosperidad, incide el antropólogo, se aprecia durante los tres siglos analizados, pero principalmente en la zona del cementerio donde fue inhumada la gente más humilde. "Demostramos que los obispos u otros individuos con un estatus social y económico privilegiado que eran enterrados fuera del templo, aunque próximos a las entradas de la primitiva basílica de Alfonso III", añade.
Tipos de tumba
El proyecto, desarrollado en colaboración con la Fundación de la Catedral de Santiago y en el que también han participado las universidades de Oxford, de Estocolmo, A Coruña y la Complutense, así como la Fundación Atapuerca y el antropólogo forense Francisco Exteberria, arrancó en 2015. Los objetivos consistían en estudiar el yacimiento, "uno de los más importantes de Galicia y posiblemente de España", excavar algunos de los enterramientos conservados y aplicar las últimas técnicas científicas para desvelar quiénes eran, de dónde procedían y qué comían los primeros habitantes de Santiago de Compostela, la primera ciudad medieval gallega.
La necrópolis no había sido prospectada desde mediados del siglo XX, cuando el equipo del arqueólogo Manuel Chamoso Lamas documentó los vestigios de los dos primeros templos, la antigua muralla de la ciudad y la necrópolis medieval que tenía un origen romano. Durante estos trabajos, tratando de identificar la estratigrafía más antigua del lugar, se destruyó un número significativo de tumbas. No obstante, quedaron intactas varias decenas de sepulturas —fueron halladas entre los cimientos de antiguas edificaciones que serían las primeras casas o albergues de los peregrinos— que conservaban los restos de 33 individuos en posición primaria.
El estudio osteológico conducido por Pérez Ramallo y su equipo se saldó con la identificación de once individuos masculinos, nueve femeninos y trece indeterminados. Respecto a la edad, dos eran niños, siete jóvenes adultos, siete personas de mediana edad y otros cuatro, ancianos. Los análisis de radiocarbono confirmaron que todas estas personas habían sido enterradas entre los siglos IX y XII y que las diferentes tipologías de sepultura —en un sarcófago de granito, en cista con cuatro losas laterales, tumbas antropomorfas excavadas en la piedra y cubiertas con losas y rectangulares hechas con piedras de dimensiones irregulares— representaban la evolución y la secuencia cronológica del uso de la necrópolis.
Hasta ahora, los enterramientos de los primeros habitantes (siglo IX y principios del X) habían sido catalogados como de "doble estola". "Se creía que eran de la época sueva o visigoda, pero nuestro estudio sugiere que no hubo tal ocupación, sino que de una necrópolis romana se pasó directamente a una medieval hecha solo tras el descubrimiento de los restos del apóstol Santiago", analiza el antropólogo y arqueólogo.
Todos los individuos fueron enterrados siguiendo el rito cristiano estándar de la época (orientación este-oeste, brazos extendidos y con las manos sobre el estómago o la pelvis), sin evidencia de la presencia de otras religiones. Y llama también la atención la mezcla de sexos en el espacio funerario: "Las diferencias eran por estatus social, no de género ni edad, ya que en las zonas próximas a la entrada de la basílica, las privilegiadas, había mujeres y niños al igual que en la más alejada e intensamente ocupada", concluye Pérez Ramallo. El escenario sorprendente y complejo que alumbró el apóstol Santiago.